sábado, 18 de marzo de 2023

 EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA

El Santísimo Cristo del Calvario.

Retablo del Cristo del Calvario. Real Parroquia de Santa María Magdalena

Con fecha 5 de noviembre de 1611 Francisco de Ocampo (ver) se compromete ante el mercader Gaspar Pérez de Torquemada a tallar en seis meses un Cristo “bien fecho y acabado, al natural, de dos varas de largo, como el Cristo que tiene el Arsediano don Mateo Blázquez... para poner en la dicha iglesia de Sta. Catalina, en una capilla suya...” Además debía reproducir el sudario y la cruz del Cristo de la Clemencia, de Martínez Montañez, propiedad del citado Arsediano.

No hay constancia de que la imagen llegara a estar en esta capilla, pues  en el inventario de sus bienes, redactado con motivo de su fallecimiento en 1628, se cita la existencia de una "imagen de un Cristo de madera, encarnado y de estatura de hombre..." situado en el oratorio particular de su domicilio de la calle Almudena.

Joaquín Rodríguez Mateos, en su trabajo de investigación, encontró, en el Archivo Histórico Provincial, la escritura notarial por la que los herederos de Gaspar Pérez de Torquemada vendieron la talla, en el año 1636, a la cofradía de la Presentación de Nuestra Señora de los Mulatos de Sevilla.

En una clausula introducida en el contrato, la cofradía se obligaba a abrir la capilla a los hijos de Pérez de Torquemada cada vez que quisieran rezar ante la imagen, debido a la gran devoción que tenían por ella.

La primitiva cofradía de la Presentación de Nuestra Señora, había sido fundada por los mulatos en la parroquia de san Idelfonso en 1572, como cofradía étnica, al estilo de la que en 1554 había sido instituida en el Hospital de los Ángeles por los negritos. Alcanzó su máximo desarrollo entre finales del XVI y primera mitad del XVII, momento del máximo esplendor del esclavismo de color y el consecuente mestizaje.

En el primer tercio del siglo XVIII, se inicia la decadencia de la Hermandad, en relación con múltiples pleitos y el continuo descenso de la población de color, y finalmente desaparecerá a fines del siglo XVIII. 

En 1799, con motivo del desalojo de la parroquia de san Idelfonso por el inminente derribo del templo, la fábrica de la Iglesia, deudora de la ya extinta cofradía, decide vender al Oratorio de la Venerable y santa Escuela de Cristo de la Natividad, este cristo de la hermandad de los Mulatos, trasladándose al Oratorio en 1813, desde una casa de la calle Caballeriza donde había sido trasladado provisionalmente: "La madera del crucificado es de ciprés, tenia tres dedos quebrados; la corona se hallaba bien construida aunque lastimada por haberle puesto pelo a lo natural cuando lo sacaban en Procesión". Por lo que es factible que el crucificado adoptara esta situación, que era practica habitual en los siglos XVII y XVIII.

En 1816, con la reapertura al culto de la nueva parroquia de san Idelfonso, los claveros de la Fábrica Parroquial consiguieron, pleiteando, anular esta venta a cambio del pago de la confección de una nueva imagen para el citado Oratorio, talla que se encargó a Juan de Astorga.

En 1818, la imagen se instaló en un altar del crucero de la iglesia, del lado del Evangelio, donde permaneció hasta la reorganización de la hermandad.

La actual hermandad del santísimo Cristo del Calvario se funda en esta iglesia parroquial de san Idelfonso en diciembre de 1885, para recuperar la memoria de la extinguida hermandad de la Presentación de Nuestra Señora, formada por los mulatos de Sevilla, que durante dos siglos estuvo establecida en dicho templo y este Cristo pasaría a ser su titular.

En 1908,  la hermandad del santísimo Cristo del Calvario decide trasladarse a la Iglesia de san Gregorio, regentada por los padres claretianos, y en 1916 se recoge definitivamente en la parroquia de santa María Magdalena.

Se trata de una imagen realizada en madera de ciprés policromada, concebida para integrarse en un retablo y no para procesionar por lo que tiene un tamaño más pequeño de lo habitual. 

Santísimo Cristo del Calvario

La inspiración en el Cristo de Montañés resulta evidente, no obstante, el Cristo de Ocampo se aleja y se dramatiza en parte, respecto a la versión de Montañés, pues no presenta a un Cristo vivo, sino ya muerto, que deja caer la cabeza sobre el pecho, la sangre le mana abundante del costado y acusa más el modelado de músculos y huesos, en línea con lo que hará inmediatamente Juan de Mesa, condiscípulo de Ocampo. 


Cristo muerto

Es una obra de una sensibilidad distinta a la de su modelo, con un mayor realismo formal y un patetismo que envuelve toda la obra, lo que supone una evolución estilística en el realismo de la imaginería sevillana del primer barroco.

El sudario, enrollado a la cintura y anudado en las dos caderas, presenta pliegues menudos que también recuerdan a Montañés, aunque el extremo izquierdo cae extrañamente rígido, utiliza las dos moñas que luego Mesa hará suyas. 

Sudario

Por otro lado, la elevada perfección anatómica del cuerpo del Cristo de Montañés ha sido reducida y llevada a un estado más realista y sobrio en éste de Ocampo, con evidentes muestras de martirio. La imagen sugiere el sobrecogedor silencio y abandono de la muerte con tanta belleza y eficacia casi como el Cristo de los Estudiantes. 

Tampoco tiene los cuatro clavos de Martínez Montañez, sino tres, con el pie derecho sobre el izquierdo, acentuando el patetismo de la imagen, y el canon es menos esbelto buscando un mayor realismo. 

Detalle de los pies

La talla ha sufrido diversos percances en su azarosa historia. La Madrugada del viernes santo del año 1914, a consecuencia de una fuerte sacudida,  se fracturó la espiga que sujetaba el brazo izquierdo, quedando el brazo suspendido del clavo de la mano. Fue intervenido de urgencia por el prioste, maese Farfan.

En el año 1941 el médico y escultor Sánchez Cid restauró la imagen, y encontró la firma y fecha en un papel oculto en el ensamblaje posterior del sudario: “acabó este santo Cristo Francisco de Ocampo, escultor de ymagineria, por debusion de Gaspar Pérez de Torquemada, bezino de esta ciudad, en la collación de santa Catalina, para ponerlo en la dicha yglesia  de santa Catalina, en una capilla suya de la Encarnasion questá junto a un jardín que la dicha yglesia tiene”

En 1965 se actuó de nuevo en el ensamblaje del brazo izquierdo por Francisco Jose Ribera. Posteriormente, entre los años 1987 y 1988 volvió a ser restaurado, esta vez por José Rodríguez Rivero-Carrera.

 Autor: Andrés Carranza Bencano