miércoles, 22 de marzo de 2023

  SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

Madonna dei Pellegrini. Caravaggio.

Madonna dei Pellegrini. Michelangelo Merisi da. 1604-1606. Óleo sobre lienzo. 260 x 150 cm. Basilica di Sant Agostino in Campo Marzio. Roma

La vida de Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571-1610) trascurre en la Italia del barroco, un estilo de arte colorido, dramático, decorativo y realista que tiene en la luz y el contraluz sus principales baluartes.

Madonna dei Pellegrini o Madonna de Loreto, es un cuadro realizado en 1604 por orden de Ermete Cavalletti, para su capilla familiar en la basílica de Sant'Agostino.

El lienzo representa a la virgen en una actitud poco decorosa y muy poco religiosa y sus facciones eran las de una prostituta, una cortesana romana conocida como Lena y que acompañó a Caravaggio en varias etapas de su vida. Esto constituyó un auténtico escándalo para la fe del siglo XVII.

El Jesucristo niño, desnudo, que la madre protege en sus brazos, podría ser el hijo de Lena y, a juzgar por la edad de ambos, cronológicamente encajaría que su padre fuese el pintor, a quien no se le conoce descendencia. 

La historia no aclara si el maestro del barroco, mujeriego y licencioso bajo el amparo de sus mecenas, tuvo una relación firme con Lena. Esta era amiga de una de las musas originales de Caravaggio, la noble Fillide Melandroni, que ya había aparecido en otros cuadros. Cuando Melandroni cambia de vida y se aleja del artista, Lena la remplaza como modelo femenino. Caravaggio decide abandonar el palacio romano, donde lo alojaba el Cardenal del Monte, e iniciar una nueva etapa.

La vida alegre del pintor, como hemos comentado, le generó diversos problemas con las autoridades, y grandes discusiones con la jerarquía eclesiástica por culpa de sus licencias artísticas.

El nexo de unión de estas situaciones vuelve a ser Lena en una historia que podría explicar la relación entre ambos. Una noche, en 1605, el notario Pasqualone fue apuñalado después de salir de la casa del embajador español, actual sede del Instituto Cervantes, cerca de la plaza Navona de Roma y aseguró que fue Caravaggio el agresor. Ambos habían discutido por Lena unos días antes.

En el juicio, Pasqualone afirmó que el conflicto era por “Lenna, donna di Caravaggio”, y no “Lena, la donna di Caravaggio”. Esto significa que Lena era “una” mujer de Caravaggio y no “su” mujer, así que siembra dudas sobre si ambos eran pareja o tan solo compañeros de diversión y caballete. Esta vez, sus contactos en la corte para la que pintaba le permitieron salir indemne de las acusaciones.

Sobre los dos peregrinos, Caravaggio prestó gran atención a los detalles y los pintó con gran realismo, con ropa raída y llevando palos para ayudarse en sus largas peregrinaciones. 

El peregrino en primer plano, presenta sus pies sucios, llenos de mugre e hinchados, debido al largo viaje que han realizado. Es un detalle muy importante, que presta un acento aún más realista a toda la escena, simbolizan la obediencia y la fe en la religión cristiana. 

Detalle de los pies del pelegrino

Esta Madonna se caracteriza por su pobre vestimenta, típica de la gente común. 

Parece que la Virgen está a punto de tocar el suelo después de descender del cielo, de hecho, toca la tierra solo con las puntas, simbolizando su relación terrenal.

Detalle de los pies de la Virgen

Este lienzo, tal vez no sea una de sus obras más renombradas. Sin embargo, es una composición exquisita que muestra todas las características del arte de Caravaggio y los motivos porque sus creaciones fascinaron y también perturbaron a sus contemporáneos, y como desde entonces han sido admiradas por las generaciones posteriores.

El gran éxito de Caravaggio es que, en sus obras de temática religiosa, consigue que los personajes nos parezcan totalmente reales, con gran naturalidad, completamente comunes, llenos de humanidad y carentes de adornos accesorios. 

Ese gran valor de su arte, en su tiempo no fue del todo del gusto de las autoridades eclesiásticas, sobre todo cuando representaba a figuras sagradas. Por ejemplo, no solía gustarles que para pintar sus vírgenes y los santos los representara como si fueran bellas aldeanas y rudos campesinos.

Pero además de esa capacidad suya para pintar de una forma tan natural, el otro gran valor de Caravaggio es su manejo de las luces y las sombras, su famoso claroscuro. En ello basa todo su lenguaje expresivo. Y si para los rostros y cuerpos recurre a la naturaleza, a las personas que podía ver por las ciudades y los pueblos, para el caso de la luz siempre usa una iluminación artificial, inventada por él para ubicar en el espacio los cuerpos, caras o gestos de interés, mientras que el resto de sus cuadros los oculta casi por completo en la semioscuridad.

