sábado, 23 de agosto de 2025

EL PIE Y LA PASION DE CRISTO EN LA PINTURA

PRESENTACIÓN AL PUEBLO. ECCE HOMO.

Ecce Homo. Michel Angello Merisi de Caravaggio.

Ecce Homo. Caravaggio. 1604. Óleo sobre lienzo. 128 x 103 cm. Palazzo Blanco. Genova. Italia. (ver) (CC BY 3.0)

“Ecce Homo” representa un episodio de la Pasión de Cristo, cuando Pilato presenta a Jesús ante la multitud con la frase “He aquí el hombre” (Jn 19,5), momentos antes de su crucifixión. La obra se enmarca dentro de un período de gran madurez de Caravaggio, donde el artista exploraba la representación cruda y directa del sufrimiento humano, rompiendo con idealizaciones renacentistas.

Se dice que la obra fue realizada para un concurso convocado por el arzobispo de Florencia, en el contexto de encargos religiosos que buscaban un impacto emocional intenso en el espectador, acorde con la Contrarreforma.

Cristo ocupa el centro, con la cabeza coronada de espinas y mirada penetrante, cargada de sufrimiento y resignación. 

Detalle de Jesús

A su lado, un guardia romano sostiene la escena.

Detalle del guardia romano

Poncio Pilato, en primer plano, dirige la mirada hacia el pueblo que exige la condena.

Detalle de Poncio Pilato

Caravaggio enfatiza la crudeza del dolor mediante contrastes de luz y sombra (tenebrismo), acercando al espectador a la intensidad psicológica de la escena.

El claroscuro es notable: la luz resalta el rostro de Cristo y las expresiones de los personajes, mientras que el fondo permanece oscuro, centrando la atención en la interacción dramática.

Aunque tradicionalmente se atribuye a Caravaggio, algunos especialistas han cuestionado la autoría, debido a diferencias estilísticas con otras obras de la misma época. Sin embargo, la mayoría coincide en que la obra refleja el realismo y la intensidad emocional características del maestro lombardo.

Por Andrés Carranza Bencano

EL PIE Y LOS NAZARENOS DE SEVILLA

Ecce Homo.

El término Ecce Homo (del latín “he aquí el hombre”) corresponde a la traducción de la Vulgata de las palabras que, según el Evangelio de Juan (19:5), pronunció Poncio Pilato al presentar a Jesús tras su flagelación y coronación de espinas. El texto griego original recoge la expresión ἰδοὺ ὁ ἄνθρωπος (idoù ho ánthropos), que en castellano puede verterse como “este es el hombre” o “he aquí al hombre”. Con esta fórmula, Pilato exhibía públicamente al reo ante la multitud, en un intento de suscitar compasión o de desactivar la presión popular que exigía su ejecución. La tradición cristiana ha relacionado este episodio con el gesto de “lavarse las manos” que el Evangelio de Mateo (27,24) atribuye al procurador romano como signo de su renuncia a asumir la plena responsabilidad en la condena.

La escena del Ecce Homo tiene lugar inmediatamente después de la flagelación de Jesús atado a la columna y de la coronación de espinas, aunque el orden de estos episodios varía en los distintos relatos evangélicos. La fórmula pronunciada por Pilato constituye una presentación de carácter casi judicial, comparable en cierto modo a expresiones jurídicas como el “habeas corpus”, en tanto que muestra públicamente al acusado ante la autoridad del pueblo. Con el paso del tiempo, la expresión ha trascendido su contexto bíblico y litúrgico para incorporarse al lenguaje común, donde se utiliza con un sentido figurado que alude a alguien en estado de gran deterioro físico, como refleja el dicho popular: “vino hecho un ecce homo”.

En el arte cristiano, se denomina Ecce Homo a un tipo iconográfico que representa a Jesús según el relato del Evangelio de Juan, inmediatamente después de la flagelación y la coronación de espinas. La escena puede incluir únicamente la figura de Cristo o bien incorporar a otros personajes como Pilato, los soldados romanos, los sayones o la multitud. El entorno suele situarse en un marco arquitectónico (palacios, castillos o escalinatas) que subraya el carácter público de la presentación. La imagen de Cristo se caracteriza por mostrarlo semidesnudo y maniatado, portando una caña a modo de cetro, símbolo de la burla de sus verdugos. Del mismo modo, la túnica retirada y el manto púrpura refuerzan la ironía cruel, pues la acusación que motivó su condena era proclamarse “rey de los judíos”. De ahí también que, ya en el Calvario, los romanos colocaran sobre la cruz la inscripción INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, “Jesús Nazareno, rey de los judíos”), que conserva ese matiz sarcástico.

