EL PIE Y LA PASION DE CRISTO EN LA PINTURA
Flagelación.
La flagelación ha sido usada en todos los tiempos y todas las épocas.
Los judíos sometían al reo en la Sinagoga ante tres jueces.
En Grecia y Roma se aplicaba a los condenados a morir en la cruz, en el camino al suplicio.
En la iglesia católica podía ser una pena disciplinaria, pero también fue usada como método de tormento por la inquisición, o como penitencia, sobre todo, en los conventos; y durante la Edad Media, e incluso hasta el siglo XIX, había cofradías de disciplinantes que se flagelaban a oscuras en los templos o públicamente en las procesiones.
En la Rusia zarista era una forma de pena de muerte pues se flagelaba hasta que el reo moría.
En Inglaterra y
Dinamarca se ha mantenido hasta el siglo XX.
En Roma, los condenados a crucifixión eran
flagelados habitualmente durante el trayecto que había entre el lugar donde se
dictaba la sentencia y el del suplicio, para obligarles a avanzar. Por ello,
iban desnudos y los golpes eran desordenados por los movimientos del reo al
caminar. Estaba
incluida en la ley penal, pero también era utilizada en ámbitos domésticos,
militares y públicos como mecanismo de castigo.
Sin embargo, la flagelación de
Jesús no fue la legal, que como comentamos, precedía a toda ejecución y que se
daba en el trayecto, camino del suplicio, sino que constituyó un castigo
especial, realizada en el Pretorio, pues Pilato pretendía con ella evitar la crucifixión. Al ser crucificado posteriormente Jesús sufrió un acto ilegal pues sufrió dos condenas por el mismo delito.
Además del Evangelio de Marcos, los
otros tres evangelistas narran el episodio de la flagelación de Cristo (Mt
27,26; Lc 23,16; Jn 19,21), pero con una carencia evidente de detalles, pues no mencionan si fue azotado con
varas, con ramas de árboles atadas, con látigos o con cuerdas; si estaba
desnudo o vestido; si estaba o no atado a una columna; cuántos flagelantes
había; cuántos golpes recibió, etc. Solo constatan el hecho de Pilatos: "Y
habiendo hecho flagelar a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran".
Una vez condenado por el Sanedrín, este tribunal no tenía
autoridad, durante la ocupación romana, para dictar sentencias de muerte, de
ahí que fuera enviado a Pilatos.
Pilato juzga que la primera acusación hecha a
Jesús: "Se ha hecho Hijo de Dios y
según nuestra ley debe morir”, no caía bajo la ley romana, sino que era una cuestión
religiosa en que la Justicia romana no actuaba, por lo que consideró que Jesús era
inocente: "No encuentro en él, causa alguna de condenación".
Tras una nueva deliberación, los judíos hacen
una segunda acusación: “Quería hacerse rey y esto iba contra el Emperador”.
Pilato pregunta a Jesús sobre su realeza y, lo considera de nuevo inocente.
En el Evangelio de Lucas, Pilato encuentra que
Jesús, siendo de Galilea, pertenece a la jurisdicción de Herodes Antipas, que
casualmente se encontraba en Jerusalén, y decide enviarlo ante él.
Herodes siempre había querido conocer a Jesús,
ya que esperaba poder presenciar uno de sus milagros. Sin embargo, Jesús no
dice nada en respuesta a las preguntas del tetrarca, ni responde a las
vehementes acusaciones de los sumos sacerdotes y escribas. Por esta razón,
Herodes y sus soldados se burlan de él, y le ponen una majestuosa capa brillante
(posiblemente era blanca) y lo envían de regreso a Pilato.
Lucas no dice si Herodes condenó a Jesús o no y en su
lugar atribuye la condena a Pilato, quien luego reúne a los ancianos judíos y
dice: “Me presentaste a este hombre
como un agitador del pueblo y, he aquí, cuando lo interrogué ante ti, no
encontré ningún defecto en él por quienes lo acusan. Herodes tampoco, porque
nos lo devolvió; nada lo ha hecho digno de muerte. Entonces, después de castigarlo,
lo liberaré “ (Lc 23: 14-15).
El castigo a que se refiere Pilatos es la “Flagelación”, como
sustituto de la crucifixión, esperando con ello calmar a los judíos.
La ley judía, establecía un máximo de
cuarenta latigazos, aunque para no sobrepasarse daban siempre 39, pero en
la ley romana no existía ninguna limitación.
El historiador Flavio Josefo ofrece varios relatos de
flagelaciones llevadas a cabo en Palestina, en las que los golpes se realizaron
con tal fuerza que, a veces, se producían evisceraciones por la rotura de la
pared abdominal y la consecuente exposición intestinal, y por supuesto, eran
causa de mortalidad.
