domingo, 9 de abril de 2023

 EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA

El Cristo de la Clemencia de la Catedral.

Cristo de la Clemencia

El “Cristo de la Clemencia” fue un encargo personal de Mateo Vázquez de Leca, arcediano de Carmona y canónigo de la Catedral de Sevilla, a Juan Martínez Montañez en 1603, para su oratorio particular en la collación de San Nicolás, en cuya cabecera deseaba tener un crucificado. Se supone que a pesar de su juventud debería tener una buena situación económica, por sus lazos de sangre, para permitirse este lujo, pues compensó al escultor con 600 ducados, más otros 300 en los que se estipuló la obra, más 2 cahices de trigo.

En el Concierto para la ejecución de la obra, el 5 de abril de 1603, redactado por Juan de Tordesillas, escribano público, el canónigo impuso a Montañés una serie de características para la talla, además de las condiciones técnicas habituales. Así, se especifica:”"Item es condición que el dicho Cristo a de estar enclavado en la cruz arriba dicha con dos clavos en los pies y uno en cada mano, que por todo an de ser quatro clavos". Y se añade "Item es condición que el dicho Cristo crucificado a de ser mucho mejor que uno que los dias passados ise para las provincias del Pirú de las Yndias".  “ha de estar vivo antes de haber expirado, con la cabeza inclinada sobre el lado derecho, y ojos abiertos, mirando a cualquier persona que estuviese orando al pie de Él, como que está el mismo Cristo hablándole y como quejándose de que aquello que padece es por él”.

Documento del encargo

De esta manera, encarga un Crucificado vivo (sin herida en el costado), que conecta directamente con el fiel según las directrices del concilio de Trento como medio de llegar a Dios: “el honor que se da a las imágenes, se refiere a los originales representados en ellas; de suerte, que adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos”.

El arcediano donó el Cristo al Monasterio de la Cartuja el 24 de septiembre de 1614, “con expresa condición de que jamás se sacase ni enajenase del convento”. Fue depositado en la capilla del Nacimiento o de San Bruno, y en 1616 se instaló en la capilla de Santa Ana, en la que podía tener culto público. 

Monasterio de la Cartuja

En la Cartuja permaneció hasta inicios del siglo XIX, fecha en que fue trasladado al Alcázar, durante la invasión francesa, pues a pesar de los intentos de proteger la Cartuja, se temía que debido a su gran extensión terminase convirtiéndose en fortaleza y almacén para los franceses. Por ello, conociendo el interés de los invasores en las riquezas patrimoniales, se ordenó el traslado a las dependencias del Alcázar entre el 15 y el 30 de abril de 1811.  

Alcázar

Regresó a la Cartuja el 13 de octubre de 1813 y volvió a abandonarla en 1835 por la Desamortización de Mendizábal. Cuenta Rafael de Besa que probablemente en 1836 el Cristo estuviera guardado en un almacén de la calle Colcheros, aunque no se puede descartar la existencia de algún otro almacén y durante la primavera de 1836 cabe la posibilidad que pasase a depositarse en el convento de San Pablo. 

Tras la Desamortización, en 1836, y debido a la guerra carlista fue trasladado a la “Sacristía de los Cálices” en la Catedral de Sevilla.

Catedral de Sevilla

En 1841 se inicia la recogida de las obras para llevarlas al nuevo Museo de Bellas Artes que se había creado en el antiguo convento Casa Grande de la Merced. En 1842 ya hay testimonios de la presencia del Cristo en el museo.

En el museo, debido a las dificultades para exhibirlo por sus grandes dimensiones, estuvo colocado él solo en una pequeña sala anexa al salón principal (antigua iglesia del convento) que desde ese momento y durante décadas sería conocido como el “cuarto del Cristo”.

Museo de Bellas Artes

En 1845, fue trasladado de nuevo a la catedral. La tradición ha apuntado a que fue producto de una orden dada por la reina Isabel II, pero la justificación de la decisión se relaciona con: “que solo en aquel Templo era donde podía lucir su merito y no en el Museo por carecer de un sitio tan a propósito como el que allí tenia; á mas de que la veneración que en Sevilla se le tributa hacia necesaria dicha traslación”.

