jueves, 2 de enero de 2025

 SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

El baño. Mary Cassat.

A mediados de la década de 1880, hubo varios brotes de cólera en Francia y las campañas de salud pública pedían a las personas que se bañaran con regularidad. El baño comenzaba a entenderse como una medida de prevención médica contra enfermedades. Al mismo tiempo, se alentó a las madres a cuidar de sus propios hijos, en lugar de utilizar cuidadores.

En este sentido, el baño del niño de Mary Cassatt de 1893 es una escena cotidiana, un retrato íntimo, “especial sin ser especial”, es una enternecedora escena doméstica que evoca un ambiente de tranquilidad y armonía doméstica en el hogar.

Nos ofrecen un testimonio gráfico de cómo se realizaba la higiene infantil a finales del s. XIX. pues en la mayoría de los casos los baños eran parciales y se realizaban con la ayuda de jofainas y jarras de agua. Así, la mujer está lavando al bebé en pedazos y en particular sus pies. que los pies remojados en el agua para limpiarlos y luego secarlos.

El niño tiene una tela blanca envuelta alrededor de su abdomen y la mujer lleva un vestido con fuertes rayas verticales de color verde, rosa y blanco.

La madre sostiene al niño con firmeza y con un gesto protector de su mano izquierda, alrededor de su cintura, mientras con la otra mano le lava suavemente los pies, en una palangana con agua, apoyada en el piso junto a una jarra decorada con un patrón floral.

El brazo izquierdo del niño se apoya sobre la pierna de la madre, mientras que la otra mano descansa sobre su propia pierna.

La mano derecha de la madre presiona firme pero suavemente sobre el pie derecho del niño en la palangana.

La escena la vemos desde arriba, lo que nos permite contemplar los reflejos del agua.

Detalle del lavado de los pies


Por Andrés Carranza Bencano

PEDIATRIA

El baño. Mary Cassat. 

El baño. Mary Cassat. 1893. Óleo sobre lienzo. 100,3 x 66,1 cm. Instituto de Arre de Chicago. (CC BY 3.0)

A mediados de la década de 1880, hubo varios brotes de cólera en Francia y las campañas de salud pública pedían a las personas que se bañaran con regularidad. El baño comenzaba a entenderse como una medida de prevención médica contra enfermedades. Al mismo tiempo, se alentó a las madres a cuidar de sus propios hijos, en lugar de utilizar cuidadores.

En este sentido, el baño del niño de Mary Cassatt de 1893 es una escena cotidiana, un retrato íntimo, “especial sin ser especial”, es una enternecedora escena doméstica que evoca un ambiente de tranquilidad y armonía doméstica en el hogar.

Nos ofrecen un testimonio gráfico de cómo se realizaba la higiene infantil a finales del s. XIX. pues en la mayoría de los casos los baños eran parciales y se realizaban con la ayuda de jofainas y jarras de agua. Así, la mujer está lavando al bebé en pedazos y en particular sus pies. que los pies remojados en el agua para limpiarlos y luego secarlos.

El niño tiene una tela blanca envuelta alrededor de su abdomen y la mujer lleva un vestido con fuertes rayas verticales de color verde, rosa y blanco.

La madre sostiene al niño con firmeza y con un gesto protector de su mano izquierda, alrededor de su cintura, mientras con la otra mano le lava suavemente los pies, en una palangana con agua, apoyada en el piso junto a una jarra decorada con un patrón floral.

El brazo izquierdo del niño se apoya sobre la pierna de la madre, mientras que la otra mano descansa sobre su propia pierna.

La mano derecha de la madre presiona firme pero suavemente sobre el pie derecho del niño en la palangana.

La escena la vemos desde arriba, lo que nos permite contemplar los reflejos del agua.

Detalle del lavado de los pies

Por Andrés Carranza Bencano

 SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

Cristo en casa de Simón el Fariseo. Pedro Pablo Rubens.

