sábado, 23 de agosto de 2025

SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

Jeroboam ofrece sacrificios al Becerro de Oro. Jean Honoré Fragonard.

Jeroboan ofrece sacrificio al becerro de oro. Jean Honore Fragonard. 1752. Óleo sobre lienzo. 111 x 143 cm. Escuela de Bellas Artes. Paris. (ver) (CC BY 3.0)

Salomón, Roboam y Jeroboam

Salomón es recordado en la Biblia como un rey sabio y próspero, a quien Dios concedió una inteligencia extraordinaria. Bajo su gobierno, Israel alcanzó un notable desarrollo económico y comercial, y se levantó el majestuoso Templo de Jerusalén, centro religioso y símbolo de la unidad nacional. Sin embargo, las riquezas y grandezas de su reinado también trajeron excesos: la idolatría, la multiplicación de esposas extranjeras y la carga de impuestos y trabajos forzados que pesaban sobre el pueblo. El “yugo” mencionado en las Escrituras alude precisamente a esta dura opresión.

Roboam era hijo y sucesor de Salomón (1 Reyes 11:43). Su madre era Naama, una mujer amonita (1 Reyes 14:21); por tanto, Roboam pertenecía a Israel solo por parte de su padre, aunque por linaje materno seguía siendo semita, ya que los amonitas descendían de Lot, sobrino de Abraham.

En contraste, Jeroboam, hijo de Nabat y de una viuda llamada Zerúa, pertenecía a la tribu de Efraín. Durante el reinado de Salomón había sido designado como supervisor de los tributos y de la mano de obra de la casa de José (1 Reyes 11:28), lo que le daba una posición relevante. Fue entonces cuando el profeta Ahías de Silo le anunció que Dios le entregaría diez de las doce tribus de Israel. Como signo, Ahías rasgó un manto nuevo en doce pedazos y dio diez de ellos a Jeroboam (1 Reyes 11:29-31). La promesa de Dios incluía la condición de que Jeroboam obedeciera sus mandamientos y siguiera sus caminos, como lo había hecho David (v. 38): "Y si prestares oído a todas las cosas que te mandare, y anduvieres en mis caminos, e hicieres lo recto delante de mis ojos, guardando mis estatutos y mis mandamientos, como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David, y yo te entregaré a Israel" (versículo 38). “Porque me han dejado y han adorado a Astarte, diosa de los sidonios; a Quemós, dios de Moab; y a Moloc, dios de los hijos de Amón. No han andado en mis caminos para hacer lo recto ante mis ojos y guardar mis estatutos y mis decretos, como su padre David”.

Al conocer esta profecía, Salomón intentó eliminarlo, pero Jeroboam huyó a Egipto, donde encontró refugio bajo el rey Sisac (v. 40).

La división del reino

Tras la muerte de Salomón, Roboam fue reconocido sin dificultad en Judá, donde los ancianos lo apoyaban. Sin embargo, las tribus del norte, descontentas con la pesada carga heredada del reinado anterior, rehusaron someterse a él. Convocaron una asamblea en Siquem, (actual Nabulus), antigua sede de reuniones nacionales de la tribu de Efraín (Génesis 12:6; Josué 24:1), y enviaron a llamar a Jeroboam, quien fue proclamado rey de Israel (1 Reyes 12:1-4).

De este modo se consumó la división: Jeroboam reinó sobre las diez tribus del norte, formando el Reino de Israel, con capital primero en Siquem y luego en Tirsa; mientras que Roboam conservó el Reino de Judá, integrado por Judá y Benjamín, con Jerusalén como capital. Roboam incluso intentó recuperar las tribus rebeldes reuniendo un ejército de 180.000 hombres, pero Dios lo detuvo con un mensaje claro: “Esto lo he hecho yo” (1 Reyes 12:24).

