EL PIE Y LA PASION DE CRISTO EN LA PINTURA
El Evangelista san Juan, refiere: “Entonces
llegó Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro y vio los lienzos puestos
allí, y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos,
sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo que había venido primero al sepulcro, y vio
y creyó” (Jn 20: 6-7).
La palabra sudario proviene del latín "sudarium", que literalmente significa "trapo de sudor".
En la antigua Roma se
refería a un pañuelo para limpiarse la cara. Era un elemento usado en múltiples
ceremonias y rituales romanos.
En el contexto hebreo, se refiere a una especie de hábito que
usaban los hombres judíos después de casarse, envuelto en la cabeza y
generalmente usado con un sombrero.
En los rituales funerarios judíos, el cadáver era envuelto en
uno o varios trozos de lino, así, en el caso de la Resurrección de Lázaro,
narrada en el Evangelio de San Juan, se menciona que las extremidades estaban
atadas con trozos de lino y que su rostro estaba envuelto en un sudario: “Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la
cara envuelta en un sudario” (Jn: 11: 32-45).
En los casos
de muerte violenta, el rito judío incluía que cuando un
cadáver tenía desfigurado o mutilado el rostro era imprescindible que éste fuera cubierto con un sudario
para ocultarlo a los ojos de la gente, por ello, un sudario habría cubierto la cara de Cristo desde su muerte
en la cruz y durante el traslado al sepulcro. Una vez en la tumba, le quitarían
el velo de la cara, para doblarlo y ponerlo aparte, como menciona el Evangelio
de Juan, y todo el cuerpo sería cubierto con la sabana.
De tal modo que hay que distinguir el Santo Sudario
(Pañolón), que cubrió exclusivamente la cara de Jesus desde su muerte en la
cruz hasta su llegada al sepulcro, de la Sabana Santa (Síndone) con la que se
cubrió todo su cuerpo.
Tres detalles son importantes en relación con el
Santo Sudario y la Sabana Santa encontrados en el Santo Sepulcro:
Para los hebreos, el manto que había rodeado un cadáver no podía
ser expuesto ni tocado pues era un
objeto impuro.
Los judíos interpretaban que en la sangre estaba el alma, y que si
un cadáver la pierde no va a poder resucitar, de ahí la necesidad de recogerla
y limpiarla cuidadosamente, cosa que indudablemente no se había hecho el día de
su muerte, y que, aunque trajeran esa intención al día siguiente, no se pudo hacer,
porque Jesús ya no estaba.
Tanto
en la legislación romana como en la hebrea el expolio de una tumba era un delito
condenado con pena de muerte.
Por
ello, se desconoce el destino de los paños funerarios, aunque se supone que fue
guardado, en absoluto secreto, por los apóstoles. El obispo Isodad de Merv dice
que Simón Pedro fue quien guardó los lienzos. San Braulio (s. VII) en la carta
42 a Tajón afirma “Juan y Pedro recogieron los lienzos y se los llevaron
cuidadosamente plegados”.
Respecto al sudario, es mencionado por primera vez en el año 570 d. C. por Antonino de Plasencia (Piacenza), que escribió
que se encontraba en el monasterio de San Marcos, en Jerusalén: ”Junto al
Jordán, no muy lejos donde el Señor fue bautizado, hay una cueva que dispone de
celdas para siete vírgenes (..). Se dice que allí se conserva el Sudario que
estuvo sobre la cabeza del Señor”
Igualmente fue visto en Jerusalén en el siglo VII por
el obispo franco Arculfo, que recorrió todos los lugares por donde estuvo
Jesús.
En el año 614, tras la invasión del rey persa sasánida Cosroes II, fue trasladado a Alejandría y cuando el ejército persa llegó al norte de Egipto, el presbítero encargado de custodiar el sudario se lo llevó desde Alejandría hasta España.
