sábado, 21 de enero de 2023

 EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA

Santísimo Cristo de Vera Cruz

El Santísimo Cristo de la Vera-Cruz, es un crucificado sevillano, anónimo de la primera mitad del siglo XVI, y se cree que en sus orígenes debió itinerar en una cruz alzada portada por tres sacerdotes.

Es la imagen más antigua que procesiona en la ciudad, a falta de datación, junto con el Santísimo Cristo de Burgos, residente en San Pedro.

Puede relacionarse con algún escultor del circulo de Roque de Balduque, un escultor de origen flamenco asentado en Sevilla, o con Antón Vázquez, autor del Cristo de la Vera de Arcos de la Frontera, sin que exista ninguna confirmación documental al respecto.

Algunos autores la adscriben a la órbita del escultor Juan Bautista Petroni, que nacido en Italia, residió durante unos años a caballo entre Cádiz, Málaga y Sevilla   hasta que cumplidos los treinta años se asentó definitivamente en la capital andaluza. Hay constancia de que en obras como la Inmaculada de Galaroza   contó con la asistencia en la policromía   de Juan de Mata Boys David.

En cualquier caso, podría fecharse en el periodo comprendido entre los años 1520 y 1540, siendo la cruz de época muy posterior.

Es una escultura de madera policromada de tamaño algo inferior al natural (el cuerpo alcanza los 135 cm. de altura) fijada al madero con tres clavos.  Corresponde formalmente a los inicios de la estética renacentista, con claros rasgos del último gótico.


Santísimo Cristo de la Vera Cruz

Se trata de la imagen de un crucificado muerto, como revelan la posición de la cabeza, inclinada por completo sobre el hombro derecha y tallada con una hermosa belleza muy próxima al patetismo, la boca entreabierta mostrando la dentadura y el comienzo de la lengua y los ojos entornados.

Detalle de la cabeza del Santísimo Cristo de la Vera Cruz

El autor remarcó el tono dramático de la escultura, mostrando detalles como la herida sangrante del costado. Otros regueros de sangre son apreciables en el cuello y en la parte superior del tórax, como resultado de la presencia de una corona de espinas labrada en el propio soporte de la imagen.

Como hemos comentado, es una talla de tres clavos, con las manos enclavadas en las palmas, las rodillas flexionadas y un solo clavo para ambos pies, el derecho sobre el izquierdo.

Detalle de la mano enclavada por la palma

Detalle de las rodillas y el enclavamiento de los pies

Todos estos recursos son bien propios de la escultura del último gótico, pese a la fecha de realización de la obra. 

Por el contrario, la composición del sudario o paño de pureza corresponde a la imaginería renacentista, con unas formas de influencia genovesa, con modelados en dos partes.

Esta pieza cubre la zona central de la escultura y se anuda sobre su cadera izquierda. Su alistada estampación imita a un tejido hebráico de notable belleza. Es evidente el naturalismo de los pliegues. Sus dimensiones y formato facilitan la datación en los comedios del quinientos.

Detalle del sudario o paño de pureza

En una restauración efectuada en 1978 por el Prof. D. Francisco Arquillo Torres fue hallada en el sudario una banda de policromía, que viene a semejar la existencia de un bordado sobre la propia pieza, elaborado a base de franjas verticales.

En dicha restauración, y al igual que en otras imágenes de esta índole, fue encontrado en el interior de la Imagen un documento que no reflejaba el nombre del Autor de la Imagen, sino que aparecían una serie de nombres que datan la mayoría de ellos del Siglo XVI o XVII, al parecer, posibles miembros de la Junta de Oficiales de la Hermandad, personajes pertenecientes a los Caballero Veinticuatro de la Ciudad, y miembros destacados de la corporación.

Entre los años 2018-2019 la imagen fue restaurada por el Prof. Pedro E. Manzano Beltrán que supo recuperar el esplendor de la talla, así como realzarla. Hoy día, sigue manteniendo la particularidad de escenificar la escena del Calvario, iconografía que transmite el carácter romántico.

En definitiva, se trata de una obra con un cruce de influencias entre dos tradiciones artísticas bien diferenciadas. Las procedentes de los siglos finales de la Edad Media, con esa tendencia al patetismo y a la dramatización de la imagen y las que atiende a una representación más naturalista en las obras, con influencias que, en último extremo, están llegando desde Italia.

La advocación del Santísimo Cristo de la Vera Cruz responde a una antiquísima y sugestiva tradición. Para los primeros cristianos es un signo irrenunciable, porque así aparece en la predicación primitiva y muy especialmente en los textos de San Pablo. En la Epístola a los Gálatas, por ejemplo, reclama con orgullo: "a mi líbreme Dios de gloriarme, sino en la Cruz e Nuestro Señor Jesucristo, en la que el mundo está crucificado para mí, y yo lo estoy para el mundo” (Gal 6,14).

A partir del emperador Constantino la Cruz empieza a ser signo del triunfo cristiano que se identifica con la Resurrección. El origen de esta advocación ampliamente difundida por la Orden Franciscana, se remonta a los tiempos de Santa Elena, madre de Constantino, tradicionalmente considerada como la descubridora de la Verdadera Cruz.


Autor: Andrés Carranza Bencano