lunes, 8 de agosto de 2022

 SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

Niños comiendo melón y uva. Bartolomé Esteban Murillo.

Niños comiendo melón y uva. Bartolomé Esteban Murillo. 1605. óleo sobrelienzo. 145,6x103,6 cm. Alte Pinakothek- Múnich.

En el siglo XVII Sevilla era la ciudad más cosmopolita de toda la monarquía hispánica, la más importante desde un punto de vista económico y comercial, pues en ella se centraba todo el tráfico marítimo y el comercio con las Indias, que se controlaba en la Casa de Contratación. Por ello, confluían en la ciudad personajes extranjeros, banqueros, hombres de negocio, pero también gente humilde en busca de oportunidades, que se encontró sumida en una extrema pobreza por el retroceso de la economía, la peste de 1649, que diezmó enormemente a la población, y la consiguiente falta de víveres. Todo ello contribuyó a la miseria y a la práctica del pillaje, con niños pobres y abandonados por la familia que pululaban por Sevilla y que se ganaban la vida mendigando o robado.

Pero además era la ciudad más importante desde el punto de vista cultural, en el llamado “Siglo de Oro” de las artes, y Murillo pudo conocer a muchos de los escritores y artistas más sobresalientes de su época, así como la novela picaresca que le inspiraría la pintura de género que realizó con realismo y gran naturalismo.

Esta pintura de género o costumbrista nace de la observación de esta sociedad y el pintor representa la vida de mendicidad y pobreza de Sevilla en escenas picarescas de niños mendigos, pero en un tono amable. Sus cuadros no son dramáticos ni tristes, sino que captan momentos felices con una gran carga de humanidad.

Este tipo de pintura de Murillo se encuentra, casi toda, fuera de España, en museos europeos, posiblemente porque fueran encargos de comerciante flamencos con destino al mercado nórdico, como es el caso de Nicolas Omazur importante coleccionista y cliente de Murillo. Concretamente, el cuadro que nos ocupa, “Niños comiendo melón y uvas”, fue adquirido en 1698 por Maximiliano II Manuel de Baviera en Amberes antes de terminar, en 1836, en la pinacoteca de Múnich.

La pintura presenta como protagonista a dos niños, con aspecto de “pícaros” o “golfillos”, sentados en primer plano, completamente indiferentes a la mirada del espectador, pero que cruzan una mirada cómplice, mientras comen un melón que acaban de abrir con una navaja y las uvas de una cesta de mimbre, dando sensación de que la acaban de robar.

El de la izquierda está sentado en el suelo, junto a una cesta llena de uvas, con su mano izquierda sostiene una calada de melón, y en la mano derecha lleva el racimo de uva, del que come directamente. 

El de la derecha está sentado más alto, sobre una madera o taburete, en una posición superior a la de su compañero, al que mira atentamente. Tiene la mejilla hinchada por la gran cantidad de melón que se ha introducido en la boca, en la mano izquierda tiene la tajada de melón de la que esta comiendo y en la mano derecha el cuchillo para cortar el melón que apoya entre sus piernas.

Murillo, en su espíritu crítico, presenta la cruda realidad de la infancia de una Sevilla en crisis, con unos niños que, a pesar de su pobreza, parecen gozosos y felices en un ambiente alegre, con una gran dignidad que inspira ternura, al verlos disfrutar de esa comida. Para el pintor sevillano el niño callejero no solo es un mendigo y ladrón sino un personaje de gran inteligencia natural, capaz de sobrevivir sin el apoyo de un adulto.

Desde el punto de vista artístico, la diagonal barroca, como eje compositivo, es doble. Una línea va de las uvas al melón y la otra une las miradas cómplices de los picaros.

El juego de luces y sombras lleva al espectador hacia los niños que se iluminan desde la izquierda del cuadro, destacando la luminosidad del blanco de la vestimenta del niño de la izquierda y la carne de la rodaja del melón. Las ruinas del fondo están en oscuridad como si el fondo fuera neutro. 



Los niños se presentan sucios y vestidos pobremente con andrajosos harapos rotos. Los pies adquieren gran protagonismo al presentarse en primer plano, destacando estar descalzos, sucios y polvorientos, como máxima expresión de la pobreza al tener que caminar descalzos por no tener, ni siquiera unos zapatos para caminar.

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