jueves, 28 de agosto de 2025

EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA

Santísimo Cristo de la Expiración. Hermandad del Museo.

Cabecera de la Capilla del Museo


El Santísimo Cristo de la Expiración fue esculpido por Marcos Cabrera en 1575, aunque durante siglos su autoría estuvo envuelta en confusión. A partir del siglo XVII, el Abad Gordillo (ver) y otros cronistas atribuyeron erróneamente la imagen a un supuesto “Capitán Cepeda. No fue hasta 1946 cuando las investigaciones de Celestino López Martínez devolvieron el mérito a su verdadero creador, el también capitán y escultor Marcos de Cabrera.

La hermandad conserva el contrato firmado el 7 de diciembre de 1575, en el que encargaba la realización de un Cristo expirante, con la entrega prevista para la Pascua de Navidad de ese mismo año. Se solicitaba que la talla estuviese elaborada en un material ligero, de modo que pudiera procesionar con facilidad por las calles de Sevilla, y de tal hechura que no existiera otra semejante.

La tradición ha transmitido una leyenda vinculada a este encargo, según la cual, los cofrades exigieron que, si la obra cumplía sus expectativas, los moldes empleados para realizarla fueran arrojados al río Guadalquivir, a fin de garantizar que nunca pudiera reproducirse.

Se cree que Cabrera pudo inspirarse en bocetos de Miguel Ángel, incorporando la línea “serpentinata” (figuras en forma de S, propias del manierismo). Con ello, la imagen rompía de manera radical con los modelos aún dominados por la estética gótica.

La talla, ejecutada en pasta de madera y policromada, de tamaño natural, representa con sobrecogedora intensidad el instante en que Cristo entrega su último aliento.

Santísimo Cristo de la Expiración

Los músculos aparecen tensos en un último esfuerzo, el semblante muestra una palidez extrema y el rostro, oscurecido por la asfixia de la agonía, refleja el instante supremo de la expiración. 

La mirada, apagada y sin brillo, se dirige hacia lo alto; la boca, entreabierta, deja ver los labios resecos, los dientes y la lengua ennegrecida propulsada hacia afuera. 

La cabeza se inclina levemente hacia arriba y a la izquierda, acentuando la expresión de dolor y sobrecogimiento.

Detalle del rostro

Detalle del rostro

La singular actitud del cuerpo se explica por la excelente representación del espasmo cadavérico: la pelvis se arquea hacia la izquierda, mientras la pierna de ese lado aparece rígida y extendida. Difícilmente podría concebirse una postura más sobrecogedora y audaz.

En el vientre se aprecia un notable abultamiento en la zona media, que no debe entenderse como un defecto de modelado, sino como un hallazgo expresivo del escultor. Corresponde a la contracción localizada de los rectos abdominales, que se proyectan hacia fuera rompiendo la línea habitual de la pared abdominal.

El conjunto refleja con maestría la violenta contorsión del cuerpo de Cristo en el último estertor de la agonía, una representación tanatológica de extraordinaria originalidad y acierto artístico.

Detalle del cuerpo en forma de S

El paño de pureza original consistía en una sencilla pieza de lino ceñida a la cintura. El que hoy luce la imagen no corresponde a aquel primitivo, sino que fue incorporado en 1895 por Gutiérrez Cano, quien lo concibió anudado al lado derecho. 

Con esta intervención buscó acentuar el dramatismo de la obra, sustituyendo la sencillez inicial por un paño realizado en telas encoladas, dotado de un marcado movimiento y dinamismo.

Detalle del paño de pureza

Los pies están fijados con un solo clavo con el pie derecho sobre el izquierdo. El pie derecho muestra el quinto dedo en posición de "infraductus", debajo del cuarto.

Visión frontal de los pies

Visión lateral de los pies

Como ya se indicó, en 1895 Gutiérrez Cano intervino en la imagen, sustituyendo el paño de pureza original por otro confeccionado con telas encoladas. Posteriormente, en 1978, Peláez del Espino reforzó su estructura interna mediante elementos metálicos y otros materiales.

Entre abril de 1990 y marzo de 1991, el Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte de Madrid, acometió una importante restauración del Cristo de la Expiración. Ese mismo año, los hermanos Cruz Solís, dentro del mismo organismo, llevaron a cabo la limpieza y recuperación de la policromía, que presentaba un fuerte ennegrecimiento.

Entre los meses de junio de 2012 y enero de 2013 la imagen fue restaurada en las instalaciones del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.

Leyenda de la talla del Cristo del Museo

Las crónicas transmiten que un caballero cordobés, perteneciente a familia noble, abandonó su hogar para alistarse en la milicia. Llegó a alcanzar el grado de capitán en los tercios españoles, combatiendo en distintas campañas por tierras de Europa. Su nombre era don Marcos de Cepeda.

Durante sus largas estancias en Italia entró en contacto con destacados maestros de la talla y del arte escultórico, familiarizándose con las técnicas con figuras como Miguel Ángel Buonarroti y Bernini. Finalmente, decidió dejar las armas para dedicarse por entero al cultivo del arte.

En 1625 regresó a Córdoba con la intención de permanecer solo un breve tiempo, pero la solicitud del obispo de la diócesis, que le encomendó la realización de diversas imágenes, lo retuvo en la ciudad. Por aquellos años, la Hermandad del Cristo de la Expiración de Sevilla había perdido a su titular en un incendio y decidió encargar una nueva imagen. Buscaban un crucificado singular, diferente a todos los anteriores.

Cepeda viajó a Sevilla a instancias de la corporación, y allí propuso una solución novedosa: en lugar de ejecutar la talla en madera, como era habitual, la realizaría en pasta modelada en moldes, lo que, según aseguró, otorgaría mayor realismo a la obra y la distinguiría de cualquier otra existente. Convenció a los cofrades y, a comienzos de diciembre, se firmó el acuerdo. Apenas dieciocho días más tarde entregaba el Cristo, que fue acogido con entusiasmo unánime por la hermandad debido a su extraordinaria fuerza expresiva.

Los cofrades, temerosos de que la imagen pudiera ser reproducida, exigieron al escultor la entrega de los moldes empleados. Obligado por la justicia, Cepeda los entregó y, en la tarde del 24 de diciembre, víspera de Navidad, fueron rotos y arrojados a las aguas del Guadalquivir. La tradición añade que el artista, contemplando la escena desde la orilla, derramó lágrimas al ver desaparecer en el río la matriz de su creación.

La leyenda ofrece diversas versiones sobre el destino del capitán-escultor: algunos afirman que, en un arrebato de desesperación, se lanzó al río para recuperar los moldes y murió ahogado; otros sostienen que marchó nuevamente a Italia; y no falta quien asegure que ingresó en un monasterio, donde terminó sus días dedicado al cuidado de los enfermos.

Sea cual fuere el desenlace, lo cierto es que nada se sabe con certeza del capitán Cepeda tras aquel episodio, quedando su figura envuelta en la bruma de la tradición, mientras que está documentado que el Cristo de la Expiración fue esculpido por Marcos Cabrera en 1575.

Por Andrés Carranza Bencano

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