SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA
Jeroboam ofrece sacrificios al Becerro de Oro. Jean Honoré Fragonard.
Jeroboan ofrece sacrificio al becerro de oro. Jean Honore
Fragonard. 1752. Óleo sobre lienzo. 111 x 143 cm. Escuela de Bellas Artes.
Paris. (ver) (CC BY 3.0)
Salomón, Roboam y Jeroboam
Salomón es recordado en la Biblia como un rey sabio y
próspero, a quien Dios concedió una inteligencia extraordinaria. Bajo su
gobierno, Israel alcanzó un notable desarrollo económico y comercial, y se
levantó el majestuoso Templo de Jerusalén, centro religioso y símbolo de la
unidad nacional. Sin embargo, las riquezas y grandezas de su reinado también
trajeron excesos: la idolatría, la multiplicación de esposas extranjeras y la
carga de impuestos y trabajos forzados que pesaban sobre el pueblo. El “yugo” mencionado
en las Escrituras alude precisamente a esta dura opresión.
Roboam era hijo y sucesor de
Salomón (1 Reyes
11:43). Su madre era Naama, una mujer amonita (1 Reyes 14:21); por tanto,
Roboam pertenecía a Israel solo por parte de su padre, aunque por linaje
materno seguía siendo semita, ya que los amonitas descendían de Lot, sobrino de
Abraham.
En contraste, Jeroboam,
hijo de Nabat y de una viuda llamada Zerúa, pertenecía a la tribu de Efraín.
Durante el reinado de Salomón había sido designado como supervisor de los
tributos y de la mano de obra de la casa de José (1 Reyes 11:28), lo que le
daba una posición relevante. Fue entonces cuando el profeta Ahías de Silo le anunció que Dios le entregaría
diez de las doce tribus de Israel. Como signo, Ahías rasgó un manto nuevo en
doce pedazos y dio diez de ellos a Jeroboam (1 Reyes 11:29-31). La promesa de
Dios incluía la condición de que Jeroboam obedeciera sus mandamientos y
siguiera sus caminos, como lo había hecho David (v. 38): "Y si prestares oído a todas las cosas que te mandare, y
anduvieres en mis caminos, e hicieres lo recto delante de mis ojos, guardando
mis estatutos y mis mandamientos, como hizo David mi siervo, yo estaré contigo
y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David, y yo te entregaré a
Israel" (versículo 38). “Porque me han dejado y han
adorado a Astarte, diosa de los sidonios; a Quemós, dios de Moab; y a Moloc,
dios de los hijos de Amón. No han andado en mis caminos para hacer lo recto
ante mis ojos y guardar mis estatutos y mis decretos, como su padre David”.
Al conocer esta profecía, Salomón intentó eliminarlo,
pero Jeroboam huyó a Egipto, donde encontró refugio bajo el rey Sisac (v. 40).
La división del reino
Tras la muerte de Salomón, Roboam fue reconocido sin
dificultad en Judá, donde los ancianos lo apoyaban. Sin embargo, las tribus del
norte, descontentas con la pesada carga heredada del reinado anterior,
rehusaron someterse a él. Convocaron una asamblea en Siquem, (actual Nabulus),
antigua sede de reuniones nacionales de la tribu de Efraín (Génesis 12:6; Josué 24:1), y
enviaron a llamar a Jeroboam, quien fue proclamado rey de Israel (1 Reyes
12:1-4).
De este modo se
consumó la división: Jeroboam
reinó sobre las diez tribus del norte, formando el Reino de Israel,
con capital primero en Siquem y luego en Tirsa; mientras que Roboam conservó el Reino de Judá, integrado por
Judá y Benjamín, con Jerusalén como capital. Roboam incluso intentó recuperar
las tribus rebeldes reuniendo un ejército de 180.000 hombres, pero Dios lo
detuvo con un mensaje claro: “Esto lo he hecho yo” (1 Reyes 12:24).