Así aquí vemos a la Virgen que lleva en su regazo al Niño y recibe ante su modesta casa a dos pobres peregrinos, que veneran el episodio como una aparición divina. Fueron detalles de enorme crudeza para su época, por ello tacharon este cuadro de indecoroso y desacralizador, sin tener en cuenta que al mismo tiempo Caravaggio fue capaz de crear una virgen que expresa una profunda humanidad a esos peregrinos que se postran con absoluta devoción.

Autor: Andrés Carranza Bencano

 SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

La crucifixión de san Pedro. Caravaggio

La crucifixión de San Pedro.  Caravaggio. 1600. Óleo sobre lienzo. 230 x 175 cm. Basílica de santa María del Populo. Roma

Metafóricamente luces y sombras dominaron la vida de Caravaggio. Personaje violento, atormentado y cliente habitual de las tabernas de los suburbios romanos.

Siempre se le considero el pintor de lo feo o de lo innoble y será quien acuña el uso de la luz tenebrista.

Se conoce por tenebrismo a los fuertes contrastes de luz que crean profundas sombras dejando iluminado únicamente los elementos esenciales de la composición. Por la fuerte contraposición entre luces y sombras da la sensación de que las figuras emergen de la oscuridad recortándose nítidamente sobre ella

El óleo se sitúa sobre nuestras cabezas, a tamaño natural y surgiendo del fondo en semipenumbra de la capilla. Esta situación dota de una gran fuerza expresiva a los personajes, que aparecen como casi reales.

Representa el momento en el que los tres verdugos romanos van a colocar al mártir con los pies arriba y la cabeza hacia abajo, siguiendo los deseos del propio San Pedro, ya que el santo no se sentía digno de ser crucificado como Jesús, lo que indicaría un gran rasgo de humildad por su parte. Existe una ausencia de sangre, pero se manifiesta el sufrimiento y la tolerancia del dolor, pues es más un dolor espiritual.

La luz entra por el lateral izquierdo, iluminando enérgicamente el rostro y el cuerpo, es la manifestación del TENEBRISMO con su contraste de luces y sombras.

Todas son figuras reales, pero que ocultan sus rostros. San Pedro, con gran aspecto de senectud, mira hacia algún objeto situado fuera del marco del lienzo y que es un crucifijo situado en el altar que adorna al propio cuadro.

En este cuadro, crea una composición típicamente barroca a base de diagonales, que contrasta con las composiciones piramidales y equilibradas del Renacimiento. Muestra lo esencial del martirio del santo: el santo, la cruz, los dos hombres que la alzan y el que cava el agujero en el suelo para introducir la cruz.  


Presenta a las figuras en grandes escorzos que provocan el efecto de profundidad y su naturalismo se expresa al presentar al santo como un viejo pescador y a los verdugos como tipos vulgares, hasta el punto que cuando se ve el cuadro en la pared de una iglesia (para lo que está concebido) en primer plano se contempla la planta sucia de los pies de uno de los esbirros, simbolizando la pobreza y abandono de sus vidas.

La crucifixión de un Santo debe ser representada con la dignidad y respeto que se merece, sin embargo, Caravaggio muestra en los tres verdugos un enorme esfuerzo por alzar el cuerpo, como tres borrachos levantando a su compadre, todavía más ebrio, del suelo. Todo es sórdido y oscuro como los pies del que carga la cruz a sus hombros.

Autor: Andrés Carranza Bencano

sábado, 18 de marzo de 2023

 EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA

El Santísimo Cristo del Calvario.

Retablo del Cristo del Calvario. Real Parroquia de Santa María Magdalena

Con fecha 5 de noviembre de 1611 Francisco de Ocampo (ver) se compromete ante el mercader Gaspar Pérez de Torquemada a tallar en seis meses un Cristo “bien fecho y acabado, al natural, de dos varas de largo, como el Cristo que tiene el Arsediano don Mateo Blázquez... para poner en la dicha iglesia de Sta. Catalina, en una capilla suya...” Además debía reproducir el sudario y la cruz del Cristo de la Clemencia, de Martínez Montañez, propiedad del citado Arsediano.

No hay constancia de que la imagen llegara a estar en esta capilla, pues  en el inventario de sus bienes, redactado con motivo de su fallecimiento en 1628, se cita la existencia de una "imagen de un Cristo de madera, encarnado y de estatura de hombre..." situado en el oratorio particular de su domicilio de la calle Almudena.

