EL PIE Y LA PASION DE CRISTO EN LA PINTURA
Excavaciones arqueológicas.
El suplicio de la cruz es de origen oriental, y
los griegos, egipcios y romanos lo recibieron de los fenicios, persas, asirios
y caldeos.
Alejandro Magno heredó tal práctica de los
persas que la emplearon sistemáticamente en el siglo VI a.C.
Se cree que fueron los fenicios los que la
introdujeron en la capital del imperio itálico tres siglos después.
Otros académicos postulan que fueron los
cartagineses los referentes que inspiraron a los romanos en este modo de
ajusticiamiento, creencia compartida con Gualdi y el resto de investigadores,
quienes consideran que los romanos la usaron durante casi un milenio hasta que
el emperador Constantino la prohibió en el siglo IV d.C.
Constituye la forma de muertes más inhumana,
suplicio infamante (servile suppliciun), por lo que el imperio romano la
reservaba para los peores criminales, los esclavos, los extranjeros, los
prisioneros de guerra, los enemigos del Imperio.
Se conoce que, en la
rebelión de Espartaco, en el 71 a.C, se crucificaron a más de 6.000
prisioneros. Espartaco era un esclavo de origen tracio, de la tribu medos, con
probable localización en la región de influencia de Macedonia. Junto a otros esclavos gladiadores, idearon un
plan de escape que desembocó en un estallido en toda la península. Se les unían
esclavos fugitivos de todas partes, conformándose de esta manera un gran ejército
formado por hombres, mujeres y niños que, sorprendentemente, constituyó una
combinación que demostró repetidas veces su capacidad para resistir y superar
al equipado y entrenado ejército romano, las cualificadas legiones. Tras
numerosas victorias, y a punto de obtener la libertad cruzando los Alpes,
regresaron para sitiar Roma. La guerra acabó finalmente en 71 a. C.
Flavio
Josefo escribe que en el asedio a Jerusalén los romanos crucificaban
diariamente a quinientos prisioneros judíos frente a las murallas para
intimidar a los que resistían: “Eran tantas sus víctimas que no tenían espacio suficiente para poner sus
cruces, ni cruces para clavar sus cuerpos”.
El sitio de Jerusalén del año 70 d.C. fue un acontecimiento decisivo en la
primera guerra judeo-romana, que finalizó con la caída de Masada en el año
73. El ejército romano, dirigido por el futuro emperador Tito, sitió y
conquistó la ciudad de Jerusalén, que había estado ocupada por sus defensores
judíos desde el año 66. La destrucción del Templo de Jerusalén es lamentada
anualmente durante la festividad judía Tisha b´Av, a finales de agosto, y
aparece en el Arco de Tito de Roma donde se representa y celebra el saqueo
de Jerusalén y del Templo.
Según las fuentes históricas antiguas, los condenados nunca llevaban la cruz completa, como se cree comúnmente y se representa artísticamente; en lugar de esto, trasportaba solamente el travesaño horizontal o Patibulum, mientras que el palo vertical o Estipe se dejaba en un lugar permanente donde era utilizado para las ejecuciones posteriores.
Por otra parte, sabemos por Josefo que, durante el primer siglo, la madera era tan escasa en Jerusalén que los romanos se vieron obligados a viajar a diez millas de Jerusalén para obtener la madera para sus máquinas de asedio.
Por lo tanto,
se puede suponer razonablemente que las escaseces de la madera pueden haber
sido expresada en la economía de la crucifixión en el que el travesaño, así
como el montante sería utilizado en varias ocasiones.
A pesar de estas múltiples crucifixiones romanas
no existe gran documentación arqueológicas sobre las mismas.
Excavaciones arqueológicas de Giv’at
ha-Mitvar, al norte de
Jerusalén.
En 1968, unos constructores trabajaban en Giv’at ha-Mitvar, un barrio judío en el
norte de Jerusalén, y accidentalmente encontraron un gran cementerio judío del
periodo del Segundo Templo, del siglo II a.C al año 70 d.C.
En total se trataba de los restos de 17 individuos
de dos generaciones de una misma familia. Gente de cierta importancia y con
recursos, porque no todo el mundo podía permitirse unos osarios como estos.
Uno de ellos contenía los huesos de un tal “Simón, constructor
del Templo”, quizá un albañil o un ingeniero que trabajó en la reconstrucción
del Templo de Jerusalén realizada por Herodes el Grande. Otro albergaba los
huesos de “Jehonathan, el alfarero”. Cinco de los miembros fallecieron con
menos de 7 años y solo dos alcanzaron los 50. Un niño murió de inanición y una
mujer fue asesinada de un mazazo en la cabeza.
En las investigaciones antropológicas iniciales
de 1970 en la Universidad Hebrea de Jerusalén, el doctor Haas concluyó que
Jehohanan fue crucificado con los brazos estirados y sus antebrazos clavados
sobre una Cruz latina de dos vigas.
