SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA
Dos Chicas. Berthe Morisot.
Berthe
Morisot (1841-1895), perteneciente a una familia de la alta burguesía, recibió
una educación marcada por el gusto por las artes y la música. Fue una destacada
pintora impresionista y estuvo casada con Eugène Manet, hermano menor del
célebre Édouard Manet.
Su obra
refleja los ambientes y experiencias propios de su vida, mostrando la
influencia de artistas como Manet, Degas y Renoir. Sin embargo, al igual que
Mary Cassatt, Eva Gonzalès o Marie Bracquemond, Morisot fue relegada por la
historiografía artística a un segundo plano, encasillada bajo la etiqueta de
“pintora femenina” por centrarse en temas cotidianos: mujeres, niños y escenas
domésticas.
Como mujer de
la alta burguesía, su universo estaba limitado a espacios íntimos y familiares,
así como a actividades propias de su clase, como los deportes campestres y la
vida social en círculos privados, ya que el ámbito público y masculino le
permanecía vedado.
Esta obra representa a dos
mujeres en un dormitorio, una sentada en una cama con un vestido blanco, con la
mano apoyada en la mano.
Mujer sentada en la cama
La otra mujer está sentada en
el suelo con una falda oscura y una blusa blanca y dirige su mirada hacia el
suelo. Tiene el pie izquierdo descalzo y la correspondiente zapatilla colocada a su izquierda.
Mujer sentada en el suelo
Una jarra y un cuenco verdes
están en el suelo, en primer plano, al lado de los pies descalzos de la mujer
sentada en el suelo.
Las pinceladas son sueltas e
impresionistas, lo que confiere a la pintura una gran sensación de movimientos
y espontaneidad, como si fuera a limpiarse los pies en el cuenco con el agua de
la jarra.
Detalle de la jarra, el cuenco verde y los pies de una
de las chicas
La Biblia relata en Juan
13:1-17 que luego de la cena, Jesús lavó los pies a sus discípulos. En esa
época, el uso de sandalias y las condiciones de polvo del ambiente hacían
necesario el lavamiento de los pies. Sin embargo, esta acción estaba reservada
para los siervos y esclavos que lavaban regularmente los pies de los señores e
invitados de las casas. Quienes se consideraban iguales no se lavaban los pies
entre sí, solo excepcionalmente, como una señal de amor. Es por esto por lo que
Jesús sorprendió a sus discípulos cuando él lo hizo. El lavamiento de los pies
enseñó la lección del servicio desinteresado, que luego el Maestro ratificó con
su acto de amor en la cruz.
La
práctica del lavado de pies nos lleva a una
actitud de arrepentimiento y humildad limpiándonos de
todo orgullo y de ciertas cosas que nos ensucian al aferrarse a nosotros en
nuestro caminar espiritual, ya que al igual que el polvo se pega a los pies de
los viajeros, muchas cosas también se pueden adherir a nuestras vidas.
Por Andrés Carranza Bencano
No hay comentarios:
Publicar un comentario