Joaquín Rodríguez Mateos, en su trabajo de investigación, encontró, en el Archivo Histórico Provincial, la escritura notarial por la que los herederos de Gaspar Pérez de Torquemada vendieron la talla, en el año 1636, a la cofradía de la Presentación de Nuestra Señora de los Mulatos de Sevilla.

En una clausula introducida en el contrato, la cofradía se obligaba a abrir la capilla a los hijos de Pérez de Torquemada cada vez que quisieran rezar ante la imagen, debido a la gran devoción que tenían por ella.

La primitiva cofradía de la Presentación de Nuestra Señora, había sido fundada por los mulatos en la parroquia de san Idelfonso en 1572, como cofradía étnica, al estilo de la que en 1554 había sido instituida en el Hospital de los Ángeles por los negritos. Alcanzó su máximo desarrollo entre finales del XVI y primera mitad del XVII, momento del máximo esplendor del esclavismo de color y el consecuente mestizaje.

En el primer tercio del siglo XVIII, se inicia la decadencia de la Hermandad, en relación con múltiples pleitos y el continuo descenso de la población de color, y finalmente desaparecerá a fines del siglo XVIII. 

En 1799, con motivo del desalojo de la parroquia de san Idelfonso por el inminente derribo del templo, la fábrica de la Iglesia, deudora de la ya extinta cofradía, decide vender al Oratorio de la Venerable y santa Escuela de Cristo de la Natividad, este cristo de la hermandad de los Mulatos, trasladándose al Oratorio en 1813, desde una casa de la calle Caballeriza donde había sido trasladado provisionalmente: "La madera del crucificado es de ciprés, tenia tres dedos quebrados; la corona se hallaba bien construida aunque lastimada por haberle puesto pelo a lo natural cuando lo sacaban en Procesión". Por lo que es factible que el crucificado adoptara esta situación, que era practica habitual en los siglos XVII y XVIII.

En 1816, con la reapertura al culto de la nueva parroquia de san Idelfonso, los claveros de la Fábrica Parroquial consiguieron, pleiteando, anular esta venta a cambio del pago de la confección de una nueva imagen para el citado Oratorio, talla que se encargó a Juan de Astorga.

En 1818, la imagen se instaló en un altar del crucero de la iglesia, del lado del Evangelio, donde permaneció hasta la reorganización de la hermandad.

La actual hermandad del santísimo Cristo del Calvario se funda en esta iglesia parroquial de san Idelfonso en diciembre de 1885, para recuperar la memoria de la extinguida hermandad de la Presentación de Nuestra Señora, formada por los mulatos de Sevilla, que durante dos siglos estuvo establecida en dicho templo y este Cristo pasaría a ser su titular.

En 1908,  la hermandad del santísimo Cristo del Calvario decide trasladarse a la Iglesia de san Gregorio, regentada por los padres claretianos, y en 1916 se recoge definitivamente en la parroquia de santa María Magdalena.

Se trata de una imagen realizada en madera de ciprés policromada, concebida para integrarse en un retablo y no para procesionar por lo que tiene un tamaño más pequeño de lo habitual. 

Santísimo Cristo del Calvario

La inspiración en el Cristo de Montañés resulta evidente, no obstante, el Cristo de Ocampo se aleja y se dramatiza en parte, respecto a la versión de Montañés, pues no presenta a un Cristo vivo, sino ya muerto, que deja caer la cabeza sobre el pecho, la sangre le mana abundante del costado y acusa más el modelado de músculos y huesos, en línea con lo que hará inmediatamente Juan de Mesa, condiscípulo de Ocampo. 


Cristo muerto

Es una obra de una sensibilidad distinta a la de su modelo, con un mayor realismo formal y un patetismo que envuelve toda la obra, lo que supone una evolución estilística en el realismo de la imaginería sevillana del primer barroco.

El sudario, enrollado a la cintura y anudado en las dos caderas, presenta pliegues menudos que también recuerdan a Montañés, aunque el extremo izquierdo cae extrañamente rígido, utiliza las dos moñas que luego Mesa hará suyas. 

Sudario

Por otro lado, la elevada perfección anatómica del cuerpo del Cristo de Montañés ha sido reducida y llevada a un estado más realista y sobrio en éste de Ocampo, con evidentes muestras de martirio. La imagen sugiere el sobrecogedor silencio y abandono de la muerte con tanta belleza y eficacia casi como el Cristo de los Estudiantes. 

