viernes, 29 de noviembre de 2024

 INFECCIONES-EPIDEMIAS

La Epidemia de Peste en la Sevilla de 1649. Anónimo.

La Epidemia de Peste en la Sevilla de 1649. Anónimo. Siglo XII. Óleo sobre lienzo. Museo del Hospital del Pozo Santo. Exposición temporal. Baratillo una Corona de Piedad y Caridad 2024


Actualmente conocemos que La peste bubónica es una infección bacteriana grave producida por la bacteria Yersinia Pestis, que se adquiere por picaduras de pulgas infectadas y por exposición a fluidos corporales de un animal infectado.

Se caracteriza por inflamación de los ganglios linfáticos infectados (bubas), los primeros síntomas son similares a los de la gripe, tales como fiebre, dolor de cabeza y vómitos, y se presentan de uno a siete días después de la exposición a la bacteria.

Los ganglios linfáticos, inflamados y dolorosos, localizados en las áreas más cercanas a la entrada de la bacteria al organismo, pueden abrirse y expulsar material purulento al exterior.

Pero, durante siglos, la peste ha atemorizado a toda Europa por desconocimiento, su alta mortalidad e incapacidad de cura.

La primera epidemia de la que se tiene registro fue la que afectó al Imperio Romano de Oriente y fue nombrada como la “Plaga de Justiniano” por acontecer durante el gobierno del emperador Justiniano I, que la sufrió y sobrevivió a ella.

A finales de la Edad Media, Europa experimentó el brote epidémico más mortífero de la historia, con la Peste Negra, en el año 1347, matando a un tercio de la población europea. 

También existen evidencias de la aparición de peste entre los siglos VI y VIII. A partir de 1670 la enfermedad fue perdiendo fuerza poco a poco y solo se registraron brotes localizados. La última peste conocida en Europa durante la edad moderna fue la de Marsella en 1732.

La peste que aconteció en Sevilla en 1649 fue un suceso con un índice extraordinario de mortalidad, acabando en pocos meses con más de la mitad de la población.

Esta alta mortalidad no solo fue debida a la enfermedad en sí misma, sino también a una serie de factores adversos que se produjeron en los meses de la primavera de aquel año, según Aguado de los Reyes (1989).

El primero fue un importante temporal con vientos huracanados y fuertes lluvias persistentes y abundantes en el mes de marzo: Viose una cosa no vista en Sevilla: que fue no salir cofradía alguna a causa de continuar las aguas (Morales Padrón, 1981).

A consecuencia de estas lluvias el río se desbordó, el Guadalquivir creció tanto que partes de la ciudad quedaron inundadas por completo: Inundando enteros barrios, y en particular la Alameda, tanto que se navegaba con barcos (Anónimo, 1649, p. 4r.).

El segundo de estos factores, que ayudaron a que la epidemia de peste fuese aún más mortífera, fue la escasez de alimentos, pues, debido a las abundantes lluvias y bajas temperaturas, las cosechas se estropearon, la recolección fue muy escasa, y en consecuencia subieron los precios del trigo, y la población sevillana tuvo grandes dificultades para adquirirlo, siendo los sectores más humildes de la población, los más afectados.

También hay que tener en cuenta que, a partir del siglo XVI, la ciudad de Sevilla experimenta un importante crecimiento demográfico, hasta situarse como la ciudad más poblada de España. En el año de la peste contaba con 125.000 habitantes, más que cualquier otra ciudad europea, solo superada por Londres, París y Nápoles.

También era la ciudad más cosmopolita por las visitas y la permanencia de extranjeros de todas partes del mundo, comerciantes, esclavos y trabajadores, atraídos por sus riquezas, ya que, en 1503 los Reyes Católicos le concedió el monopolio de control de la exportación hacia América, de manera que todo el comercio tenía que salir del puerto de Sevilla, por lo que la ciudad hispalense, se convirtió en la puerta del Nuevo Mundo.

Además, Sevilla tenía diversas industrias importantes, como la primera fábrica de chocolate, la alfarería, la fabricación de pólvora en Triana, los astilleros, la fabricación de jabón, las imprentas desde donde se exportaba un importante número de libros, e incluso tenía una Casa de la Moneda. 