Joe Zias, conservador del departamento de
Arqueología y Antropología de la Autoridad de Antigüedades de Israel entre 1972
y 1997, y el doctor Eliezer Sekeles, de la Facultad de Medicina de la
Universidad Hebrea de Jerusalén, reexaminaron los restos y concluyeron que el
clavo conservado había sido mucho más corto de lo supuesto por Haas, de unos
11,5 centímetros, de forma que cada talón fue clavado a cada lado de la cruz.
Además, señalaron que no había señales de clavos en los antebrazos, por lo que
es posible que estos fuesen amarrados con sogas al travesaño... si es que hubo
un travesaño, porque consideraron que Jehohanan pudo haber sido ejecutado en
una “cruz simple”, es decir, un poste vertical.
Excavaciones arqueológicas en Fenstanton, condado de Cambridgeshire,
Reino Unido.
En noviembre de 2017 se realizaron unas
prospecciones arqueológicas en la zona de una antigua planta embotelladora de
leche, en el pueblo de Fenstanton, en el condado de Cambridgeshire, en Reino
Unido, como fase previa para la construcción de una nueva serie de viviendas.
La tumba en la localidad de Fenstanton del hombre crucificado. Albion Archaeology.
Los arqueólogos de la compañía Albion Archaeology
encontraron un asentamiento romano, datado entre los siglos II y IV, que
contenía los enterramientos de 40 adultos y cinco niños. Entre ellos, un hombre de unos 25 a 35 años,
presentaba un clavo que atravesaba uno de sus talones, como clara evidencia de
que había sido ejecutado por medio de una crucifixión.
Como curiosidad, es inusual que el clavo apareciera clavado en el
esqueleto del reo, pues normalmente estas piezas solían retirarse de los cadáveres
tras la ejecución, ya que en la sociedad romana de aquel tiempo se creía que
tenía propiedades mágicas o curativas.
Por otra
parte, también era curioso que el cadáver fuese enterrado en un ataúd de madera
de roble, lo que indica que probablemente fue entregado a sus familiares o
allegados para su inhumación, algo del todo inusual al tratarse de un reo
ejecutado mediante crucifixión, un castigo reservado a malhechores o enemigos
de Roma.
Además, los arqueólogos
consideran que el hombre era posiblemente un esclavo, pues presentaba signos
evidentes de infecciones y daños en los huesos de sus espinillas, indicando que
había estado encadenado; por esta razón, sorprende que el ejecutado fuese
devuelto a sus familiares para su entierro, en lugar de ser sepultado en una
fosa común, como solía ser habitual.
Cristo
en la Cruz. Aimé Morot. 1883. Óleo sobre lienzo. Museo de Bellas Artes de Nancy
Excavaciones arqueológicas en Jerusalén.
En 1990, arqueólogos
de la Autoridad de Antigüedades de Israel excavaron una cueva funeraria judía
del siglo I después de Cristo, con ocasión de la construcción en el barrio de
Talpiyot, a medio camino entre la antigua Jerusalén y Belén, al norte de Jerusalén.
La cueva contenía 12 osarios,
cajas de piedra caliza en las que los judíos de este período colocaban
tradicionalmente los restos de los difuntos una vez que los cuerpos se habían
descompuesto.
Lo que distingue este entierro
de otras tumbas encontradas en Jerusalén es que en uno de los osarios se
inscribió el nombre “Caifás” (Kayafa en hebreo), y en otro con las
palabras “José, hijo de Caifás”. Por lo que, muchos eruditos, aunque no todos,
han identificado la cueva como la tumba familiar del sumo sacerdote que, según
los evangelios, entregó a Jesús a Poncio Pilato y a los romanos para que lo
ejecutaran.
Se encontraron dos clavos. Uno en el piso donde
estaban los osarios 5 y 6; el otro, dentro del osario 1. Se dijo que los clavos
se usaron para fijar las tapas de los osarios o para rayar el nombre del
difunto en el costado de un osario. Ha sido la explicación admitida en los
círculos académicos y por eso nadie se escandalizó cuando se perdieron.
Los clavos o uñas, como también se le denomina en
el estudio, miden 8 cm de largo con un extremo ligeramente ahusado, se doblaron
intencionalmente en un ángulo, una práctica aparentemente relacionada con los
clavos usados en crucifixiones. Los fragmentos blancos adheridos son en
su mayoría minerales de fosfato secundarios formados a partir de la
descomposición del fósforo óseo.
El Dr. Joe Zias, que en 1985 investigó el clavo de Jehohanan, considera que estos dos clavos estaban en el laboratorio de Haas y que los envió a la Universidad de Tel Aviv, donde se perdieron pues no se guardaron al considéralos de “poca importancia científica”, y son por lo tanto 15 años anteriores al hallazgo de la tumba de Caifás.
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