martes, 23 de diciembre de 2025

PATOLOGIA DEL PIE EN LA PINTURA

Pie griego

La Venida del Espíritu Santo. Juan de Roelas.

La venida del Espíritu Santo. Roelas, Juan de. Hacia 1615. Óleo sobre lienzo. 363 x 329 cm. Museo de Bellas Artes. Sala V. Procede de la Iglesia del Hospital del Espíritu Santo de Sevilla, tras la Desamortización de 1840

La venida del Espíritu Santo es una obra de notable efecto escenográfico y extraordinaria riqueza cromática, concebida para impresionar al espectador tanto por su intensidad visual como por la profundidad de su mensaje teológico.

En el registro inferior de la composición se dispone la Virgen María, sentada en el centro y rodeada por el colegio apostólico, en el instante solemne en que tiene lugar la efusión del Espíritu. Las lenguas de fuego que se posan sobre las cabezas de los apóstoles constituyen el signo visible de este acontecimiento, tal como lo describe la tradición cristiana al relatar el episodio de Pentecostés.

Detalle del registro inferior de la composición

En la zona superior del lienzo se abre un amplio rompimiento de gloria, poblado de nubes luminosas y querubines, del que emerge la Paloma del Espíritu Santo. Este recurso iconográfico subraya el origen divino del don recibido por los apóstoles y conecta la escena terrenal con la esfera celestial, estableciendo un eje vertical que articula toda la composición y refuerza su carácter sobrenatural.

Detalle del registro superior de la composición

Sin embargo, desde el punto de vista teológico, no es la Virgen quien ocupa el papel central en el acontecimiento, a pesar de su posición destacada dentro del grupo. María aparece recogida y silenciosa, ajena al fenómeno de la glosolalia que afecta al resto de los presentes. El verdadero protagonista, aunque ausente de forma visible, es Cristo resucitado, quien envía el Espíritu Santo a los apóstoles. Es Él quien, de manera invisible, infunde este don para capacitarlos a anunciar el Evangelio a todos los pueblos, concediéndoles la facultad de hablar lenguas que nunca habían aprendido, con el fin de llevar el mensaje cristiano a los gentiles.

Esta interpretación se comprende mejor a la luz del Evangelio de san Juan (Juan, 14: 16 y 15: 26), donde se recoge el pensamiento y la esperanza de los apóstoles. Jesús les asegura que, tras su partida, no quedarán abandonados, sino que el Padre les enviará otro consolador, el Paráclito o Espíritu de la verdad, que permanecerá con ellos para siempre. Más adelante, después de la Resurrección (Juan, 20: 21-22), el mismo evangelista presenta a Cristo reafirmando esta misión de forma aún más explícita, cuando sopla sobre los discípulos y les comunica el Espíritu Santo, enviándolos al mundo del mismo modo en que Él fue enviado por el Padre. Esta misma idea aparece también en el Evangelio de Mateo (Mateo, 3:11), en las palabras de san Juan Bautista, quien anuncia a aquel que bautizará no sólo con agua, sino con Espíritu Santo y fuego.

De este modo, aunque Cristo no figure físicamente en la escena, es Él quien concede el Espíritu Santo y quien actúa como auténtico eje del acontecimiento de Pentecostés. Su presencia es real, aunque invisible, semejante a una fuerza viva que anima y transforma a los apóstoles, marcando el inicio de la misión universal de la Iglesia.

Finalmente destaca el apóstol arrodillado situado en la esquina inferior derecha de la composición, que nos muestra el pie descalzo de morfología griega, con el primer dedo más corto que el segundo.

Detalle del apóstol arrodillado situado en la esquina inferior derecha

Se conoce como griego debido a que en la mitología griega está asociado a las diosas y sus poderes.

Detalle del pie del apóstol

Esquema de la morfología del antepie

Por Andrés Carranza Bencano