Tampoco tiene los cuatro clavos de Martínez Montañez, sino tres, con el pie derecho sobre el izquierdo, acentuando el patetismo de la imagen, y el canon es menos esbelto buscando un mayor realismo. 

Detalle de los pies

La talla ha sufrido diversos percances en su azarosa historia. La Madrugada del viernes santo del año 1914, a consecuencia de una fuerte sacudida,  se fracturó la espiga que sujetaba el brazo izquierdo, quedando el brazo suspendido del clavo de la mano. Fue intervenido de urgencia por el prioste, maese Farfan.

En el año 1941 el médico y escultor Sánchez Cid restauró la imagen, y encontró la firma y fecha en un papel oculto en el ensamblaje posterior del sudario: “acabó este santo Cristo Francisco de Ocampo, escultor de ymagineria, por debusion de Gaspar Pérez de Torquemada, bezino de esta ciudad, en la collación de santa Catalina, para ponerlo en la dicha yglesia  de santa Catalina, en una capilla suya de la Encarnasion questá junto a un jardín que la dicha yglesia tiene”

En 1965 se actuó de nuevo en el ensamblaje del brazo izquierdo por Francisco Jose Ribera. Posteriormente, entre los años 1987 y 1988 volvió a ser restaurado, esta vez por José Rodríguez Rivero-Carrera.

 Autor: Andrés Carranza Bencano

lunes, 13 de marzo de 2023

 PEDIATRIA

El niño enfermo. Arturo Michelena. 


El niño enfermo. Arturo Michelena. 1886. óleo sobre tela. 80,4 x 85 cm. Fundación Museos Nacionales/Galería de Arte Nacional. Caracas

El niño enfermo, perteneciente a la colección de la Galería de Arte Nacional, es un “boceto definitivo” de la obra realizada en París por Arturo Michelena, que finalmente fue concluida y premiada con medalla de oro de segunda clase, en el Salón de la Sociedad de Artistas Franceses de 1887 en el Palais des Champs Élysées de Paris.

La obra muestra una escena íntima familiar, en un dormitorio de un domicilio particular.  La luz mortecina y tenebrosa de la escena contribuye al tono trágico de la pintura, pues la luz natural se cuela a través de la cortina semiabierta de una ventana cerrada, ubicada en el lado derecho del recuadro.

A primera vista, parecen estar en época invernal por la gruesa vestimenta que exhiben las figuras.

En primer plano, hacia el centro, en la cama, yace un muchacho, con la cara demacrada en clara muestra de enfermedad y con la mirada dirigida hacia la madre. Su frente, cubierta con una tela blanca, permite inferir que presenta un cuadro febril; además, está arropado con mantas de donde sobresalen sus dedos de la mano derecha. La luz recae sobre él, en tanto el resto de la habitación luce bañado por las sombras.

A la izquierda se halla la madre, una mujer joven sentada a los pies de la cama, con el cabello oscuro recogido, vestida con un traje negro de mangas completas y falda larga de donde sobresale el pie izquierdo. Con una mano apoyada sobre esa pierna, observa con semblante de preocupación al médico

La figura del médico es la que tiene tal vez más protagonismo en esta obra. Se trata de un hombre anciano con barba blanca poblada, gafas y vestido con levita, un pañuelo blanco en el bolsillo izquierdo, un anillo en su mano izquierda, y un pequeño objeto (no definido) en la mano derecha. Se sitúa de pie en una zona de contraluz creada por la ventana a sus espaldas, por lo que vemos más su ademán que sus rasgos faciales. Parece estar dando instrucciones a la mujer, como se deduce del gesto de su mano, aunque por la expresión de la cara de la madre no da demasiadas esperanzas.

En el borde derecho de la tela figura una niña que bien puede ser hermana del niño, delante de la ventana, de traje negro hasta la rodilla y con el pulgar derecho sobrepuesto a los labios en actitud temerosa, contempla contrita y pensativa la escena en marcado contraluz. 

Delante de la niña se presenta una parte de una mesa que sostiene una taza, un plato y una botella que probablemente contenga algún medicamento

Detrás de la cama, apoyado al borde superior con las manos entrelazadas, se muestra en la oscuridad, casi oculto por la penumbra, al padre del niño, un hombre joven, de traje y bigotes que observa atentamente al doctor, con muestras de gran preocupación.

En un saliente de la pared izquierda y en el borde derecho de la cama que se encuentra pegada a la pared se observan unas pequeñas figuras que parecen ser juguetes de tela. Igualmente, en esa pared se muestran adheridas sin mayores detalles lo que parecen ser algunas ilustraciones.

