SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA
Niños
comiendo melón y uva. Bartolomé Esteban Murillo.
Niños comiendo melón y uva. Bartolomé Esteban Murillo. 1605. óleo sobrelienzo. 145,6x103,6 cm. Alte Pinakothek- Múnich.
En el siglo XVII Sevilla era la ciudad más
cosmopolita de toda la monarquía hispánica, la más importante desde un punto de
vista económico y comercial, pues en ella se centraba todo el tráfico marítimo
y el comercio con las Indias, que se controlaba en la Casa de Contratación. Por
ello, confluían en la ciudad personajes extranjeros, banqueros, hombres de
negocio, pero también gente humilde en busca de oportunidades, que se encontró
sumida en una extrema pobreza por el retroceso de la economía, la peste de
1649, que diezmó enormemente a la población, y la consiguiente falta de
víveres. Todo ello contribuyó a la miseria y a la práctica del pillaje, con
niños pobres y abandonados por la familia que pululaban por Sevilla y que se
ganaban la vida mendigando o robado.
Pero además era la ciudad más importante desde el
punto de vista cultural, en el llamado “Siglo de Oro” de las artes, y Murillo
pudo conocer a muchos de los escritores y artistas más sobresalientes de su
época, así como la novela picaresca que le inspiraría la pintura de género que
realizó con realismo y gran naturalismo.
Esta pintura de género o costumbrista nace de la
observación de esta sociedad y el pintor representa la vida de mendicidad y
pobreza de Sevilla en escenas picarescas de niños mendigos, pero en un tono
amable. Sus cuadros no son dramáticos ni tristes, sino que captan momentos
felices con una gran carga de humanidad.
Este tipo de pintura de Murillo se encuentra, casi
toda, fuera de España, en museos europeos, posiblemente porque fueran encargos
de comerciante flamencos con destino al mercado nórdico, como es el caso de
Nicolas Omazur importante coleccionista y cliente de Murillo. Concretamente, el
cuadro que nos ocupa, “Niños comiendo melón y uvas”, fue adquirido en 1698 por
Maximiliano II Manuel de Baviera en Amberes antes de terminar, en 1836, en la
pinacoteca de Múnich.
La pintura presenta como protagonista a dos niños,
con aspecto de “pícaros” o “golfillos”, sentados en primer plano, completamente
indiferentes a la mirada del espectador, pero que cruzan una mirada cómplice,
mientras comen un melón que acaban de abrir con una navaja y las uvas de una
cesta de mimbre, dando sensación de que la acaban de robar.
El de la izquierda está sentado en el suelo, junto a
una cesta llena de uvas, con su mano izquierda sostiene una calada de melón, y
en la mano derecha lleva el racimo de uva, del que come directamente.
El de la derecha está sentado más alto, sobre una
madera o taburete, en una posición superior a la de su compañero, al que mira
atentamente. Tiene la mejilla hinchada por la gran cantidad de melón que se ha
introducido en la boca, en la mano izquierda tiene la tajada de melón de la que
esta comiendo y en la mano derecha el cuchillo para cortar el melón que apoya
entre sus piernas.
Murillo, en su espíritu crítico, presenta la cruda
realidad de la infancia de una Sevilla en crisis, con unos niños que, a pesar
de su pobreza, parecen gozosos y felices en un ambiente alegre, con una gran
dignidad que inspira ternura, al verlos disfrutar de esa comida. Para el pintor
sevillano el niño callejero no solo es un mendigo y ladrón sino un personaje de
gran inteligencia natural, capaz de sobrevivir sin el apoyo de un adulto.
Desde el punto de vista artístico, la diagonal
barroca, como eje compositivo, es doble. Una línea va de las uvas al melón y la
otra une las miradas cómplices de los picaros.
El juego de luces y sombras lleva al espectador
hacia los niños que se iluminan desde la izquierda del cuadro, destacando la
luminosidad del blanco de la vestimenta del niño de la izquierda y la carne de
la rodaja del melón. Las ruinas del fondo están en oscuridad como si el fondo
fuera neutro.
Los niños se
presentan sucios y vestidos pobremente con andrajosos harapos rotos. Los
pies adquieren gran protagonismo al presentarse en primer plano, destacando
estar descalzos, sucios y polvorientos, como máxima expresión de la pobreza al
tener que caminar descalzos por no tener, ni siquiera unos zapatos para
caminar.