La industria textil se especializó en tejidos de lujo fabricados con oro y plata. Las industrias de la seda exportaban este valioso material a Inglaterra, Holanda, etc.

Al mismo tiempo, y en contraposición a la visión de Santa Teresa (“esta tierra no es para mí”), Sevilla era vista como una “Nueva Jerusalén”, con una enorme cantidad de iglesias, parroquiales y conventuales, ermitas y oratorios, y gran numero de órdenes mendicantes, que vivían de las limosnas y las donaciones, y todo ello presidido por un excepcional templo catedralicio.

Los rumores de peste comenzaron extramuros de la ciudad, en el barrio de Triana, y, silenciosamente, se fue extiendo poco a poco por todas las calles. Según las fuentes de la época la epidemia habría llegado a Sevilla con la ropa infectada que venía de Cádiz: “Esta pestilencia, pues dizen vulgarmente comunicaron vnos gitanos a Triana en una ropa de Cádiz(Anónimo, 1649). 

En poco tiempo empezó a enfermar y morir mucha gente por la peste, más de 60.000 personas, tanta que la ciudad tuvo que organizarse para poder atender a sus ciudadanos, pues los cuerpos de los fallecidos, en las propias calles, impedían el paso de los supervivientes. Para Domínguez Ortiz la peste fue una de las causas específicas del ocaso de la ciudad hacia la mitad del siglo XVII.

Los enfermos eran transportados al hospital de las “Cinco Llagas” (ver) en barco desde Triana, en escaleras a modo de camillas, en sillas cargadas por hombres y en carros tirados por caballos o bueyes. 

Se desarrollaron hospitales específicos de enfermería, que la Junta ordenó montar cuando el hospital de la Sangre se llenó de enfermos: “Viendo los señores de la junta real, que los enfermos no cabian en el Hospital de la Sangre, con ser tan inmensa su capacidad, decretaron se formasen otros dos en Triana, a la parte que mira al monasterio de la Cartuxa: uno para enfermería y otro para conualecencia» (Anónimo, 1649; p10r).


Hospital de las Cinco Llagas u Hospital de la Sangre


En el hospital de las Cinco Llagas se abrieron salas nuevas para poder albergar a la máxima cantidad de infectados: Se hallaron en el famoso Hospital de la Sangre diez y ocho salas nueuas, (…) y esto se entiende sin las que ocupauan los Religiosos, los Médicos y Cirujanos que curauan y Ministros que seruían en el contagio (Anónimo, 1649, p. 6 r).

En estas salas se repartieron los enfermos según su capacidad, y se dividieron a los heridos entre hombres y mujeres. 

A los apestados se les proveía de alimento y medicina por un torno, para evitar el contagio. 

El encargado de preparar la comida era un religioso de San Antonio de Padua, Fray Gerónimo de Jesús María.

En cuanto a su gobierno, la junta nombró como administrador del contagio en el hospital a Don Antonio de Viana, que murió rápidamente. Tras él se nombró al licenciado Don Juan Peculio, que corrió con la misma suerte y falleció de inmediato.

Muchos de los médicos y cirujanos que venían a curar a los enfermos de peste en el hospital, murieron desempeñando su oficio.

Además del personal sanitario, los frailes tenían un papel importante durante el desarrollo de la epidemia. Eran los encargados de impartir a la población los sacramentos de la penitencia y la eucaristía, así como de enterrar a los fallecidos. Igualmente queman ropas contagiadas y cuidan y trasladan a los apestados. Estos trabajos conllevan el estar en continuo contacto con los enfermos, por lo que se infectaban contrayendo la enfermedad y por supuesto muchos de ellos murieron ejerciendo sus labores asistenciales.

Con tan elevada mortandad, pronto se quedaron sin sitio para enterrar a los muertos. Una vez ocupadas las parroquias y cementerios situados en suelo sagrado, la junta de la ciudad mandó hacer varios cementerios o fosas colectivas y otros tantos improvisados, los llamados “carneros”. Estos se extendieron por varias zonas de la ciudad, una de ellas fue el hospital de las Cinco Llagas.