La Comisión de Monumentos respondió marcando como día de la recogida el sábado 31 de mayo de 1845 a la una del mediodía, momento en que se hallaría en el Museo un vocal de la comisión junto al secretario a la espera de recibir y recoger el resguardo de entrega, que fue el que sigue: “He recivido del Conserge del Museo Provincial de esta Ciudad la efigie titulada el Cristo de Montañes en estado perfecto de conservacion; y para resguardo del mismo firmo el presente en Sevilla a 31 de Mayo de 1845. Como encargado del Yltmo Cab. Ecco. Joaquin Perez”.

En toda la documentación del proceso siempre queda claro que el carácter del traslado era en calidad de depósito, por lo que en ningún momento se renuncia por parte del Museo a la propiedad del Cristo de la Clemencia, y desde 1993 se sitúa en una capilla propia en la que se ubica actualmente. 

Capilla del Cristo de la Clemencia

Es una escultura de bulto redondo, realizada en madera de cedro, tanto la imagen como la cruz arbórea, de 1’90 metros de pies a cabeza. De la policromía se encargó el pintor Francisco Pacheco, que practicó las técnicas del encarnado y del estofado. Es una policromía mate, sin presencia de brillos, encarnaciones muy naturales, y escasa presencia de sangre (característica de Pacheco), la justa y necesaria para evidenciar las heridas de Cristo.


Es una talla religiosa, con iconografía de Crucificado vivo en el que la expresión del dolor es contenida y serena.

La cabeza está inclinada y apoyada sobre su hombro derecho, como si el mundo le pesara.


El rostro de Cristo da la sensación de serenidad y aceptación de su propia muerte.

Los ojos abiertos y la mirada serena dirigida hacia abajo, directa al creyente que se sitúe delante de él, en un plano inferior, aceptando las peticiones del arcediano, cuyo fin era que todo aquel que se postrara ante él, sintiera el dolor de Cristo con sólo mirarlo. Recuerda a Jesús de la Pasión de Martínez Montañés del 1615, donde ambas imágenes parecen perdonar al pueblo de los pecados cometidos, aunque el Cristo de la Clemencia tiene una mirada más directa al espectador. 




La boca se presenta entreabierta, mostrando los dientes tallados, acercándonos al realismo. La imagen parece coger aire, por lo que el conjunto de ojos y boca, da una sensación de comunicación con el espectador, reflejando una profunda tristeza.

Destaca el reguero de sangre que brota de la nariz del Crucificado, nada habitual en otros Crucificados de la época, siendo difícil constatar si estamos ante una idea de Pacheco o un posible añadido posterior.


El cabello, totalmente tallado al igual que la corona de espinas, que en realidad son gruesas ramas de espino que se han trenzado y que forman una especie de casquete, impresionando como se clavan las espinas en el rostro.


El canon resulta esbelto, y los brazos son cortos, consecuencia de la persistencia del manierismo.

El cuerpo es alargado y sin presencia de heridas (no aparece la herida en el costado), solo la sangre que cae desde la cabeza a causa de las heridas provocadas por la corona de espinas y las venas muy inflamadas en los brazos y pies. El estudio anatómico es perfecto en las formas y comedido en la tensión muscular. El cuerpo está totalmente proporcionado en todo su conjunto, con aspecto atlético y bien musculado, quizás por influencia del propio Miguel Ángel.  Destaca la morbidez del cuerpo desnudo, en el que apenas se dejan sentir las huellas de los padecimientos sufridos.


Como prenda tan solo porta un paño de pureza blanquecino, que se recoge en un nudo hacia su lado derecho, con pliegues abundantes y de pequeño tamaño. La cuidada policromía de Francisco Pacheco le proporciona un juego de luces y sombras y dan cierto dinamismo a la escultura.


Hecho destacable es la colocación de los pies que se cruzan en lugar de disponerse en paralelo. La pierna derecha pasa por delante de la izquierda, creando una tensión evidente entre ambas. Se observa la presencia de 4 clavos (1 en cada mano, 2 en los pies), en relación con la visión de Santa Brígida, monja sueca, cuyas revelaciones fueron recogidas en los tratados de Francisco Pacheco. Existencia de rigidez en los dedos de los pies, quizás a causa de todo el peso del cuerpo.



No es habitual que el Cristo de la Clemencia abandone la Catedral para salir en procesión puesto que no fue concebido para ello. El 2 de abril del 1920 participar en el Santo Entierro Grande en el paso de Santas Justa y Rufina y el 19 de marzo de 1952, sobre el paso del Calvario, para clausurar las misiones organizadas por el cardenal Segura.

Autor: Andrés Carranza Bencano