Cristo en casa de Simón el Fariseo. Rubens, Pedro Pablo. 1618-1620. Óleo sobre lienzo. 284,5 x 189 cm. Museo del Hermitage. San Petersburgo.  (CC BY 3.0)


La unción de Cristo es referida por los cuatro evangelistas. La ocurrida en Betania es recogida por Mateo y Marcos sobre la cabeza, y por Juan sobre los pies, y otra, relatada por Lucas, sobre los pies, se diferencia de los anteriores por no hacer alusión al empleo del perfume para el día de la sepultura.

En ninguna de las escenas evangélicas se menciona a María Magdalena como la mujer que ungió a Jesús.

Sin embargo, el papa Gregorio Magno (540-604) estableció que la mujer “pecadora” de Lucas, María de Betania y María Magdalena eran la misma persona.

Igualmente, la “Leyenda dorada”, redactado en latín en 1264 por el dominico italiano Santiago de la Vorágine, incluye a la Magdalena como protagonista de la unción en los episodios dedicados a la santa de Magdala.

Esta obra pasó a formar parte del museo ruso en el año 1779, cuando fue adquirida por Catalina la Grande de la colección de Robert Walpole en Houghton Hall, Norfolk.

La escena representa por Rubens en esta obra plasma la escena narrada por el evangelista Lucas (Lc 7: 36-50) en casa de Simón el Fariseo.

Simón el Fariseo invitó a Jesús a comer a su casa. Una mujer “pecadora”, al enterarse de que Jesús estaba en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro con perfume, se agachó a sus pies y comenzó a lavarlos con sus lágrimas, los secó con sus cabellos, los besó y los ungió con perfumes.

Ante esta escena, el Fariseo pensó para sí mismo: Si este fuera profeta, sabría con certeza que la mujer que le toca que es una pecadora. A esta aseveración, Jesús le contestó por medio de una parábola:

“Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. No teniendo estos con qué pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más? Simón contestó: Estimo que aquel a quien perdonó más. Entonces Jesús le dijo: Has juzgado con rectitud. Y vuelto hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; ella en cambio ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso; pero ella, desde que entré no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con óleo; ella en cambio ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Aquel a quien menos se perdona menos ama. Entonces le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados (Lc 7, 41-49)”.

Rubens retrató esta escena en un cuadro lleno de personajes y de colorido, dispuesto en torno a una mesa, ante la cual aparece arrodillada la mujer pecadora.

Destaca que se trata de una gran comida en relación con los manjares que se reparten.

Detalle de los alimentos


Maria Varshavskaya y Xenia Yegorova han interpretado la obra como un conflicto entre el bien y el mal, entre la virtud y el vicio, donde se exponen los pecados de los fariseos: el orgullo, la hipocresía, la miopía mental o incredulidad, la piedad ostentosa y la codicia.

Pero sin duda, el protagonista principal son la pecadora y el pie de Cristo.

Detalle de la pecadora y el pie de Jesús

Eran deberes de cortesía para con el huésped darle el beso de bienvenida, ofrecerle agua para lavarse los pies, y perfumes con que ungirse (Sagrada Biblia, tomo III, 1990: 191). 

El lavado de los pies se acostumbraba a realizar antes de una comida, pues las personas solían llevar sandalias para viajar por aquellos caminos secos y polvorientos.

Por ello en un hogar de término medio, el anfitrión ponía un recipiente con agua a disposición del visitante para que este se lavara los pies.

Pero, si el anfitrión era una persona acomodada, tenía esclavos para hacer ese trabajo, pues se consideraba una tarea servil.

Y si era el propio anfitrión el que lavaba los pies de la persona invitada, el hecho se convertía en una especial demostración de humildad y afecto hacia él.

Cuando David pidió a Abigail que fuese su esposa, ella manifestó su disposición al decir: “Aquí está tu esclava como sierva para lavar los pies de los siervos de mi señor” (Samuel 25: 40-42).

Por Andrés Carranza Bencano