Jeroboam y la idolatría
Aunque Jeroboam consolidó su reino y fortificó varias
ciudades, temía que el pueblo regresara a Jerusalén para adorar en el Templo y
así volviera a someterse a Roboam. Para evitarlo, estableció centros de culto
en Betel y Dan, donde erigió becerros de oro y
proclamó: “He aquí tus dioses, oh Israel, los que te hicieron subir de la tierra de Egipto” (1 Reyes 12:28).
Así, a pesar de la oferta de Dios de
establecer su dinastía en Israel, Jeroboam eligió la idolatría, y el profeta
Ahías le dijo a Jeroboam que su familia no perduraría (1 Reyes 14).
Un hombre de Dios vino a Betel
para entregar el pronunciamiento de Dios. Enojado, Jeroboam demandó su arresto,
pero Dios inmediatamente atrofió la mano del rey y destruyó el altar que él
estaba usando para sacrificios paganos.
Aun cuando la mano de Jeroboam fue sanada, el rey no
abandonó su camino de idolatría. Siguió nombrando sacerdotes de cualquier
origen para los altares paganos (1 Reyes 13:33).
Profecía contra su casa
Cuando
el hijo de Jeroboam cayó gravemente enfermo, el rey envió a su esposa (disfrazada)
a consultar al profeta Ahías (1 Reyes 14:1-3). Dios reveló al profeta la
identidad de la mujer y el mensaje que debía transmitir: el niño moriría y la
casa de Jeroboam sería destruida, porque él había dejado de seguir a Dios. Ahías
también anunció que el reino del norte sería finalmente dispersado más allá del
río Éufrates a causa de su idolatría (1 Reyes 14:15-16), por cuanto han hecho sus imágenes de Asera (en hebreo: Asherim, deidad cananea), lo que había
enojado a Jehová. La
primera parte de esta profecía se cumplió de inmediato con la muerte del niño;
la segunda se realizaría unos dos siglos más tarde, con el exilio de Israel en
Asiria.
Fin de la dinastía de Jeroboam
Jeroboam gobernó Israel durante veintidós años. A su
muerte fue sucedido por su hijo Nadab,
pero este apenas reinó dos años antes de ser asesinado. Con él fue exterminada
toda la descendencia de Jeroboam, cumpliéndose así la palabra del profeta Ahías
(1 Reyes 15:25-30).
Jeroboan ofrece sacrificio al becerro de
oro. Jean Honore Fragonard. 1752. Óleo sobre lienzo. 111 x 143 cm. Escuela de
Bellas Artes. Paris. (ver) (CC BY 3.0)
Uno de
los aspectos menos divulgados de esta obra es su propia trayectoria histórica.
Originalmente fue encargada por el rey Luis XV de
Francia para embellecer el palacio de Fontainebleau, aunque
nunca llegó a instalarse allí. En vez de ello, pasó a manos de un coleccionista
privado hasta que, en 1936, ingresó en las colecciones del Museo del Louvre, donde se conserva actualmente.
La escena
representada gira en torno a Jeroboam, primer monarca del
reino del norte de Israel. Situado a la izquierda de la composición, aparece
con los brazos elevados en actitud de oración, ofreciendo un sacrificio no al
Dios de Israel, sino a un ídolo.
Detalle de Jeroboam
Frente a la
rigidez casi escultórica de su figura, el sector derecho del lienzo transmite
mayor movimiento: funcionarios forcejean con el profeta que, en nombre de Dios,
lo increpa por su infidelidad.
Detalle del profeta
Detalle del profeta
En el fondo,
dominando el centro de la escena, se alza el Becerro de Oro, una de las
imágenes que Jeroboam hizo erigir en los santuarios de Betel y Dan (cf. 1 Reyes
12:26-30; 13:1-5).
Detalle del Becerro de Oro
En
primer plano destacan los fieles arrodillados, unos con calzado y otro descalzo
representando las distintas clases sociales.
Detalle del primer plano
Detalle del primer plano
El dramatismo
se concentra en los rostros y gestos de los personajes, que expresan una gama
de emociones que va desde la veneración hasta el miedo y el rechazo, reforzando
la tensión espiritual y moral que la pintura pretende transmitir.
Por Andrés Carranza Bencano