En España pasó por Cartagena en primer lugar, a continuación, fue
trasladada a Sevilla, durante la época en la que San Isidoro fue obispo de la
ciudad. Tras la muerte del santo, el arca se trasladó a Toledo, en el año 657, principal
ciudad de la Iglesia visigoda, y allí permaneció hasta que en el año 711 los
musulmanes invadieron la Península Ibérica. Fue entonces cuando los cristianos
trasladaron el arca con las reliquias al lugar que consideraban más seguro, que era el
norte de la Península. Según la tradición, permaneció oculta en el monte
Monsacro durante ochenta años, hasta que el rey Alfonso II (791-842) decidió su
traslado a Oviedo.
Diferentes leyendas comentan este recorrido del Santo Sudario desde Jerusalén
a Oviedo.
Una carta de Osmundo de Astorga, de entre el 1082 y el 1096, habla
de una tradición registrada en algunos escritos, según la cual siete hombres
llegaron desde Jerusalén hasta España llevando las reliquias a Toledo y luego a
Astorga y a Oviedo.
El obispo Pelayo, en su obra “Liber testamentorum ecclesiae
Ovetensis”, de entre el 1109 y el 1130, indica que, durante el reinado del
visigodo Sisebuto, una caja llena de reliquias fabricada por algunos
"discípulos de los apóstoles" fue llevada a África y luego a Toledo,
donde habría permanecido hasta la invasión musulmana y el final del reinado de
Rodrigo, en el 712, tras lo cual fue llevada a Asturias.
En la “Historia legionense”, escrita hacia el 1115, se dice que
el arca llegó a Sevilla en un barco directamente desde Jerusalén y
que permaneció en Toledo durante cien años, para después ser transportada por
mar a un puerto de Asturias cerca de Gijón y luego fue llevada a Oviedo.
Una lista de reliquias, escrita en siglo XII y dirigida a peregrinos,
conocida como el manuscrito de Valenciennes, afirma que el arca fue a África,
Cartagena, Toledo y finalmente a Oviedo. Una versión más tardía incluye
Sevilla antes que Toledo.
El “Chronicon Mundi” de Lucas de Tuy, entre 1232 y 1239, cuenta
que el arca fue llevada en el siglo VII a
Toledo, donde permaneció 75 años, que en el 711 fue llevada a Asturias y que en
el 828 fue llevada a Oviedo.
Entre los siglos XII y XIII circuló una leyenda que decía que el
arca había sido construida en Jerusalén, que luego había sido arrojada al mar
en el puerto de Jaffa. Perseguida por los santos Julián y Serrano, el arca fue
flotando hasta Cartago. Para salvarla de los paganos, fue llevada a
Toledo cuando era obispo Ildefonso, entre el 657 y el 667, y luego fue transportada
a la cima de una montaña llamada Monsacro (Montaña Sagrada de Asturias), cerca
de Oviedo, donde estuvo cuarenta y cinco años.
En el siglo XVI se
cuenta otra leyenda que dice que, en el siglo V, san Toribio de Astorga trasladó algunas reliquias
desde Jerusalén hasta una localidad entre Galicia y Asturias y que luego había
colocado una parte de estas en una capilla llamada de Santa María de Monsacro.
En el Archivo Capitular de la Catedral de
Oviedo hay documentación de la apertura de la urna donde estaban 30 reliquias, entre ellas este pañolón, delante de Alfonso VI
de León, Doña Urraca, el Cid Campeador y varios obispos, el 14 de
marzo del año 1075.
En el siglo IX,
Alfonso II de Asturias la habría llevado esta urna a la Cámara Santa de la
Catedral de Oviedo, añadiendo al arca las reliquias de los santos Julián y
Serrano.
Esta cámara es un edificio situado dentro del conjunto de la
catedral de Oviedo. Es de estilo prerrománico asturiano construido en el siglo
IX, siendo, junto con la torre vieja, los edificios más antiguos de dicho
conjunto catedralicio.
Se custodian en el interior las joyas más preciadas de la catedral: las cruces de la Victoria y de los Ángeles, símbolos de Asturias y de la ciudad de Oviedo, respectivamente, la caja de las Ágatas y el Arca Santa, que contiene un gran número de reliquias, entre las que se encuentra el Santo Sudario.
