SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA
La Inmaculada Concepción. Pedro Pablo Rubens.
Rubens pintó este cuadro durante su segunda visita a
Madrid (1628-1629), por encargo del marqués de Leganés que después se la
regaló al rey Felipe IV, por lo que se colocó en
el oratorio del rey del Alcázar de Madrid, donde se documenta ya en 1636 y,
posteriormente en el Monasterio del Escorial, donde estuvo hasta 1837.
La Virgen viste túnica roja, símbolo del martirio
psicológico al padecer el sufrimiento de su hijo, y manto azul como símbolo de
eternidad.
La Iglesia Católica
promovía el culto a la Inmaculada Concepción como parte de su estrategia para
frenar el avance del protestantismo. Por esta razón, en el
siglo XVII proliferaron las representaciones de la Inmaculada.
Estas representaciones tomaron como base un pasaje del
Apocalipsis de la Biblia: “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer
vestida del Sol, y la Luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre
su cabeza”.
Por esta razón la Luna aparece en todas
las Inmaculadas, como alegoría de la
pureza de María y, como tal, se representa siempre como un cuerpo
perfecto: llena, creciente o menguante, de alabastro o cristal, y siempre
inmaculada, como la Virgen.
Pero Rubens,
contemporáneo de Galileo, conocía los descubrimientos realizados por el
astrónomo y este es uno
de los primeros cuadros en los que la Luna se representa como la mostró el
telescopio, o sea imperfecta y opaca, en contradicción con la idea
de la pureza lunar defendida desde los tiempos de Aristóteles.
Además, La Virgen, coronada de estrellas, pisa la serpiente con la manzana, símbolo del pecado.