Iglesia de san Alberto

Hornacina con Ecce Homo

Detalle de Ecce Homo

Capillita de san José

Una nueva repisa-retablo con un Ecce-Homo, que se venera con la advocación de Cristo de las Angustias, de estilo granadino.

Repisa-retablo con Ecce-Homo
Detalle de Ecce-Homo

Iglesia de san Martin

Ecce Homo de la Santa Espina, anónimo siglo XVII, encargado por la Hermandad en 1652, para colocarlo sobre el tabernáculo en el que se veneraba la reliquia de la Santa Espina.

A principios del XIX fue trasladada a la Capilla Bautismal, con intención de que pudiera ser contemplado desde el exterior, a través de una ventana, de forma semejante al Cristo del Buen Viaje de san Esteban.

Fue retirado del culto en 1889 y colocado en su capilla después de su restauración.

Capilla del Ecce Homo de la Santa Espina
Ecce Homo de la Santa Espina
Detalle del rostro
Detalle de las manos
Detalle de una de las manos

Por Andrés Carranza Bencano

SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

Jeroboam ofrece sacrificios al Becerro de Oro. Jean Honoré Fragonard.

Jeroboan ofrece sacrificio al becerro de oro. Jean Honore Fragonard. 1752. Óleo sobre lienzo. 111 x 143 cm. Escuela de Bellas Artes. Paris. (ver) (CC BY 3.0)

Salomón, Roboam y Jeroboam

Salomón es recordado en la Biblia como un rey sabio y próspero, a quien Dios concedió una inteligencia extraordinaria. Bajo su gobierno, Israel alcanzó un notable desarrollo económico y comercial, y se levantó el majestuoso Templo de Jerusalén, centro religioso y símbolo de la unidad nacional. Sin embargo, las riquezas y grandezas de su reinado también trajeron excesos: la idolatría, la multiplicación de esposas extranjeras y la carga de impuestos y trabajos forzados que pesaban sobre el pueblo. El “yugo” mencionado en las Escrituras alude precisamente a esta dura opresión.

Roboam era hijo y sucesor de Salomón (1 Reyes 11:43). Su madre era Naama, una mujer amonita (1 Reyes 14:21); por tanto, Roboam pertenecía a Israel solo por parte de su padre, aunque por linaje materno seguía siendo semita, ya que los amonitas descendían de Lot, sobrino de Abraham.

En contraste, Jeroboam, hijo de Nabat y de una viuda llamada Zerúa, pertenecía a la tribu de Efraín. Durante el reinado de Salomón había sido designado como supervisor de los tributos y de la mano de obra de la casa de José (1 Reyes 11:28), lo que le daba una posición relevante. Fue entonces cuando el profeta Ahías de Silo le anunció que Dios le entregaría diez de las doce tribus de Israel. Como signo, Ahías rasgó un manto nuevo en doce pedazos y dio diez de ellos a Jeroboam (1 Reyes 11:29-31). La promesa de Dios incluía la condición de que Jeroboam obedeciera sus mandamientos y siguiera sus caminos, como lo había hecho David (v. 38): "Y si prestares oído a todas las cosas que te mandare, y anduvieres en mis caminos, e hicieres lo recto delante de mis ojos, guardando mis estatutos y mis mandamientos, como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David, y yo te entregaré a Israel" (versículo 38). “Porque me han dejado y han adorado a Astarte, diosa de los sidonios; a Quemós, dios de Moab; y a Moloc, dios de los hijos de Amón. No han andado en mis caminos para hacer lo recto ante mis ojos y guardar mis estatutos y mis decretos, como su padre David”.

Al conocer esta profecía, Salomón intentó eliminarlo, pero Jeroboam huyó a Egipto, donde encontró refugio bajo el rey Sisac (v. 40).

La división del reino

Tras la muerte de Salomón, Roboam fue reconocido sin dificultad en Judá, donde los ancianos lo apoyaban. Sin embargo, las tribus del norte, descontentas con la pesada carga heredada del reinado anterior, rehusaron someterse a él. Convocaron una asamblea en Siquem, (actual Nabulus), antigua sede de reuniones nacionales de la tribu de Efraín (Génesis 12:6; Josué 24:1), y enviaron a llamar a Jeroboam, quien fue proclamado rey de Israel (1 Reyes 12:1-4).