En 1977 la Cámara sufrió el robo
de estas joyas, siendo
recuperadas en 1981 parcialmente desmontadas. Una vez restauradas, fueron
colocadas de nuevo en su lugar en 1984.
Durante la noche del 11 al 12 de octubre de
1934 accedieron los revolucionarios por el fondo sureste de la Catedral, quemaron la sillería del coro, llenaron la
capilla de Santa Leocadia, situada justo bajo la Cámara Santa, de cajas con 400
kilos de dinamita y volaron el conjunto.
Hay una ruta del Camino de Santiago que recorre el
norte de España y que va de León a Oviedo, pasando por la Catedral del
Salvador de Oviedo, para seguir luego hacia el oeste. Esta ruta es conocida como Camino
del Salvador. En relación con la existencia del Santo Sudario en la Iglesia
del Salvador de Oviedo, existe un refrán que dice: "Quien va a Santiago y
no al Salvador, visita al criado y no al Señor".
El Santo Sudario de Oviedo es un lienzo rectangular, de lino, tejido
a mano con grandes irregularidades, hilado con torsión en “Z” (igual que los hilos de la Sábana Santa de Turín) y en textura de tipo tafetán (el Sudario de Turín
esta tejido con un patrón de espiga), sin tinturas ni remates laterales que mide
85.5 x 52.6 cm.
Hay consenso entre los expertos en historia de los tejidos que
las telas compuestas de hilos dispuestos en torsión en forma de Z no pueden ser
de origen israelita, donde desde el Neolítico hasta el Medioevo se utilizó
solamente la torsión en forma de S. Sin embargo, la torsión en forma de Z es
la más frecuente en los tejidos del Imperio romano.
Uno de los primeros estudiosos del paño fue el obispo
Giulio Ricci, miembro de la Curia Romana y presidente del Centro Romano de
Sindonología. Ricci afirma que cuando contempló el paño por primera vez se
convenció de su autenticidad al reconocer la semejanza con el Sudario de Turín.
Su convencimiento se basa, por tanto, en un indicio subjetivo de semejanza y la
presunción de que uno de los dos objetos es auténtico. En 1966 escribió sobre
este sudario, incluyendo en su obra una imagen gráfica de la cara de la Sábana
Santa de Turín superpuesta en este sudario.
Max Frei-Sulzer, que estudió la Sabana Santa de Turín,
tomó algunas muestras del sudario y encontró pólenes de plantas comunes con esta
Sábana Santa de Turín y pólenes de plantas que no crecen en Europa pero
que son frecuentes en los desiertos de Tierra Santa. Sin
embargo, la toma de muestras por parte de Frei no fue totalmente correcta y se
considera que los resultados no tienen significación científica.
En 1977 una muestra de este tejido tomada por Ricci fue enviada
para su datación por el químico y microscopista Walter McCrone en el
laboratorio Lawrence Berkeley de California, pero hubo errores en el proceso
que evitaron la datación. Posteriormente, el sudario fue datado cuatro veces,
en 1990, 1991, 1992 y 2007, en tres laboratorios distintos. Los cuatro exámenes
dataron el origen del tejido en un intervalo entre los siglos VI y IX, con
probabilidad máxima del provenir del siglo VIII.
El
carbono-14 es el método más popular para datar antiguos objetos y reliquias.
Las pruebas realizadas al sudario se llevaron a cabo sobre tres muestras
extraídas en abril de 1988. Los resultados obtenidos sugieren que el sudario
data de un intervalo comprendido entre los años 1260 y 1390. Según estos
resultados es imposible que el sudario sea el original en el que fue envuelta
la cabeza de Jesús. Pero en torno a estos datos existe una gran polémica, pues
parece que el sudario podría haberse contaminado en el incendio del año 1532 y
en el atentado de 1934, lo que haría de la prueba del carbono-14 sea totalmente
inútil.
En
1987 nace el Centro Español de Sindonología y en 1989 se crea el Equipo de
Investigación del Centro Español de Sindonología (EDICES) que ha estudiado concienzudamente
el Sudario de Oviedo.