El cuadro nos proporciona mucha información sobre cómo debía ser la práctica médica en el s. XIX. Los enfermos graves eran atendidos en sus domicilios, sin grandes medios para hacer frente a la situación. La mortalidad infantil era muy alta y los recursos muy limitados. El pronóstico médico tenía en estos casos una gran importancia.  

Autor: Andrés Carranza Bencano

 

 SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

El martirio de san Sebastián. Antonio y Piero Pollaiuolo.

El martirio de san Sebastián. Antonio y Piero Pollaiuolo. 1475. Óleo sobre tabla. 291,5 x 202cm . National Gallery de Londres.

El cuadro muestra la leyenda de San Sebastián,  protector contra la peste, en el momento de la condena a muerte por ser descubierto como cristiano. Murió atado a un árbol y por el disparo de flechas.

El cuadro fue encargado para el oratorio de la familia Pucci en la iglesia de Florencia de la orden de los Siervos de María. Era una familia muy rica con lazos con la familia los Médecis.

La composición está representada en un triángulo, con los elementos organizados en una perfecta simetría, jugando con sus colocaciones:

En primera fila, dos hombres apuntando a San Sebastián, uno de frente y otro de espaldas, y dos hombres agachados, uno de frente u otro de espaldas, apuntando hacia abajo.

En la segunda fila, están los dos arqueros mirando hacia San Sebastián apuntándole con sus arcos.

Detrás de ellos, están colocados dos caballos a cada lado, a la izquierda, uno negro de espaldas y el blanco de frente, y en la derecha aparecen al revés, es el blanco el que está de espaldas y el marrón de frente.

El arco del triunfo aparece en la izquierda de la composición, y en la derecha para equilibrar el peso visual, aparece una montaña.

En la pintura, San Sebastián se muestra pasivo como ajeno a la actividad que hay debajo de él en el grupo que lo está saeteando. 

Detalle de los pies de los arqueros

Los pies tienen una función compositiva esencial pues los 6 pares de pies de los asesinos forman la base de una pirámide que tiene como vértice superior la cabeza del Santo. 

jueves, 9 de marzo de 2023

 EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA

El Cristo de las Mieles

Se trata de un Crucificado realizado por Antonio Susillo (ver), hacia 1895, en bronce sobre cruz del mismo material que presenta un tratamiento escultórico que la hace parecer madera. La leyenda refiere que Susillo se esmeró en su realización, ya que en el momento del encargo se encontraba endeudado, y la obra podría suponerle una mejoría económica para retomar su carrera profesional.

Se sitúa en la rotonda principal del Cementerio de San Fernando y la obra se remata con un monte de rocas a modo de Gólgota, que le dotan de altura y majestuosidad al conjunto.

Cristo de las Mieles en la rotonda principal del Cementerio de san Fernando

Cristo de las Mieles

El crucificado aparece con una actitud serena con la boca entreabierta y la mirada hacia el Cielo. La corona de espinas, le cae sobre la cabellera, con uno de sus mechones apoyado sobre el hombro derecho. Una sencilla aureola a modo de resplandor marca su carácter divino.

En la cruz aparece clavado el título escrito en las tres lenguas, latín, hebreo y griego como cuentan las Sagradas Escrituras, utilizando el bronce como si fuera una tablilla de madera.

Detalle de la cara

Lo más destacable y original de la imagen son sus piernas y pies, pues como forma absolutamente original, presenta el pie derecho clavado en el madero vertical de la cruz (estipe) y el izquierdo en el subpedale horizontal, con un cruce en las piernas y la rodilla izquierda muy flexionada,  por la posición de los pies,  clavados cada uno por separado, recurriendo al uso de cuatro clavos.

Visión frontal y lateral de los pies

En determinado momento, se observó que el Cristo lloraba miel. Se consideró un milagro, pero se comprobó que Susillo había construido al Cristo hueco para evitar un peso excesivo, y las abejas habían instalado una colonia en su interior. Con el calor del verano la miel se derretía y salía por la boca. Debido a este episodio, el Cristo pasó a ser conocido popularmente con el nombre de "Cristo de las Mieles".

Antonio Susillo se suicidó, con solo 41 años disparándose un tiro en la cabeza junto a las vías del ferrocarril, a la altura del muelle de La Barqueta en Sevilla. Sobre su muerte existe la leyenda que fue el resultado de una depresión que sufrió el escultor, ocasionada por el cambio de la posición, poco ortodoxa, de los pies en el Cristo Crucificado de las Mieles, aunque se sabe, gracias a una nota encontrada en uno de sus bolsillos y dedicada a su viuda, que tal decisión estaba relacionada con motivos económicos.