INFECCIONES-EPIDEMIAS
San Carlos Borromeo dando la comunión a los apestados de Milan. Juan de Espinal.
San
Carlos Borromeo dando la comunión a los apestados de Milán. Juan de Espinal. Mediados del
siglo XVIII. Óleo
sobre lienzo. 217,5 × 149,3 cm. Iglesia de san Nicolás de Bari.
Actualmente conocemos que la peste bubónica es una grave infección causada por la
bacteria "Yersinia pestis". Se transmite principalmente a través de la
picadura de pulgas infectadas o por el contacto con fluidos corporales de
animales portadores. Sus síntomas iniciales, que suelen aparecer entre uno y
siete días tras el contagio, recuerdan a los de la gripe: fiebre alta, dolor de
cabeza, vómitos y malestar general. La enfermedad se caracteriza por la
inflamación dolorosa de los ganglios linfáticos, conocida como “bubas”, que
pueden llegar a abrirse y supurar.
Durante
siglos, la peste fue uno de los mayores temores de Europa, debido a su elevada
mortalidad y a la ausencia de un tratamiento eficaz.
Entre
1576 y 1578, Milán sufrió una epidemia devastadora que colapsó los hospitales y
segó miles de vidas.
En aquel
tiempo, la familia Borromeo, originaria de la Toscana, gozaba de gran
prestigio. Su nombre perdura no solo por la figura de san Carlos Borromeo, sino
también por las islas Borromeas, un conjunto de cuatro joyas en la bahía
occidental del Lago Maggiore. La más célebre, Isola Bella, era poco más que una
roca hasta que, a mediados del siglo XVII, los condes Carlos y Giulio llevaron
tierra fértil desde el continente. Más tarde, la condesa Vitaliana la
transformó en un exuberante jardín de terrazas pobladas de especies exóticas,
con un palacio adornado con pintura lombarda, tapices flamencos, armas antiguas
y mobiliario de época.
San
Carlos Borromeo (1538-1584) fue nombrado arzobispo de Milán con apenas 26 años,
aunque desde los 22 ya administraba la diócesis. Como secretario de Estado de
Pío IV, participó activamente en la reanudación del Concilio de Trento. Al
conocer el brote de peste en su diócesis, mientras estaba fuera de la ciudad, decidió
regresar de inmediato, preocupado por la rápida propagación de la enfermedad,
que ya causaba muertes en Trento, Verona y Mantua.
La situación en
Milán era dramática: los lazaretos estaban abarrotados, los enfermos yacían
abandonados en las calles y apenas recibían atención médica o espiritual.
Borromeo se implicó personalmente, visitando a los afectados para confesarles y
darles la comunión. Vendió sus bienes más valiosos, e incluso cedió los
cortinajes de su palacio para confeccionar ropa para los necesitados. Organizó
la asistencia espiritual en hospitales e impulsó obras de caridad sin reservas.
Su entrega fue tal que aquel brote pasó a la historia como “la peste de san
Carlos”.
Este gesto
heroico quedó inmortalizado en esta pintura que el canónigo Carlos Villa donó
en 1778 a la Hermandad Sacramental. La obra, realizada por el sevillano Juan de
Espinal (1714-1783) hacia 1760, representa al santo administrando el viático a
los apestados de Milán.
La escena, de
gran dramatismo, sitúa al santo arzobispo a las afueras de la ciudad, en el
instante de dar el viático a un enfermo postrado a sus pies, acompañado por
varios sacerdotes y un monaguillo que sostiene un cirio, lo que refuerzan la
dimensión litúrgica del acto: el viático/ comunión para los moribundos como
sacramento que ilumina y sana espiritualmente en el tránsito.
Detalle de san Carlos Borromeo
La composición
se enriquece con grupos de enfermos y cadáveres que transmiten un hondo
patetismo.
Detalle de
los moribundos
En segundo plano, se distinguen entierros que intensifican el tono sombrío.
Detalle del segundo plano con los entierros
Espinal plasma
la crudeza de la epidemia con un cielo encapotado y una gama de colores
apagados para los cuerpos enfermos, interrumpida únicamente por el rojo vivo de
las vestiduras episcopales y por la delicada figura de una madre con su hijo,
símbolo de la fragilidad de la vida y de la protección espiritual frente a la
muerte.
Detalle de la madre con su hijo
El punto focal
de la obra es la Sagrada Forma que san Carlos sostiene en su mano derecha,
lista para ser entregada al enfermo. Su blancura, realzada por el fondo claro
de las vestiduras del sacerdote que le acompaña, contrasta con la penumbra
general y simboliza la presencia de Cristo como esperanza y consuelo en medio
del sufrimiento y la enfermedad.
Por Andrés Carranza Bencano
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