Tal crueldad, testimoniada también por Séneca, Prudencio y otros
cronistas romanos, dio lugar a que la flagelación, como castigo único o previo
a una crucifixión, quedara limitada a esclavos, criminales y traidores, y que
no pudiera ser realizada sobre mujeres o ciudadanos romanos (en virtud de las
leyes Porfia y Sempronia, de 195 y 193 a.C.). Gracias
a esta regla san Pablo no fue flagelado pues era ciudadano romano.
Se
practicaba mediante el flagellum o lorum, que era un látigo simple, o con un flagrum,
que tenía dos o tres colas.
El peor
era el flagrum taxilatum, que se componía de un mango corto de madera del que
salían dos o tres correas de cuero de unos 50 cm, que terminaban con una esfera
metálica en cada extremo, con una
apariencia similar a las pesas de halterofilia, y en algunas ocasiones, se
colocaban huesecillos de animales (astrágalo de carnero), con aristas o puntas
que eran más desgarradores.
Las
correas eran de cuero y normalmente se trataban con cera para hacerlas más
efectivas y más flexibles en su recorrido.
Arqueológicamente, el único
objeto que se ha podido identificar, y que se trata posiblemente de un flagelo,
se encuentra en el British Museum, procede de Roma, pero no tiene fecha. Posee
un mango de aproximadamente 17 cm y 29 bolas de bronce atadas a dos cuerdas, que
se agregaron en la era moderna.
Los personajes encargados del suplicio eran
habitualmente dos hombres, servidores civiles romanos dependientes de los
magistrados, llamados "lictores", que generalmente eran soldados, elegidos entre
los más fuertes, pues el trabajo era tan extenuante, que, en ocasiones, eran
sustituidos cuando sus golpes perdían eficacia.
En
la impronta del cuerpo del hombre de la Síndone son perfectamente visibles las
marcas de los latigazos.
Prácticamente todo el cuerpo del crucificado, por la parte frontal y dorsal, está cubierto de una serie de señales de pequeño tamaño, iguales, y semejantes a pequeñas mancuernas o pesas de gimnasia de unos 3 cm de longitud.
Fotografía de la
Sábana Santa en zonas del torso y de la espalda con las señales de la flagelación
Se identifican en la espalda, piernas, pecho (respetando la zona del corazón), vientre, zona glútea y posiblemente también región genital, por lo que evidentemente se encontraba completamente desnudo durante la flagelación, pues todas las heridas tienen la misma profundidad, y si estuviera vestido, las heridas de la zona cubierta serían más superficiales.
Estas
señales son pequeños círculos, de unos 12 mm, separados entre sí, y unidos por
una línea transversal, a penas visible a simple vista. Las fotografías con luz
ultravioleta muestran el color azulado de la sangre, corroborando los estudiosos de Paul Vignon y Pierre Barbet.
Los estudios computarizados realizados por Jumper y Jckson (Shroud of Turin Research Proyect), demuestran que la flagelación fue realizada por dos personas, de tal modo que los golpes se distribuyen en forma de abanico y el radio de cada abanico converge en la mano de cada azotador.
Ambos verdugos eran diestros y estaban situados a un metro de
distancia del reo. Eran de distinta altura pues las señales de los latigazos no
son paralelas en cada lado del cuerpo.
El número de señales de latigazos es de 120
aproximadamente, sin contar los que no se han podido estudiar por faltar parte
de los brazos a causa del incendio de 1532, y porque la Sabana Santa improntó el
cuerpo por delante y por detrás, pero no en los costados.
La 120 señal correspondería a 40 golpes en el
supuesto del que el flagelo tuvieses tres cuerdas. La flagelación judía, como hemos
comentado, estaba limitada a treinta y nueve golpes (Deuteronomio 25:3),
mientras que la legislación romana
no limitaba el número de latigazo, pero en el caso de Jesús interesaba dejarlo con vida, para que Pilato pudiera mostrarlo al público y evitar su muerte, o para que, en caso de condena
a crucifixión, llegara vivo al Calvario.
Durante la flagelación, la postura del hombre debió ser encorvada, estando atado por las manos a un objeto fijo como un pilar. Esto se deduce, por los estudios realizados con ordenador, por la angulación y dirección de los reguerillos de sangre en las distintas partes del cuerpo.
Además, el Dr. R. Bucklin y otros afirman que, puesto
que no hay evidencia de heridas de flagelación en brazos y antebrazos, debió
tener los brazos por encima de la
cabeza durante la flagelación.
Por la gran nitidez de estos reguerillos de sangre se concluye que, el hombre de la Síndone, se
mantuvo desnudo el tiempo suficiente para que se secaran antes de ser vestido, pues en
ese caso la tela los abría absorbido.
En la parte alta de la espalda han
desaparecido estos reguerillos por el rozamiento del patibulum de la cruz, y
sin embargo en la zona de los omoplatos no han desaparecido las señales de los
latigazos, por este rozamiento, lo que indica que el hombre de la Síndone fue
vestido después de la flagelación, lo que hace suponer el gran dolor que
produciría el desnudarlo de nuevo antes de la crucifixión (ver).