Un factor importante desarrollado durante la epidemia fue el “Miedo al contagio y a la muerte” con la consecuente desconfianza en las relaciones sociales, llegándose incluso a cometer actos tan inhumanos como el abandono de niños y de enfermos. 

Algunos enfermos agonizantes, antes de que sus cuerpos difuntos fuesen comidos por los animales, prefirieron enterrarse mientras aún les quedaba un aliento de vida. 

Otros, desesperados e invadidos por el miedo, no quisieron esperar a que les llegara el momento de su muerte y decidieron quitarse la vida. 

Este delirio se apoderó de un padre que con sus propias manos mató a su hijo, no se sabe si para liberarlo del sufrimiento, por la fiebre que le producía esa locura momentánea, o por el miedo a la muerte: “Estando vn enfermo con el frenesí, se leuanto de la cama, y a vn niño de dos años hijo suyo, cogiéndole de los pies le estrelló los sesos en la pared (Anónimo, 1649; p.19 r).

El imaginario colectivo de los sevillanos, ante el desconocimiento científico de las causas de la peste, interpretó siempre el contagio como un castigo divino, por los pecados cometidos por los habitantes de una ciudad que la propia Santa Teresa de Jesús llamó en 1575 la “Nueva Babilonia”. Por ello, se hicieron rogativas en la Misa y se realizaron procesiones con nuestra Señora de los Reyes, San Laureano, San Sebastián, San Roque y con el Lignum Crucis

Dicen los cronistas que, tras la extinción de la enfermedad, los sevillanos que la sobrevivieron reformaron sus conductas y renacieron más devotos y cristianos, haciendo grandes demostraciones de piedad, acudiendo masivamente a las fiestas de acción de gracias.

Tras declararse a Sevilla libre de contagio, el administrador del hospital de la Sangre colgó del edificio la bandera de salud, y en la misma explanada, en la que se desarrolló tanto dolor y muerte, mandó organizar corridas de toros. Se engalanaron con gallardetes los mismos carros que habían servido para transportar a enfermos y cadáveres a través de aquella misma explanada.

Todo esto, que hemos comentado se encuentra reflejado en el siguiente cuadro.

La Epidemia de Peste en la Sevilla de 1649. Anónimo. Siglo XII. Óleo sobre lienzo. Museo del Hospital del Pozo Santo. Exposición temporal. Baratillo una Corona de Piedad y Caridad 2024


Su carácter sacramental, su estilo popular y el protagonismo otorgado a la clerecía sugieren que pudo haber sido realizado entre los muros de un convento sevillano, probablemente no en el Pozo Santo, el que ahora lo alberga (ver), ya que esta institución franciscana dedicada al cuidado de mujeres impedidas fue fundada décadas después de los acontecimientos que el cuadro reproduce.

Sabemos con certeza lo que se representa en el lienzo porque en la esquina inferior izquierda, en un detalle de la muralla, sobre la parte superior del arco de la Puerta de la Macarena, el pintor ha colocado un rótulo con la leyenda “AÑO DE 1649”, dato que sirve para situar el motivo de la pintura en la peste ocurrida en este año en Sevilla.

Pero no aparece datada la fecha de facturación. Tampoco se conoce el origen de la presencia en su ubicación actual. El lienzo parece haber sido ligeramente recortado en sus bordes, pues aparecen elementos incompletos y escenas y figuras claramente seccionadas.

Su traza recuerda al estilo naif, por la falta de perspectiva, la escasez de criterio en las proporciones, la evocación a la infancia y el elaborado trabajo cromático.

El autor adopta la perspectiva de pájaro, pareciendo como si hubiese pintado el lienzo desde lo alto de la muralla.

El ambiente apocalíptico aparece en el cuadro por la forma el que el autor ha pintado el cielo, con el predominio de los tonos oscuros, y la presencia de unas nubes tenebrosas. Destacan los tonos ocres y apagados, resaltando solo el rojo que alude a la situación epidémica y el blanco asociado a la muerte y el luto.

