PATOLOGIA DEL PIE EN LA PINTURA
Hallux Valgus
La Trinidad. El Greco.
La
Trinidad. El Greco. 1577-1579. Óleo sobre lienzo. 300 x 179 cm. Museo del
Prado. Sala 008B (CC BY 3.0)
En 1577, esta obra fue uno de los primeros encargos que recibió el Greco
al llegar a España, junto al Expolio (ver), por parte de don
Diego de Castilla, deán de la catedral de Toledo, y estaba destinado a
ocupar la parte superior del retablo del convento de los cistercienses de santo
Domingo el Antiguo en Toledo.
Este retablo mayor presentaba en la
calle central, por encima de un enorme sagrario desaparecido, la “Asunción de la Virgen” (actualmente en Chicago
Art Institute), en la parte superior “La Trinidad” y en el ático una “Santa
Faz” pintada sobre madera (colección particular). En las calles laterales en cuatro
lienzos de dimensiones más reducidas, aparecían las imágenes de cuerpo
entero de “San Juan Bautista” y “San Juan Evangelista”, y los dos bustos
largos de “San Bernardo” (State
Hermitage Museum de san Petersburgo), y “San
Benito” (Museo del Prado P817). Remataban el frontón tres
esculturas doradas con las virtudes teologales, flanqueadas por otras dos de
profetas.
Esta obra pasó a la colección del
escultor Valeriano Salvatierra y fue adquirida en 1827 por Fernando VII y se
trasladó al Museo del Prado en 1832.
La Trinidad debía verse a bastante
altura, lo que en parte explica la perspectiva, la monumentalidad y el sentido
escultórico de las figuras.
La escena de la Trinidad no es bíblica puesto
que no viene narrada en ningún Evangelio, se trata de un misterio teológico que
representa la consumación de la redención. El hijo vuelve al Padre después de
haber entregado su vida en la Cruz y el padre recibe y acoge al hijo muerto,
tras sufrir con él. Así Dios Padre ha estado participando en la obra de la reconciliación,
no ha sido un mero espectador, y por eso, cuando todo se ha cumplido, lo acoge
en su misericordia infinita.
El Greco para representar la Santísima Trinidad
adaptó una iconografía de origen bajo-medieval, conocida como “Thronum
Gratiae”, y la composición se basa en una xilografía de Durero (1511) con
la Trinidad como “trono de misericordia”, con Dios Padre, entronizado como un
anciano barbado, recogiendo en su regazo el cuerpo de Cristo bajo la paloma del
Paráclito, y en la que Dios Padre, que acepta el sacrificio de su hijo, ocupa
el lugar de la Virgen María, en una especie de “Piedad Masculina”.
El cuadro presenta una composición muy original, pues presenta forma de corazón dentro del cual se desarrolla toda la acción del lienzo.
El cuadro está lleno de simbolismo y detalles significativos.
En la parte superior destaca el color
amarillo del cielo dorado que enmarca la nívea aparición del Espíritu Santo
representado en forma de paloma. Una alusión a
este tema se halla en la epístola a los hebreos 4:16.
Los tres ángeles de la izquierda parecen alegorías de
las tres virtudes, fe, esperanza y caridad en relación con el misterio de la Santa
Trinidad. Solo un amor así es digno de fe. Solo una entrega así es digna de esperanza.
Solo una entrega así puede representar la caridad.
Los ángeles son testigos sufrientes y activos participantes de la escena, colaborando en la tarea de sostener al Hijo y consolar al Padre.
La expresividad, el fuerte colorido, la elegancia y el
movimiento de los ángeles constituyen una especie de orla que rodea la imagen
principal, suscitando sentimientos de compasión.
Entre los dobleces del manto del Padre aparecen las testas de querubines.
Sin duda, el centro del cuadro está dominado por la imagen del Padre y
del Hijo, y el espíritu innovador manierista se refleja en la serpenteante línea
formada por la posición del cuerpo de Cristo y Dios Padre.
Dios Padre, sentado en un trono de nubes, sostiene el
cuerpo de Jesucristo muerto, sin la Cruz, de tal modo que las
manos del Padre sujetan delicada y amorosamente al Hijo, mientras inclina la
cabeza para contemplar su rostro y su mirada se nos oculta porque esta fija en la
cara del hijo amado. Entre ambos hay una contenida relación afectiva de
extraordinariamente belleza.
Se mantiene una simbología eucarística y
redentora, el ofrecimiento y aceptación por parte de Dios Padre del
sacrificio de su Hijo para que la humanidad alcance la salvación.
El hecho de que Dios Padre porte la mitra típica de los sumos
sacerdotes hebreos en lugar de la tiara eclesial, nos indica que es el Creador y
que todo fue creado pensando en esta Redención.
Sin duda, el centro del cuadro está dominado por el monumental y hermoso
cuerpo de Cristo, alargado en su canon, pero no tan estilizado como mostraría
en sus representaciones posteriores.
Se destaca el cuerpo monocromo, cadavérico
de Cristo, impregnado de los tonos cenicientos de las nubes, en contraste con
los tonos brillantes de las túnicas de los ángeles.
El Greco se centró en la representación
de la belleza y el naturalismo estilizado del cuerpo de Cristo, relajado y lleno
del peso como cuerpo difunto y con bellas facciones y, por otra parte, en la
descripción de las relaciones emocionales de las figuras.
Queriendo eliminar todo dramatismo, las
heridas de Cristo parecen insignificantes, como si quisiera resaltar la
serenidad divina, y que el espectador sienta el calor que acoge al hijo y con
él todo el pecado y el dolor humano y ver en él a todos los inocentes, todos
los despreciados y olvidados.
En relación al pie, el
Greco repite continuamente la morfología del pie griego y en Hallux Valgus.