miércoles, 18 de octubre de 2023

 TRAUMATOLOGÍA

Rizartrosis

Vieja friendo huevos. Diego Velázquez.

Vieja friendo huevos. Diego Velázquez. 1618. Óleo sobre lienzo. 100,5 x 119,5 cm. Galería Nacional de Escocia. Edimburgo. Reino Unido


Es un cuadro pintado en Sevilla en 1618, cuando tenía 19 años, un año después de su examen como pintor.

En 1698 aparece mencionado, junto a otros bodegones de Velázquez, en el inventario de las pinturas de Nicolás Omazur, comerciante flamenco, establecido en Sevilla y amigo de Murillo. Se describe como un lienzo de una vara de alto sin marco con “una vieja friendo un par de huevos, y un muchacho con un melón en la mano”.

A comienzos del siglo XIX es comprado en Sevilla por el pintor David Wilkie, como una fruslería, y lo vende en Londres por 40 libras.

En 1813, de la colección de John Woollett es subastada en Christie´s de Londres, el 8 de mayo de 1813.

En 1883 Charles B. Curtis (Velázquez and Murillo: A descriptive and historical catalogue) publicó el cuadro, por primera vez, como obra de Velázquez.

Finalmente, tras pasar por distintas colecciones británicas sería comprada por la National Gallery de Edimburgo por 57.000 libras, a los herederos de sir Francis Cook.

El tema es una novedad, en cuanto representa una escena aparentemente trivial o cotidiana, de una anciana cocinando unos huevos en un hornillo de barro cocido, junto a un muchacho que porta un melón y una “frasca” de vino, en el interior de una cocina poco profunda, iluminada con fuertes contrastes de luz y sombra. 

Vieja friendo huevos. Diego Velázquez. 1618. Óleo sobre lienzo. 100,5x119,5 cm. Galería Nacional de Escocia. Edimburgo. Reino Unido

La luz se dirige desde la izquierda e ilumina por igual todo el primer plano, dejando el fondo en oscuro, con lo que la existencia de la pared nos lo indica el cestillo de mimbre y unas alcuzas (lámparas de aceite) que cuelgan de ella.

El cestillo de mimbre hace alusión al conocido refrán “Con estos mimbres no se puede hacer más que este cesto”, que da a entender que algo no da más de sí. Al mismo tiempo rememora la Sevilla de su época, la de la “laguna de la Feria“(ver) y el oficio de la “cañavería”, actividad comercial vinculada a la elaboración de cestos con los mimbres y aneas obtenidos de las plantas, que espontáneamente crecían en las orillas, tanto del río como de la propia laguna. 

Detalle del cestillo de mimbre

Las alcuzas que cuelgan de la pared del fondo son el símbolo barroco de la “vigilancia”, de la luz capaz de ver, desde la experiencia, el pasado y el futuro. Para Dámaso Alonso la alcuza podría considerarse como el emblema de la humanidad que, si por un lado representa las necesidades de la vida diaria (la luz, el fuego y el alimento), expresa también la imagen simbólica de la sabiduría, que el propio poeta lo insinúa:” en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza” (verso 142 de Dámaso Alonso en “Mujer con alcuza. Hijos de la ira”) (ver).

Detalle de las alcuzas

A la derecha, hay una mesa con determinados objetos que conforman uno de los mejores bodegones del arte español. Un plato hondo de loza con un cuchillo, un mortero de bronce, una cebolla roja y guindillas, una jarra de loza vidriada blanca junto a otra vidriada de verde y un caldero de bronce apoyado en el anafe. 

Detalle del bodegón

Detalle del bodegón

Los expertos consideran que Velázquez, a pesar de su juventud, quiso dignificar el género del bodegón, que era desdeñado por los teóricos en esos años, al considerarlo el escalón más bajo del arte.

En el centro de la composición, las figuras humanas se iluminan sobre un fondo neutro, para destacar los contrastes entre la luz y la sombra, una de las características que le sitúa en el Naturalismo Tenebrista de Caravaggio. 

Detalle de la iluminación de los personajes sobre fondo neutro

El muchacho aporta un melón y una frasca de vino. Dirige la mirada al espectador. Presenta un aspecto físico, corte de pelo y vestido que nos conduce al mundo popular que contemplaba, a menudo Velázquez, en la vida diaria de la ciudad. 

Posiblemente el muchacho sería Diego Melgar, un ayudante de su taller, que Velázquez tenía educado para que le sirviese de modelo y que posteriormente sería contratado como aprendiz. 

Detalle del muchacho con el melón y la frasca de vino

El melón que lleva el muchacho se denominaba “melón de cuelga”, pues preparado con el atadillo permitía colgarlo, con lo que se conseguía una durabilidad de hasta dos meses. Era típico del Sur y de los pueblos extremeños y Velázquez podría conocer esta práctica en su etapa de juventud sevillana (Víctor Hurtado).


Detalle del muchacho

La anciana está sentada y presenta un gran realismo por la suciedad del paño con el que se cubre la cabeza. Su mirada parece perderse en el infinito, con cierto aire de misterio, pues eleva la cabeza hacia el muchacho, pero no se “fija en él”, es “ese mirar sin ver” o quizás “ceguera”, con una extraña sugerencia de sabiduría y de experiencia. Sus labios entreabiertos parecen decir algo al pequeño. Algunos críticos consideran que se trata de María del Páramo, la suegra del pintor, la esposa de su maestro Pacheco.


Detalle de la anciana

En un anafe u hornillo presenta un par de huevos flotando en el líquido dentro de una cazuela de barro, y “logra mostrar el proceso de cambio por el cual la transparente clara del huevo crudo se va tornando opaca al cuajarse” (Giles Knox), con lo que capta lo fugaz y efímero, deteniendo el proceso en un momento concreto. 


Detalle de los huevos

La anciana, en la mano derecha lleva una cuchara de madera y en la izquierda un huevo que se dispone a cascar contra el borde de la cazuela, mientras, como hemos comentado, eleva la cabeza hacia el muchacho que acaba de entrar, proporcionando la dicotomía entre el sentido de la vista y del tacto.  

Detalle de las manos de la anciana

Desde el punto de vista médico es interesante el realismo con que el pintor capta la artrosis bilateral de las manos de la mujer, concretamente la “Rizartrosis” o alteración degenerativa de la articulación Trapecio-Metacarpiana del pulgar, que habitualmente provoca dolor y dificultad para el uso de la pinza de la mano, que nos permite manejar los objetos al unir el pulgar con los demás dedos.

Detalle de la mano izquierda con signos de rizantrosis

Esquema y radiografía de Rizartrosis