El lienzo representa una escena cotidiana de la vida de la ciudad de Sevilla en tiempos de la peste, localizada en la explanada del hospital de las Cinco Llagas, popularmente conocido como “Hospital de la Sangre”.

La parte superior de la obra está ocupada por el hospital de las Cinco Llagas u hospital de la Sangre, y ocupando algo más de la mitad inferior del cuadro se puede observar una gran explanada situada entre el hospital y la muralla almorávide de la puerta de Macarena. En este espacio inferior se desarrollan una serie de escenas que parecen ordenadas de forma caótica. 

Detalle del Hospital de las Cinco Llagas

El gran edificio del hospital de las Cinco Llagas destaca sobre otros elementos, sirviendo de telón de fondo. Llama la atención las proporciones con las que se representa, como símbolo de su importancia durante la epidemia.

En la fachada exterior se observan dos plantas articuladas por pilastras y columnas, desarrollando un gran número de vanos flanqueados por balaustres, aunque el pintor no fue demasiado fiel a la realidad, puesto que coloca las ventanas del piso inferior más amplias que las del superior, cuando en realidad es, al contrario.

En la parte central cabe destacar la portada principal realizada en mármol blanco, presentando dos cuerpos, el superior con balcón central y frontón rematado por una cruz patriarcal es sostenido por el inferior formado por dos grandes columnas con sus pedestales. Detrás de la puerta, en la zona superior del tejado, se aprecia una gran cúpula formada por un cuarto de esfera que remata la capilla mayor de la iglesia del hospital

La puerta se encuentra abierta y en el interior se pueden apreciar dos personas, una de ellas con hábito clerical.

Detalle de la puerta del hospital

En la ventana geminada de la torre suroeste del hospital se puede apreciar la bandera roja, que simboliza la enfermedad, e informa a los sevillanos de la situación de contagio.

Detalle de la torre suroeste

En el extremo suroeste de la fachada, del costado del hospital, se alza una gran nave que avanzaba hacia la explanada y que amplía el hospital por esa parte. 

En su interior se insinúan las grandes fosas o carneros que sirven de enterramiento colectivo.

La puerta de acceso, rematada con una colgadura encarnada, como símbolo de enfermedad, sirve para permitir el acceso de los carros de fallecidos provenientes de la ciudad.

Detalle del área de cordero del hospital

Del costado este del hospital se observa la ceremonia de un entierro, en la comitiva se distingue un grupo de ocho personas con hábitos clericales dispuestos en tres filas. 

En la primera, de las tres personas, la del centro porta la cruz parroquial con manguilla de luto y los demás portan cirios excepto el preste que va revestido de capa pluvial. 

Detalle del entierro

Le siguen cuatro personas vestidas de negro con espadas cargando sobre sus hombros un ataúd y al fondo dos personas también vestidas negro con sombreros. Por sus ropas y la espada que cuelgan nos señala que el entierro era de algún noble o dignidad eclesiástica. 

Detalle del entierro

En la izquierda del cuadro, destaca la fuente monumental de la plaza, rematada por una cruz, y los personajes que se disponen circularmente como las horas de un reloj.

Detalle de la fuente

Una Señora espera que una sirvienta termine de llenar el cántaro.

Señora esperando que la sirvienta termine de llenar el cántaro

Dos caballeros conversan a las espaldas de un clérigo con anteojos, probablemente un jesuita.  

Dos caballeros y un clérigo

Un gentilhombre, con la mano extendida a su esposa, acompañada de sus domésticas, observa a un infante que porta en su mano derecha una jarra o vasija para llenarla de agua.

Gentilhombre, señora, domesticas y niño

Un altivo caballero montado sobre su cabalgadura, puede ser un aguacil, y detrás un mendigo de color pide limosna. 

Detalle de caballero y mendigo

Una mujer contempla a sus dos hijos que juegan con su perro y un señor encorvado camina con su bastón hacia la puerta del hospital.

Detalle de la señora, los niños, el perro y el señor encorvado

En la zona central de la explanada se reproduce distintos tipos de transportes de pacientes y cadáveres.