Jeroboam y la idolatría

Aunque Jeroboam consolidó su reino y fortificó varias ciudades, temía que el pueblo regresara a Jerusalén para adorar en el Templo y así volviera a someterse a Roboam. Para evitarlo, estableció centros de culto en Betel y Dan, donde erigió becerros de oro y proclamó: “He aquí tus dioses, oh Israel, los que te hicieron subir de la tierra de Egipto” (1 Reyes 12:28).

Así, a pesar de la oferta de Dios de establecer su dinastía en Israel, Jeroboam eligió la idolatría, y el profeta Ahías le dijo a Jeroboam que su familia no perduraría (1 Reyes 14).

Un hombre de Dios vino a Betel para entregar el pronunciamiento de Dios. Enojado, Jeroboam demandó su arresto, pero Dios inmediatamente atrofió la mano del rey y destruyó el altar que él estaba usando para sacrificios paganos.

Aun cuando la mano de Jeroboam fue sanada, el rey no abandonó su camino de idolatría. Siguió nombrando sacerdotes de cualquier origen para los altares paganos (1 Reyes 13:33).

Profecía contra su casa

Cuando el hijo de Jeroboam cayó gravemente enfermo, el rey envió a su esposa (disfrazada) a consultar al profeta Ahías (1 Reyes 14:1-3). Dios reveló al profeta la identidad de la mujer y el mensaje que debía transmitir: el niño moriría y la casa de Jeroboam sería destruida, porque él había dejado de seguir a Dios. Ahías también anunció que el reino del norte sería finalmente dispersado más allá del río Éufrates a causa de su idolatría (1 Reyes 14:15-16), por cuanto han hecho sus imágenes de Asera (en hebreo: Asherim, deidad cananea), lo que había enojado a Jehová. La primera parte de esta profecía se cumplió de inmediato con la muerte del niño; la segunda se realizaría unos dos siglos más tarde, con el exilio de Israel en Asiria.

Fin de la dinastía de Jeroboam

Jeroboam gobernó Israel durante veintidós años. A su muerte fue sucedido por su hijo Nadab, pero este apenas reinó dos años antes de ser asesinado. Con él fue exterminada toda la descendencia de Jeroboam, cumpliéndose así la palabra del profeta Ahías (1 Reyes 15:25-30).

Jeroboan ofrece sacrificio al becerro de oro. Jean Honore Fragonard. 1752. Óleo sobre lienzo. 111 x 143 cm. Escuela de Bellas Artes. Paris. (ver) (CC BY 3.0)

Uno de los aspectos menos divulgados de esta obra es su propia trayectoria histórica. Originalmente fue encargada por el rey Luis XV de Francia para embellecer el palacio de Fontainebleau, aunque nunca llegó a instalarse allí. En vez de ello, pasó a manos de un coleccionista privado hasta que, en 1936, ingresó en las colecciones del Museo del Louvre, donde se conserva actualmente.

La escena representada gira en torno a Jeroboam, primer monarca del reino del norte de Israel. Situado a la izquierda de la composición, aparece con los brazos elevados en actitud de oración, ofreciendo un sacrificio no al Dios de Israel, sino a un ídolo. 

Detalle de Jeroboam

Frente a la rigidez casi escultórica de su figura, el sector derecho del lienzo transmite mayor movimiento: funcionarios forcejean con el profeta que, en nombre de Dios, lo increpa por su infidelidad.

Detalle del profeta

Detalle del profeta

En el fondo, dominando el centro de la escena, se alza el Becerro de Oro, una de las imágenes que Jeroboam hizo erigir en los santuarios de Betel y Dan (cf. 1 Reyes 12:26-30; 13:1-5). 

Detalle del Becerro de Oro

En primer plano destacan los fieles arrodillados, unos con calzado y otro descalzo representando las distintas clases sociales.

Detalle del primer plano

Detalle del primer plano

El dramatismo se concentra en los rostros y gestos de los personajes, que expresan una gama de emociones que va desde la veneración hasta el miedo y el rechazo, reforzando la tensión espiritual y moral que la pintura pretende transmitir.

Por Andrés Carranza Bencano


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