Hay por lo menos tres columnas que se han asociado a
la flagelación de Cristo: una en Roma, otra en Jerusalén y la tercera en
Estambul, aunque no existe ninguna evidencia
sobre la autenticidad de ninguna de ellas.
En la iglesia de Santa Práxedes de Roma se conserva
una columna de cuarzo-diorita, blanca y negra, con collarín y capitel, de 63 cm
de alto y de 40 cm de diámetro en la base y 13 en el punto más estrecho. Faltan
algunas partes, extraídas para hacer obsequios, como la donada por Sixto V en
1585 a los fieles de Padua.
Columna
de la flagelación. Basílica de Santa Práxedes, Roma
En la parte superior de esta columna es visible el
punto en el que estaba sujeta una anilla, a la que se ataba una cuerda, que fue
donada al rey Luis IX de Francia.
El cardenal Giovanni Colonna, legado apostólico en
Oriente durante la V Cruzada (1217-1221), la trajo desde Jerusalén, en 1223, y la
mandó custodiar en la iglesia de Santa Práxedes, de la cual era titular.
La columna fue vista por la peregrina Egeria (ver),
en el 383, y por Antonino de Piacenza, en el 570, en la iglesia de los Santos
Apóstoles en el Monte Sion de Jerusalén. Esta iglesia fue destruida por los
musulmanes en el 1009 y sucesivamente reconstruida en el siglo XII con el
nombre de Santa María en Monte Sion.
La segunda columna se conserva en la iglesia del Santo Sepulcro. Fue
encontrada entre las ruinas del Cenáculo, donde fue mostrada, en el 333, a un
peregrino anónimo de Burdeos y sería Bonifacio
de Ragusa, custodio en Tierra Santa a mediados del siglo XVI, el que la llevó a
la mencionada iglesia del Santo Sepulcro.
La tercera columna se encuentra en la catedral
de San Jorge, sede del patriarcado de Constantinopla, en Estambul. Se dice que
habría sido traída a Constantinopla por Santa Elena. Es de piedra oscura, más
estrecha que la de Jerusalén, y no tiene nada que ver con la de Roma.
Columna
de la flagelación. Catedral de San Jorge. Estambul
Consecuencias
anatómicas y fisiopatológicas de la Flagelación
Superficie
musculo-cutánea.
120 heridas producidas por los latigazos, que afectan
la piel y el plano muscular, suponen una superficie lesionada de 880 cm
cuadrados y un volumen contundido de 1320 cm
cúbicos ó 1.3 litros, lo que representa un gran sangrado que dará lugar a una
hipovolemia (disminución del volumen de sangre circulante), que junto al dolor
será el inicio de un shock hemodinámico.
Pero además la destrucción de las
células musculares va a determinar un grave trastorno iónico de potasio, sodio
y calcio con graves repercusiones sobre el corazón, y la liberación de
miohemoglobina que afectara al normal funcionamiento renal.
Corazón
El
traumatismo torácico afecta al corazón con el desarrollo de una colección
liquida entre el corazón y el pericardio, que dificulta sus contracciones
periódicas, y puede determinar una gran disminución de su eficacia.
Las
alteraciones iónicas (hipocalcemia e hiperpotasemia) ocurridas tras la
destrucción celular en los músculos, dará lugar a trastornos del ritmo
cardiaco que pueden llegar hasta la fibrilación ventricular.
Pulmón
Los
pulmones son dos sacos elásticos llenos de aire y rodeados de una membrana
serosa, la pleura. Entre las dos hojas pleurales existe una presión negativa
que evita el colapso pulmonar.
En
caso de un traumatismo torácico, se produce un exudado en el espacio pleural o
se rellena de sangre (hemotórax), lo que provoca dolor en cada movimiento
respiratorio, una disminución del volumen disponible para los pulmones en la
caja torácica y una disminución de la ventilación pulmonar, o hipoventilación
alveolar, con la consiguiente disnea o dificultad para respirar.
Riñón
Los riñones están situados en la cara posterior del tronco, justo
por debajo del diafragma, y sólo moderadamente protegidos por la caja torácica,
ya que solo su mitad superior está cubierta por las últimas costillas, por lo
que su traumatismo dará lugar a edema y se alterará su actividad.
Su función es realizar un filtrado de la
sangre eliminando los productos de desecho del metabolismo y manteniendo un
equilibrio hidroelectrolítico (sodio, potasio y calcio).
La miohemoglobina es una molécula excesivamente grande
para pasar el filtro renal, por lo que su exceso en sangre, por la destrucción
de las fibras musculares, provocará una obstrucción de los túbulos renales y la
consiguiente insuficiencia renal, que favorecerá el desarrollo de una acidosis
metabólica que unida a la acidosis respiratoria afectará gravemente todas las
funciones orgánicas.
En resumen, la flagelación es un traumatismo de una
extraordinaria gravedad por la afectación local musculo cutánea, la afectación
visceral de corazón, pulmones y riñones y el deterioro del equilibrio
hidroelectrolítico.