SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA
La Adoración de los Magos. Rubens
A finales de 1608,
Amberes se preparaba para recibir a los delegados que iban a negociar una
tregua en las hostilidades entre España y las Provincias Unidas (Guerra de los
Ochenta años).
Las conversaciones
se desarrollaron en el Ayuntamiento de la Ciudad (Stadhuis) desde el 28 de
marzo de 1609 y condujeron a la firma el 9 de abril del Tratado de Amberes, con
el inicio de la Tregua de los Doce Años.
La corporación
municipal decidió encargar un cuadro a Rubens, para decorar la sala en la que
iban a tener lugar estas negociaciones, la Cámara de los Estados (Statenkamer), pues se había convertido en el pintor más
prestigioso de la ciudad.
En la primavera de
1612 Rodrigo Calderón, sobrino y hombre de confianza del duque de Lerma, y
uno de los principales miembros de la corte del rey Felipe III de España, llegó
a los Países Bajos Españoles como embajador extraordinario del rey de España,
presumiblemente con la misión de convertir la Tregua de los Doce Años en una paz
permanente, entre España y las Provincias Unidas.
El Consistorio de
la Ciudad, para ganarse el favor tanto de Lerma como del propio Rey, concedió a
Calderón, como presente, el cuadro “Adoración de los Magos”, y este lo envió a
España donde llegó a principios de 1613.
En 1621 Calderón
cayó en desgracia y fue ejecutado por degollación en la Plaza Mayor de Madrid y
en 1623 el rey Felipe IV adquirió la pintura en la almoneda de sus bienes
y la instaló en el Real Alcázar de Madrid.
El cuadro permanecía en el Real Alcázar de Madrid cuando se
produjo el incendio de 1734, pudo ser salvado, y aunque no se llegó a quemarse,
estuvo expuesto al calor, lo que causó la aparición de pequeñas ampollas en la
superficie pictórica.
Fue instalado posteriormente en el Palacio Real de Madrid y
de él pasó luego al Museo del Prado, en cuyos inventarios aparece por primera
vez en 1834.
Rubens permaneció en España desde el verano de 1628 hasta
abril de 1629, con el fin de informar al rey sobre la situación de las
negociaciones de un tratado de paz con Inglaterra, y según Francisco Pacheco
(El Arte de la Pintura) pintó numerosos cuadros y retocó y amplió “La Adoración
de los Magos”, añadiéndole una tira en la parte superior y otra en la derecha,
donde se autorretrató a lomos de un caballo, pudiéndose apreciar fácilmente las
costuras que unen los trozos de tela añadidos.
Existe un boceto en el Groninger Museum de Groninga, Países Bajos, así como varios estudios preparatorios, entre ellos una Cabeza de Mago negro (Getty Center, Los Ángeles), un Retrato de hombre con barba (Galleria Nazionale d´Arte Antica de Palazzo Corsini alla Lungara, Roma) y otros dos del Museo Boymans Van Beuningen de Róterdam). También hay una copia de taller del cuadro definitivo en una colección particular londinense, que permite conocer el aspecto original de la obra antes de su ampliación.
Iconográficamente, el cuadro representa el momento en el que los tres reyes, acompañados de un gran cortejo, presentan sus regalos al Niño Jesús, Melchor el europeo, oro como rey; Gaspar el asiático, incienso como Dios y Baltazar el africano, mirra como hombre.
Pero, estos presentes representan, además, los
productos de los que vivía Amberes, un importante centro comercial que se había
visto abocado a la crisis por la guerra y el bloqueo ejercido sobre la ciudad
por sus vecinos del norte, y que, como hemos comentado, esperaba recuperar la
prosperidad con la firma del tratado.
Según argumenta J. Vander Auwera en su artículo para el catálogo de la
exposición del Museo del Prado en el 2004, el cuadro sería una
representación simbólica de los archiduques como guardianes de la paz en estos
territorios y, el gran cortejo que acompaña a los magos, los dignatarios que
vienen a presentarles sus respetos.
Al mismo tiempo, es la Iglesia
Universal que acude a adorar al Mesías, en este nacimiento, la Virgen (a la que
los protestantes no rendían culto) gana en protagonismo por la columna que el
pintor sitúa detrás de ella.
La idea de que la llegada de Cristo supone el inicio
de una nueva era y la victoria sobre el Mal la subraya Rubens mediante el
añadido de una araña en la esquina superior izquierda de la composición (las
arañas, que aparecen también en otras adoraciones del artista, se utilizaban en
sermones y textos de la época como símbolo del Mal).
La paja que el
pintor añade bajo el Niño y las hojas de parra que se sitúan por encima de él,
en la parte superior del cuadro, simbolizan el sacramento de la Eucaristía,
cuya validez negaban los protestantes.
