martes, 12 de agosto de 2025

INFECCIONES-EPIDEMIAS

San Carlos Borromeo dando la comunión a los apestados de Milan. Juan de Espinal.

San Carlos Borromeo dando la comunión a los apestados de Milán. Juan de Espinal. Mediados del siglo XVIII. Óleo sobre lienzo. 217,5 × 149,3 cm. Iglesia de san Nicolás de Bari.

Actualmente conocemos que la peste bubónica es una grave infección causada por la bacteria "Yersinia pestis". Se transmite principalmente a través de la picadura de pulgas infectadas o por el contacto con fluidos corporales de animales portadores. Sus síntomas iniciales, que suelen aparecer entre uno y siete días tras el contagio, recuerdan a los de la gripe: fiebre alta, dolor de cabeza, vómitos y malestar general. La enfermedad se caracteriza por la inflamación dolorosa de los ganglios linfáticos, conocida como “bubas”, que pueden llegar a abrirse y supurar.

Durante siglos, la peste fue uno de los mayores temores de Europa, debido a su elevada mortalidad y a la ausencia de un tratamiento eficaz.

Entre 1576 y 1578, Milán sufrió una epidemia devastadora que colapsó los hospitales y segó miles de vidas.

En aquel tiempo, la familia Borromeo, originaria de la Toscana, gozaba de gran prestigio. Su nombre perdura no solo por la figura de san Carlos Borromeo, sino también por las islas Borromeas, un conjunto de cuatro joyas en la bahía occidental del Lago Maggiore. La más célebre, Isola Bella, era poco más que una roca hasta que, a mediados del siglo XVII, los condes Carlos y Giulio llevaron tierra fértil desde el continente. Más tarde, la condesa Vitaliana la transformó en un exuberante jardín de terrazas pobladas de especies exóticas, con un palacio adornado con pintura lombarda, tapices flamencos, armas antiguas y mobiliario de época.

San Carlos Borromeo (1538-1584) fue nombrado arzobispo de Milán con apenas 26 años, aunque desde los 22 ya administraba la diócesis. Como secretario de Estado de Pío IV, participó activamente en la reanudación del Concilio de Trento. Al conocer el brote de peste en su diócesis, mientras estaba fuera de la ciudad, decidió regresar de inmediato, preocupado por la rápida propagación de la enfermedad, que ya causaba muertes en Trento, Verona y Mantua.

La situación en Milán era dramática: los lazaretos estaban abarrotados, los enfermos yacían abandonados en las calles y apenas recibían atención médica o espiritual. Borromeo se implicó personalmente, visitando a los afectados para confesarles y darles la comunión. Vendió sus bienes más valiosos, e incluso cedió los cortinajes de su palacio para confeccionar ropa para los necesitados. Organizó la asistencia espiritual en hospitales e impulsó obras de caridad sin reservas. Su entrega fue tal que aquel brote pasó a la historia como “la peste de san Carlos”.

Este gesto heroico quedó inmortalizado en esta pintura que el canónigo Carlos Villa donó en 1778 a la Hermandad Sacramental. La obra, realizada por el sevillano Juan de Espinal (1714-1783) hacia 1760, representa al santo administrando el viático a los apestados de Milán.

La escena, de gran dramatismo, sitúa al santo arzobispo a las afueras de la ciudad, en el instante de dar el viático a un enfermo postrado a sus pies, acompañado por varios sacerdotes y un monaguillo que sostiene un cirio, lo que refuerzan la dimensión litúrgica del acto: el viático/ comunión para los moribundos como sacramento que ilumina y sana espiritualmente en el tránsito.

Detalle de san Carlos Borromeo

La composición se enriquece con grupos de enfermos y cadáveres que transmiten un hondo patetismo.

 Detalle de los moribundos

En segundo plano, se distinguen entierros que intensifican el tono sombrío. 

Detalle del segundo plano con los entierros

Espinal plasma la crudeza de la epidemia con un cielo encapotado y una gama de colores apagados para los cuerpos enfermos, interrumpida únicamente por el rojo vivo de las vestiduras episcopales y por la delicada figura de una madre con su hijo, símbolo de la fragilidad de la vida y de la protección espiritual frente a la muerte.

Detalle de la madre con su hijo

El punto focal de la obra es la Sagrada Forma que san Carlos sostiene en su mano derecha, lista para ser entregada al enfermo. Su blancura, realzada por el fondo claro de las vestiduras del sacerdote que le acompaña, contrasta con la penumbra general y simboliza la presencia de Cristo como esperanza y consuelo en medio del sufrimiento y la enfermedad.

Por Andrés Carranza Bencano

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