EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA
Cristo de la Conversión del buen ladrón.
Es titular de la Pontificia, Real, Ilustre y Antigua
Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Conversión del
Buen Ladrón y Nuestra Madre y Señora de Montserrat, establecida en la Capilla
de Montserrat, que fue fundada a finales del siglo XVI, por un grupo de catalanes residentes en Sevilla. Sus reglas fueron aprobadas en
1601.
En el año 1851 fueron nombrados Hermanos Mayores Antonio de
Orleans, Duque de Montpensier, y su esposa María Luisa de Borbón, infanta de
España.
El mayordomo
Alonso Díaz encargó el 5 de mayo de 1619 al imaginero Juan de Mesa y Velasco
una imagen con “hechura de Cristo Nuestro Señor crucificado, de madera de cedro
de indias, de estatura natural, que tenga nueve cuartas de alto desde la punta
de los pies hasta la cabeza, quedando en postura de vivo, hablando con el buen
ladrón clavado en la cruz”.
La obra fue entregada
el 24 de febrero de 1620, ante el notario, Juan bautista Contreras, se contaron
los trescientos reales del pago inicial y dejaron escritas las condiciones del
que será mayor Crucificado de Sevilla.
El paso
de misterio en el que procesiona el viernes Santo representa la escena de la
Conversión del Buen Ladrón, en que el crucificado esta flanqueado por los dos ladrones (Dimas y Gestas), igualmente crucificados
y la Magdalena de rodillas llorando al pie del Calvario. Los ladrones son obras
de Pedro Nieto en 1628 y la Magdalena se trata de una imagen anónima adaptada
de una talla anterior de una santa dominica.
Todo
este conjunto gira en torno a la conversación entre Cristo y Dimas, que como
recogen los evangelios le dice:
“Y
uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres
el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Respondiendo
el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma
condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que
merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.
Y
dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Entonces
Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. (Lc
23, 39-43).
Por
ello, es un Cristo dialogante, capaz de mostrar su Misericordia
a la hora de que se le acerque cualquier devoto, que
dirige su mirada compasiva y misericordiosa al buen ladrón y le invita al
paraíso, anticipando la Pascua con la salvación de Dimas que, arrepentido de
sus pecados, reconoce al que está crucificado a su lado como el Mesías capaz de
llevarlo a su Reino, que es un Reino de perdón, de misericordia y de amor, como
el malhechor mismo puede experimentar en los últimos momentos de su vida.
Los estudiosos
coinciden en señalar que con esta imagen Juan de Mesa se aparta del tipo creado
por su maestro Martínez Montañés, para crear un Crucificado muy personal, en el
que destacan sobre todo su fuerza y su gran expresividad. Fuerza
sobrehumana pues, pese al martirio que está padeciendo, aún le queda energía
para dialogar con Dimas, el buen ladrón, y decir sus últimas palabras. Pero, al
mismo tiempo, a
pesar de su fuerte complexión, cargada de tensión y dramatismo, el Señor se
muestra sereno y en un equilibrio perfecto entre el realismo del martirio de un
hombre y la divinidad que le otorga su función evangelizadora.
Hay autores que aseguran que Mesa renueva los
grafismos manieristas que Marcos Cabrera imprimió al Cristo de la Expiración
del Museo.
Es llamado el Gran Poder crucificado, por
tener cierta similitud con el Nazareno de San Lorenzo, pero es falso por ser anterior
al mismo.
Es un Crucificado de gran altura, pues mide
1,92 cm, tallado en madera de cedro y policromada por Raxis.
La cabeza se gira suavemente hacia la derecha,
mostrando un rostro que manifiesta la gravedad del martirio, pero al mismo
tiempo tiene un gesto de diálogo con la boca
entreabierta, en el momento de pronunciar la segunda palabra: “Hoy estarás
conmigo en el paraíso”. Cierto prognatismo y los ojos abultados acentúan el dramatismo,
pero su actitud es afable.
El pelo ondulado cae sobre el hombro
derecho dejando al descubierto la oreja izquierda. El bigote y la barba bífida.
La corona de espina no es independiente, sino que forma parte del bloque craneal.
Algunas espinas se le clavan en la
frente y una de ellas atraviesa la oreja derecha, en un formato que la dota de una tremenda personalidad.
Su cuerpo no cuelga de la cruz al modo habitual, sino que se yergue vigoroso y se
proyecta hacia adelante, con los brazos en una difícil posición casi
horizontal y prácticamente
paralelos al madero, por encima del
travesaño de la cruz.
Se cubren por un
complicado sudario de tipo cordífero recogido en multitud de pliegues, de forma
triangular en el centro y abierto al costado mostrando parcialmente la cadera
izquierda, con dos grandes nudos laterales.
Es un modelo quizás inspirado
en una obra de Vázquez el Viejo, aunque hay varios antecedentes con cuerda
natural (Donatello había empleado un sudario cordífero en el Crucificado de la basílica
de san Antonio de Padua).
Este modelo será
empleado por los escultores barrocos por la “libertad que ofrece para
interpretar el desnudo sin incurrir en la indecencia” (Palomero) y porque “permite
al artista alardear de sus profundos conocimientos anatómicos”.
Fijado al madero con tres clavos, su figura aparece
inscrita en un triángulo, donde monta el pie derecho sobre el izquierdo dando
lugar a un cierto quiebro curvado de las caderas.
Ha sufrido varias restauraciones, entre las que
sobresale la que realiza en 1851 el escultor Gabriel de Astorga, que encarnó la
talla y le colocó los ojos de cristal, en sustitución de los que tenía
tallados.
Se conoce otra intervención en 1928 pero no está
documentado quien la realizó.
En 1968 fue retocada por
Francisco Buiza incluyendo la corona de espinas.
En 1982, José Rivero-Carrera le eliminó repintes, le fijó los dedos que la tenía desprendidos y sustituyó numerosos clavos por espigas de madera, tapando hasta 30 huecos que tenía en la cabeza y sustituyó la cruz por la actual arbórea.