Entre los estudios científicos a los que ha
sido sometido el EDICES al Santo Sudario de Oviedo pueden mencionarse los
siguientes:
El
estudio palinológico realizado por la bióloga Carmen Gómez Ferreras ha localizado tres tipos de pólenes propios de la región de Palestina: Quercus (encinas y coscojas), Pistacia
Palestina (lentisco, cornicabra) y Tamarix (tamarindo, taray); el resto son
pólenes propios de la zona mediterránea. En 2015, la palinóloga Marzia Boi, del
EDICES, descubrió un grano de polen adherido a la presunta sangre del sudario y
comprobó que ese grano de polen es compatible con la planta Helichrysum Sp. presente también en
la Sábana Santa.
En cuanto a
gramíneas, se hallaron granos de polen comunes al Mediterráneo: aloe vera,
bálsamo de estoraque y mirra, todos de uso funerario.
Partículas de resina de aloe vera y bálsamo
de estoraque pegadas a las manchas de sangre (Jorge Manuel Rodríguez)
Los análisis hematológicos de las manchas indican que son de
sangre humana cadavérica, de una sola persona, del grupo AB, diluida con líquido pleural y pericárdico, por edema de pulmón
(como puede ser la causa de la muerte en la Crucifixión), y suero fisiológico
con una composición muy similar a la del agua salada.
En el sudario se ha hallado ADN degradado, con
fragmentos tan pequeños que no pudo ser posible su procesamiento. Aun así, se
ha encontrado una secuencia poco frecuente del ADN mitocondrial, de etnias del
Oriente Medio. Una de cada ocho mil personas tiene esa secuencia. Pero como no
existe ADN de Cristo para cotejar en otra reliquia, no se podría afirmar si es
él.
El lienzo presenta una serie de arrugas, que
han servido para determinar la manera en que estuvo colocado sobre la cabeza, y
varias perforaciones originarias con hilos de torsión en “S” que indican que
fue cocido temporalmente al cabello.
Las manchas de sangre de este pañolón sugieren
que corresponden con el rostro de un hombre con barba y encajan matemáticamente
con las manchas de sangre de la cara de la Sábana Santa. Este encaje matemático
de las manchas de sangre del pañolón de Oviedo y de la cara de la Sábana Santa
sólo se explica si los dos lienzos cubrieron la misma cara.
Las conclusiones del estudio, llevado a cabo
por el Centro Español de Sindonología (EDICES), indican que este lienzo cubrió
la cabeza de un hombre crucificado que murió por un edema pulmonar severo, que
presentaba heridas en la cabeza, frente, cuello y hombros y que parece haber
sido coronado de espinas.
Tras su muerte en la cruz, la cabeza fue
cubierta con un lienzo, tal y como mandaba la costumbre judía de ocultar el
rostro desfigurado de los fallecidos. Poco tiempo después de su muerte, el
cadáver fue bajado de la cruz y depositado en el suelo. Después se le embalsamó
y se le enterró. Esta secuencia coincide con los relatos evangélicos de la
crucifixión y muerte del Señor.
Los investigadores forenses implicados afirman que,
sin ninguna duda, ambas “sindones” son perfectamente compatibles.
Criminalísticamente coinciden las lesiones y heridas, sobre todo a la altura de
la cabeza, donde se sitúan a la misma distancia en las dos telas. Por ello, la
probabilidad estadística de que esto ocurra al azar, con dos cadáveres
diferentes, es remotísima. Es decir, que las pruebas a favor de la autenticidad
de ambos lienzos a fecha de hoy es abrumadora.
Existen numerosas coincidencias del hombre del Sudario y sus lesiones con las sufridas por Cristo en su martirio: el sujeto torturado llevaba el pelo largo, barba y bigote. Su nariz era morfológicamente hebrea y su grupo sanguíneo era AB, frecuente entre los hebreos. Fue torturado y murió en vertical. En la nuca tenía sangre vital provocada por las espinas de la corona y falleció de edema de pulmón agudo, como los crucificados. El sudario registra una gran cantidad de líquido pleural porque tiene un agujero en los pulmones por la lanzada que Jesús también padeció. Ese lienzo se espolvorea con aloe y mirra, como el de Jesús.