De este modo se consumó la división: Jeroboam reinó sobre las diez tribus del norte, formando el Reino de Israel, con capital primero en Siquem y luego en Tirsa; mientras que Roboam conservó el Reino de Judá, integrado por Judá y Benjamín, con Jerusalén como capital. Roboam incluso intentó recuperar las tribus rebeldes reuniendo un ejército de 180.000 hombres, pero Dios lo detuvo con un mensaje claro: “Esto lo he hecho yo” (1 Reyes 12:24).

Jeroboam y la idolatría

Aunque Jeroboam consolidó su reino y fortificó varias ciudades, temía que el pueblo regresara a Jerusalén para adorar en el Templo y así volviera a someterse a Roboam. Para evitarlo, estableció centros de culto en Betel y Dan, donde erigió becerros de oro y proclamó: “He aquí tus dioses, oh Israel, los que te hicieron subir de la tierra de Egipto” (1 Reyes 12:28).

Así, a pesar de la oferta de Dios de establecer su dinastía en Israel, Jeroboam eligió la idolatría, y el profeta Ahías le dijo a Jeroboam que su familia no perduraría (1 Reyes 14).

Un hombre de Dios vino a Betel para entregar el pronunciamiento de Dios. Enojado, Jeroboam demandó su arresto, pero Dios inmediatamente atrofió la mano del rey y destruyó el altar que él estaba usando para sacrificios paganos.

Aun cuando la mano de Jeroboam fue sanada, el rey no abandonó su camino de idolatría. Siguió nombrando sacerdotes de cualquier origen para los altares paganos (1 Reyes 13:33).

Profecía contra su casa

Cuando el hijo de Jeroboam cayó gravemente enfermo, el rey envió a su esposa (disfrazada) a consultar al profeta Ahías (1 Reyes 14:1-3). Dios reveló al profeta la identidad de la mujer y el mensaje que debía transmitir: el niño moriría y la casa de Jeroboam sería destruida, porque él había dejado de seguir a Dios. Ahías también anunció que el reino del norte sería finalmente dispersado más allá del río Éufrates a causa de su idolatría (1 Reyes 14:15-16), por cuanto han hecho sus imágenes de Asera (en hebreo: Asherim, deidad cananea), lo que había enojado a Jehová. La primera parte de esta profecía se cumplió de inmediato con la muerte del niño; la segunda se realizaría unos dos siglos más tarde, con el exilio de Israel en Asiria.

Fin de la dinastía de Jeroboam

Jeroboam gobernó Israel durante veintidós años. A su muerte fue sucedido por su hijo Nadab, pero este apenas reinó dos años antes de ser asesinado. Con él fue exterminada toda la descendencia de Jeroboam, cumpliéndose así la palabra del profeta Ahías (1 Reyes 15:25-30).

Jeroboan ofrece sacrificio al becerro de oro. Jean Honore Fragonard. 1752. Óleo sobre lienzo. 111 x 143 cm. Escuela de Bellas Artes. Paris. (ver) (CC BY 3.0)

Uno de los aspectos menos divulgados de esta obra es su propia trayectoria histórica. Originalmente fue encargada por el rey Luis XV de Francia para embellecer el palacio de Fontainebleau, aunque nunca llegó a instalarse allí. En vez de ello, pasó a manos de un coleccionista privado hasta que, en 1936, ingresó en las colecciones del Museo del Louvre, donde se conserva actualmente.

La escena representada gira en torno a Jeroboam, primer monarca del reino del norte de Israel. Situado a la izquierda de la composición, aparece con los brazos elevados en actitud de oración, ofreciendo un sacrificio no al Dios de Israel, sino a un ídolo. 

Detalle de Jeroboam

Frente a la rigidez casi escultórica de su figura, el sector derecho del lienzo transmite mayor movimiento: funcionarios forcejean con el profeta que, en nombre de Dios, lo increpa por su infidelidad.

Detalle del profeta

Detalle del profeta

En el fondo, dominando el centro de la escena, se alza el Becerro de Oro, una de las imágenes que Jeroboam hizo erigir en los santuarios de Betel y Dan (cf. 1 Reyes 12:26-30; 13:1-5). 

Detalle del Becerro de Oro

En primer plano destacan los fieles arrodillados, unos con calzado y otro descalzo representando las distintas clases sociales.

Detalle del primer plano

Detalle del primer plano

El dramatismo se concentra en los rostros y gestos de los personajes, que expresan una gama de emociones que va desde la veneración hasta el miedo y el rechazo, reforzando la tensión espiritual y moral que la pintura pretende transmitir.

Por Andrés Carranza Bencano