El asno con los ojos
tapados que mira en dirección opuesta al Nacimiento, simboliza la Ignorancia
y la Ceguera de quienes no reconocen en el Niño una Encarnación de Dios.
En
la franja añadida a la derecha, Rubens incluyó su autorretrato. Se representó
montado a caballo, junto a su paje, con espada y cadena de oro, reflejando con
ello la condición nobiliaria que le había concedido Felipe IV en 1624. Se
presenta ante el rey, propietario del lienzo, como un portavoz del catolicismo
contrarreformista que guía la política de la Monarquía española.
Los ropajes de los reyes, con
capas bordadas de rico colorido y gran riqueza, adornadas de piedras preciosas
y joyas, y el número de acompañantes, muestran el lujo de este cortejo, que
contrasta con la desnudez y los pies sucios de alguno de los criados. Es el
contraste entre la pobreza y la prosperidad que se espera con la consecución de
la paz. Porque la pintura no solo sirvió para adornar, sino que participó
en la negociación de la tregua más importante de la época.
Un detalle descubierto por el investigador José Ramón Marcaida es que Baltasar nos está mirando, lleva una capa azul y un vestido que parece de seda por debajo, con una banda adornada con diamantes, un atuendo que nos habla claramente de su estatus.
Sobre su turbante, un penacho con unas
plumas de varios colores, con una cabeza y un pico, pues
se trata de un pájaro bastante singular, un ave del paraíso disecada.
Se trata de un
pájaro procedente de las islas Molucas y la actual Nueva Guinea, que representa
el exotismo de oriente y el poder. Eran consideradas aves sagradas, dotadas de
un gran poder simbólico, que se llevaban como adornos en la cabeza otorgando protección en la batalla.
Los primeros ejemplares que se conocieron en Europa llegaron a España en 1522, con los miembros que sobrevivieron de la expedición de Magallanes-Elcano, como regalo para Carlos V de uno de los reyes locales de las islas Molucas.
Antonio
Pigafetta las describe en su diario de viaje. “Nos dio
también para el rey de España dos pájaros muertos muy hermosos”, “tenían el
tamaño de un tordo: la cabeza, pequeña; el pico largo; las patas, del grueso de una pluma de
escribir y de un palmo de largo”,
“cuentan que vienen del Paraíso terrenal, y les llaman bolon divata, que quiere
decir, pájaro de Dios”.
Representaciones antiguas del ave del paraíso.
Izquierda: John Ray y Francis Willughby (1678). Dcha: Iconoes avium, de Conrad
Gessner |
A pesar de que
Pigafetta señala que el ave tiene patas delgadas, la llegada de ejemplares a
los que los cazadores locales habían quitado aquella parte de su anatomía, alimentó una leyenda que dice que pasan toda su vida volando; están cerca del
mundo de los cielos, de lo sagrado, es un ave vinculado no a lo terrenal, sino
a las altas esferas del cielo”.
Maximilianus Transilvanus, secretario de Carlos V, escribe por carta al
arzobispo de Salzburgo que aquellas aves “manucodiatas”, como las llaman, “andan volando, sin que
jamás las viese persona alguna asentar en tierra, ni en árbol, ni en otra cosa
que en la tierra sea, y así andan volando siempre
por el aire sin posar en parte alguna, hasta que cansadas,
desfalleciendo, caen en tierra muertas, y no las toman vivas”.
Asegura Marcaida. “Como no se pueden posar, se dice que incuban los huevos en la espalda del macho y, como son consideradas sagradas, se dice que no se alimentan de nada terrenal, que viven del aire o del rocío”.
Y es por eso que a lo largo del siglo XVII empiezan a aparecer en emblemas y
otras representaciones, como símbolo de lo trascendente frente a lo terrenal.
Por todos estos motivos, el ave que sobresale como un penacho sobre el rey Baltasar en “La adoración de los Magos” de Rubens, en el Museo del Prado, es mucho más que un simple adorno. Como escribió Marcaida en el trabajo de investigación inicial, “pensar en las manucodiata era pensar en el clavo, la nuez moscada, la pimienta; todos los bienes cuya circulación estaba reconfigurando la economía mundial”.
Bajo la mirada atenta de Felipe IV,
Rubens está tratando de reflejar la grandeza de un imperio que desaparece, en
un mundo en el que lo real y lo imaginario aún se están mezclando y la ciencia
moderna, como el ave del paraíso, aún no ha terminado de aterrizar.
En el Museo del Prado, también vemos estas
aves en los “Paraisos" de Brueghel el viejo, ; en las “Tentaciones de san Antonio Abad" , de David Teniers;
“El Aire ”,
de autor anónimo; “Las ciencias y las artes ”, de Adriaen van Stalbent; en
el “Concierto de aves ”,
de Frans Snyders.