EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA
El Santísimo Cristo del Calvario.
Con fecha 5 de noviembre de 1611 Francisco de Ocampo (ver) se compromete ante el mercader Gaspar Pérez de Torquemada a tallar en seis
meses un Cristo “bien fecho y acabado, al natural, de dos varas de largo, como
el Cristo que tiene el Arsediano don Mateo Blázquez... para poner en la dicha iglesia
de Sta. Catalina, en una capilla suya...” Además debía reproducir el sudario y
la cruz del Cristo de la Clemencia, de Martínez Montañez, propiedad del citado Arsediano.
No hay constancia de que la imagen llegara a estar en esta capilla, pues en el
inventario de sus bienes, redactado con motivo de su fallecimiento en 1628, se
cita la existencia de una "imagen de un Cristo de madera, encarnado y de
estatura de hombre..." situado en el oratorio particular de su domicilio de la
calle Almudena.
Joaquín Rodríguez Mateos, en su trabajo de investigación, encontró, en el Archivo Histórico
Provincial, la escritura notarial por la que los herederos de Gaspar Pérez de
Torquemada vendieron la talla, en el año 1636, a la cofradía de la Presentación
de Nuestra Señora de los Mulatos de Sevilla.
En una clausula introducida en el
contrato, la cofradía se obligaba a abrir la capilla a los hijos de Pérez de
Torquemada cada vez que quisieran rezar ante la imagen, debido a la gran
devoción que tenían por ella.
La primitiva cofradía de la Presentación de Nuestra Señora,
había sido fundada por los mulatos en la parroquia de san Idelfonso en 1572,
como cofradía étnica, al estilo de la que en 1554 había sido instituida en el
Hospital de los Ángeles por los negritos. Alcanzó su máximo desarrollo entre
finales del XVI y primera mitad del XVII, momento del máximo esplendor del
esclavismo de color y el consecuente mestizaje.
En el primer tercio del siglo XVIII, se inicia la decadencia
de la Hermandad, en relación con múltiples pleitos y el continuo descenso de la
población de color, y finalmente desaparecerá a fines del siglo XVIII.
En 1799, con motivo del desalojo de la parroquia de san Idelfonso por el inminente derribo del templo, la fábrica de la Iglesia, deudora de la ya extinta cofradía, decide vender al Oratorio de la Venerable y santa Escuela de Cristo de la Natividad, este cristo de la hermandad de los Mulatos, trasladándose al Oratorio en 1813, desde una casa de la calle Caballeriza donde había sido trasladado provisionalmente: "La madera del crucificado es de ciprés, tenia tres dedos quebrados; la corona se hallaba bien construida aunque lastimada por haberle puesto pelo a lo natural cuando lo sacaban en Procesión". Por lo que es factible que el crucificado adoptara esta situación, que era practica habitual en los siglos XVII y XVIII.
En 1816, con la reapertura al culto de la nueva parroquia de
san Idelfonso, los claveros de la Fábrica Parroquial consiguieron, pleiteando,
anular esta venta a cambio del pago de la confección de una nueva imagen para
el citado Oratorio, talla que se encargó a Juan de Astorga.
En 1818, la imagen se instaló en un altar del crucero de la iglesia, del
lado del Evangelio, donde permaneció hasta la reorganización de la hermandad.
La
actual hermandad del santísimo Cristo del Calvario se funda en esta iglesia
parroquial de san Idelfonso en diciembre de 1885, para recuperar la memoria de
la extinguida hermandad de la Presentación de Nuestra Señora, formada por los
mulatos de Sevilla, que durante dos siglos estuvo establecida en dicho templo y
este Cristo
pasaría a ser su titular.
En 1908, la hermandad del santísimo Cristo del Calvario decide trasladarse a la Iglesia de san Gregorio, regentada por los padres claretianos, y en 1916 se recoge definitivamente en la parroquia de santa María Magdalena.
Se trata de una imagen realizada en madera de ciprés
policromada, concebida para integrarse en un retablo y no para procesionar por
lo que tiene un tamaño más pequeño de lo habitual.
La inspiración en el Cristo de Montañés resulta evidente, no obstante, el
Cristo de Ocampo se aleja y se dramatiza en parte, respecto a la versión de
Montañés, pues no presenta a un Cristo vivo, sino ya muerto, que deja caer la
cabeza sobre el pecho, la sangre le mana abundante del costado y acusa más el
modelado de músculos y huesos, en línea con lo que hará inmediatamente Juan de
Mesa, condiscípulo de Ocampo.
Es una obra de una sensibilidad
distinta a la de su modelo, con un mayor realismo formal y un patetismo que
envuelve toda la obra, lo que supone una evolución estilística en el realismo
de la imaginería sevillana del primer barroco.
Por otro lado, la
elevada perfección anatómica del cuerpo del Cristo de Montañés ha sido reducida
y llevada a un estado más realista y sobrio en éste de Ocampo, con evidentes
muestras de martirio. La imagen sugiere el sobrecogedor silencio y abandono de
la muerte con tanta belleza y eficacia casi como el Cristo de los Estudiantes.
Tampoco tiene los cuatro
clavos de Martínez Montañez, sino tres, con el pie derecho sobre el izquierdo, acentuando el
patetismo de la imagen, y el canon es menos esbelto buscando un mayor realismo.
La talla ha sufrido diversos percances en su azarosa
historia. La
Madrugada del viernes santo del año 1914, a consecuencia de una fuerte sacudida,
se fracturó la espiga que sujetaba el
brazo izquierdo, quedando el brazo suspendido del clavo de la mano. Fue
intervenido de urgencia por el prioste, maese Farfan.
En el año 1941
el médico y escultor Sánchez Cid restauró la imagen, y encontró la firma y fecha en un papel oculto en el ensamblaje posterior del
sudario:
“acabó este santo Cristo Francisco de Ocampo, escultor de ymagineria, por
debusion de Gaspar Pérez de Torquemada, bezino de esta ciudad, en la collación
de santa Catalina, para ponerlo en la dicha yglesia de santa Catalina, en una capilla suya de la
Encarnasion questá junto a un jardín que la dicha yglesia tiene”
En 1965 se
actuó de nuevo en el ensamblaje del brazo izquierdo por Francisco Jose Ribera. Posteriormente,
entre los años 1987 y 1988 volvió a ser restaurado, esta vez por José Rodríguez
Rivero-Carrera.