Una caballería porta sobre sus lomos unos fardos envueltos en lienzos blancos, tal vez las ropas contagiadas que se trasladan al quemadero, una galera congestionada de gente con un señuelo blanco y un carro descubierto con personas dentro.

Detalle de la caballería con fardos y la galera con gentes
Detalle del carro descubierto con personas

Una escalera de madera, utilizada como camilla, ha sido abandonada en el suelo con su difunto atravesado encima, a los pies de una mujer que gesticula su congoja.

Detalle de la escalera, el difunto y la señora

Una persona de color acaba de abandonar sus ropas, probablemente contaminadas, y avanza desnudo y de rodillas hacia la puerta del hospital

Detalle de la persona de color desnuda

Mientras un hombre socorre a una mujer que se ha desplomado, otra mujer en estado agonizante cae al suelo bajo la mirada expectante de un perro.

Hay varios perros por el lienzo que posiblemente acudían a la explanada del hospital para carcomer los cuerpos sin vida abandonados en el suelo o a medio enterrar en los carneros. 

Detalle de la señora con el caballero y la señora en el suelo y el perro

Los religiosos son grandes protagonistas de la obra porque, además de administrar los sacramentos, curar y dar la vida por sus fieles, algunos de ellos se hicieron inmunes a la enfermedad y no murieron a pesar de enfermar en varias ocasiones y otros muchos se contagiaron y murieron en sus labores.

Un franciscano capuchino reparte la comunión a un grupo de feligreses que se arrodillan devotamente.

Detalle del capuchino impartiendo la comunión

Varios frailes franciscanos aparecen sentados en sillas que utilizan como confesionarios, parecen moribundos.

Uno ya ha fallecido oyendo la confesión de un devoto penitente que se encuentra arrodillado a su lado, mientras que otro de su religión parece dirigirse a él portando en la mano algo envuelto en un paño encarnado y rematado por una cruz, que podría ser el copón para administrar el viático, en la agonía.

Detalle de los dos frailes y la señora

Otro está confesando a una dama junto a un hombre y un niño que están tumbados en el suelo, muertos por la peste. 


La confesión rodeado de la muerte

Otro religioso, que lleva la cruz en el hábito de los hermanos del Buen Suceso (ver), también conocidos por enfermeros obregones, se dirigen a una mujer que lleva un niño pequeño en brazos.

Detalle del Obregón y la mujer con el niño

La muerte está presente en todo el cuadro y se puede apreciar una gran cantidad de cadáveres dispersos con cuerpos tumbados, algunos amortajados con un sudario blanco, otros vestidos y otros desnudos.

En la parte inferior del lienzo se distinguen dos grandes montículos de tierra o cal que podrían servir para los carneros, y a la izquierda de estos, un hombre con un carrillo de mano acarrea material para tapar los cuerpos sin vida que están sepultando delante del hospital. 

Detalle del hombre con el carrillo de mano


Aparecen dos hombres a caballo, probablemente guardas destinados a evitar el pillaje, como los que solían ponerse guardando los caminos y las puertas de la ciudad para evitar así, en la medida de lo posible, la trasmisión del contagio por medio de las personas y sus vestidos.

Detalle de dos hombres a caballo

Al pie del lienzo, bajo la vigilancia de los oficiales de a pie y a caballo, se pueden ver amontonados junto a la muralla una variedad de muebles y enseres esparcidos por el suelo, tales como una mesa, el cabecero de una cama, un baúl con ropa, una guitarra, zapatos y hasta un colchón. Probablemente sea un espacio habilitado como almacén improvisado, donde se recogían los objetos requisados por los guardas de la cuidad, por ser sospechosos de contagio o de reventa, que más tarde serían llevados a las hogueras para ser quemados. 

Detalle de la parte inferior del lienzo

En la zona superior-izquierda del lienzo se distinguen una hilera de casas muy unidas y arriba de estas, en el horizonte, sobresalen unas llamas que podían proceder de las hogueras que se formaban para quemar la ropa apestada.

Detalle de la zona superior-izquierda del lienzo