EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA
Santísimo Cristo de la Expiración. Hermandad del Museo.
Cabecera de la Capilla del Museo
El Santísimo
Cristo de la Expiración fue esculpido por Marcos Cabrera en
1575, aunque durante siglos su autoría estuvo envuelta en confusión. A partir
del siglo XVII, el Abad Gordillo (ver) y otros cronistas atribuyeron erróneamente la
imagen a un supuesto “Capitán Cepeda. No fue hasta 1946 cuando las
investigaciones de Celestino López Martínez devolvieron el mérito a su verdadero
creador, el también capitán y escultor Marcos de Cabrera.
La hermandad conserva el contrato firmado el 7 de diciembre de 1575, en el que encargaba la realización de un
Cristo expirante, con la entrega prevista para la Pascua de Navidad de ese
mismo año. Se solicitaba que la talla estuviese elaborada en un material
ligero, de modo que pudiera procesionar con facilidad por las calles de
Sevilla, y de tal hechura que no existiera otra semejante.
La tradición ha
transmitido una leyenda vinculada a este encargo, según la cual, los cofrades
exigieron que, si la obra cumplía sus expectativas, los moldes empleados para
realizarla fueran arrojados al río Guadalquivir,
a fin de garantizar que nunca pudiera reproducirse.
Se cree que Cabrera pudo inspirarse en
bocetos de Miguel Ángel, incorporando la
línea “serpentinata” (figuras en forma de
S, propias del manierismo). Con ello, la imagen rompía de manera radical con
los modelos aún dominados por la estética gótica.
La talla, ejecutada en pasta de madera y policromada,
de tamaño natural, representa con sobrecogedora intensidad el instante en que
Cristo entrega su último aliento.
Santísimo Cristo
de la Expiración
Los músculos aparecen tensos en un último esfuerzo, el semblante muestra una palidez extrema y el rostro, oscurecido por la asfixia de la agonía, refleja el instante supremo de la expiración.
La mirada, apagada y sin brillo, se dirige hacia lo alto; la boca, entreabierta, deja ver los labios resecos, los dientes y la lengua ennegrecida propulsada hacia afuera.
La cabeza se inclina levemente hacia arriba y a la izquierda,
acentuando la expresión de dolor y sobrecogimiento.
Detalle
del rostro
La singular
actitud del cuerpo se explica por la excelente representación del espasmo cadavérico: la pelvis
se arquea hacia la izquierda, mientras la pierna de ese lado aparece rígida y
extendida. Difícilmente podría concebirse una postura más sobrecogedora y
audaz.
En el vientre
se aprecia un notable abultamiento en la zona media, que no debe entenderse
como un defecto de modelado, sino como un hallazgo expresivo del escultor.
Corresponde a la contracción localizada de los rectos abdominales, que se
proyectan hacia fuera rompiendo la línea habitual de la pared abdominal.
El conjunto
refleja con maestría la violenta contorsión del cuerpo de Cristo en el último
estertor de la agonía, una representación tanatológica de extraordinaria
originalidad y acierto artístico.
Detalle del cuerpo en forma de S
El paño de pureza original consistía en una sencilla pieza de lino ceñida a la cintura. El que hoy luce la imagen no corresponde a aquel primitivo, sino que fue incorporado en 1895 por Gutiérrez Cano, quien lo concibió anudado al lado derecho.
Con esta intervención buscó acentuar
el dramatismo de la obra, sustituyendo la sencillez inicial por un paño
realizado en telas encoladas, dotado de un
marcado movimiento y dinamismo.
Detalle del paño de pureza
Los pies están fijados con un solo clavo con el pie derecho sobre el izquierdo. El pie derecho muestra el quinto dedo en posición de "infraductus", debajo del cuarto.
Visión frontal de los pies
Visión lateral de los pies
Como ya
se indicó, en 1895 Gutiérrez Cano intervino en la imagen,
sustituyendo el paño de pureza original por otro confeccionado con telas
encoladas. Posteriormente, en 1978, Peláez del Espino reforzó su
estructura interna mediante elementos metálicos y otros materiales.
Entre abril de 1990 y marzo de 1991,
el Instituto de Conservación y Restauración de
Obras de Arte de Madrid, acometió una importante restauración
del Cristo de la Expiración. Ese mismo año, los hermanos Cruz Solís, dentro del mismo
organismo, llevaron a cabo la limpieza y recuperación de la policromía, que
presentaba un fuerte ennegrecimiento.
Entre los meses de junio de 2012 y enero de 2013 la
imagen fue restaurada en las instalaciones del Instituto Andaluz de Patrimonio
Histórico.
Leyenda de la talla del
Cristo del Museo
Las crónicas transmiten que un
caballero cordobés, perteneciente a familia noble, abandonó su hogar para
alistarse en la milicia. Llegó a alcanzar el grado de capitán en los tercios españoles,
combatiendo en distintas campañas por tierras de Europa. Su nombre era don Marcos de Cepeda.
Durante
sus largas estancias en Italia entró en contacto con destacados maestros de la
talla y del arte escultórico, familiarizándose con las técnicas con figuras como
Miguel Ángel Buonarroti y Bernini. Finalmente, decidió dejar
las armas para dedicarse por entero al cultivo del arte.
En 1625 regresó a Córdoba con la intención de
permanecer solo un breve tiempo, pero la solicitud del obispo de la diócesis,
que le encomendó la realización de diversas imágenes, lo retuvo en la ciudad.
Por aquellos años, la Hermandad del Cristo de la
Expiración de Sevilla había perdido a su titular en un incendio
y decidió encargar una nueva imagen. Buscaban un crucificado singular,
diferente a todos los anteriores.
Cepeda
viajó a Sevilla a instancias de la corporación, y allí propuso una solución
novedosa: en lugar de ejecutar la talla en madera, como era habitual, la
realizaría en pasta modelada en moldes, lo
que, según aseguró, otorgaría mayor realismo a la obra y la distinguiría de
cualquier otra existente. Convenció a los cofrades y, a comienzos de diciembre,
se firmó el acuerdo. Apenas dieciocho días más tarde entregaba el Cristo, que
fue acogido con entusiasmo unánime por la hermandad debido a su extraordinaria
fuerza expresiva.
Los
cofrades, temerosos de que la imagen pudiera ser reproducida, exigieron al
escultor la entrega de los moldes empleados. Obligado por la justicia, Cepeda
los entregó y, en la tarde del 24 de diciembre,
víspera de Navidad, fueron rotos y arrojados a las aguas del Guadalquivir. La tradición
añade que el artista, contemplando la escena desde la orilla, derramó lágrimas
al ver desaparecer en el río la matriz de su creación.
La
leyenda ofrece diversas versiones sobre el destino del capitán-escultor:
algunos afirman que, en un arrebato de desesperación, se lanzó al río para
recuperar los moldes y murió ahogado; otros sostienen que marchó nuevamente a
Italia; y no falta quien asegure que ingresó en un monasterio, donde terminó
sus días dedicado al cuidado de los enfermos.
Sea cual fuere el desenlace, lo cierto
es que nada se sabe con certeza del capitán Cepeda
tras aquel episodio, quedando su figura envuelta en la bruma de la tradición,
mientras que está documentado que el Cristo de la Expiración fue esculpido por Marcos Cabrera en 1575.
Por Andrés Carranza Bencano
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