domingo, 31 de agosto de 2025

 SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA

Bailarinas. Edgar Degas.

Bailarina ajustándose las zapatillas. Edgar Degas. 1885. Pastel sobre papel. 45,72 x 60,96 cm. Dixon Gallery and Garden.Menphis. EEUU. (ver) (CC BY 3.0)

¿Acaso alguien imaginaría las célebres escenas de bailarinas de Degas sin la presencia de sus pies, esos que condensan la esencia misma de la danza?

Entre sus lienzos dedicados al ballet destacan dos con idéntico título, considerados los más complejos dentro de este tema. Representan una visión idealizada del salón de ensayo de la Ópera de París, donde jóvenes alumnas, acompañadas por sus madres, se preparan para el día del examen. El único personaje fijo en ambas composiciones es el maestro Jules Perrot, un coreógrafo de gran renombre en la época.

A lo largo de la historia del arte muchos pintores se han volcado en un motivo predilecto: Rembrandt en sus autorretratos, Cézanne en las manzanas, Van Gogh en los cipreses. Sin embargo, ninguno cultivó una relación tan intensa con un tema como Degas con la danza. En el momento de su muerte se contaban unas 1.500 obras, entre óleos, dibujos y esculturas, dedicadas a las bailarinas, la mitad de toda su producción.

Esa fijación resulta aún más intrigante si se considera que Degas era visto como un hombre misántropo y misógino. El ballet del París decimonónico estaba lejos de ser un espectáculo refinado: era un entretenimiento popular en el que abundaban los espectadores masculinos de clase acomodada, interesados tanto en la técnica como en la sensualidad de los cuerpos en escena. Los abonados a la Ópera incluso podían acceder al foyer de danse, un espacio donde trataban directamente con las jóvenes intérpretes. La mayoría de las bailarinas provenía de familias humildes y entraba al teatro siendo niñas, con la esperanza de huir de la miseria, bien logrando el estrellato, bien gracias al apoyo económico de un protector.

Hacia 1870 la danza se convirtió en el eje central de la obra de Degas y lo acompañó hasta el final de sus días. Cuando la pérdida de visión le impidió pintar, comenzó a modelar esculturas de bailarinas. Su mirada ensayó múltiples enfoques: desde la platea, el foso de la orquesta o los palcos; en composiciones recortadas por el telón, al pastel, al óleo o con tiza; figuras exhaustas, ensimismadas, distraídas o en pleno movimiento.

La originalidad y la audacia técnica lo situaron, junto a Tiziano y Picasso, entre los grandes innovadores de la pintura occidental. Tras la muerte de Manet en 1883, se convirtió en una figura intelectual de referencia en el ambiente artístico parisino. Su obsesiva búsqueda de la perfección lo llevaba a trabajar durante horas sin descanso; era tal su dificultad para dar por terminada una obra que se cuenta cómo un cliente encadenó un cuadro a la pared para impedir que el pintor se lo llevara de nuevo al taller.

Más allá de la destreza técnica, sus lienzos transmiten una experiencia íntima: bailarinas sin rostro definido, sudorosas, fatigadas o absortas en sus pensamientos. Frente a sus cuadros el espectador se siente casi un intruso, un testigo oculto de un instante privado.

En lo personal, Degas fue un hombre reservado y enigmático. Nunca se le conocieron relaciones afectivas. Manet lo describía como incapaz de amar; Émile Bernard lo creía impotente; Van Gogh opinaba que, si hubiese mantenido trato carnal con mujeres, habría perdido la capacidad de pintarlas. A la par, su salud se quebraba: a partir de los cincuenta años comenzó a perder la vista, lo que lo llevó a abandonar progresivamente el óleo en favor del pastel, técnica que le permitía acercarse más al soporte y trabajar con mayor precisión.

El avance de la enfermedad, sumado a su carácter huraño, lo volvió cada vez más solitario. Pasaba largas temporadas encerrado en su estudio, reacio a visitas y con arranques de cólera contra cualquiera que invadiera su espacio. En sus paseos por París lanzaba insultos, en especial de carácter antisemita, lo que le ganó fama de hombre amargado y hostil. Su desdén por el comercio del arte lo llevó a vivir con estrecheces económicas; acumuló deudas, fue llevado a juicio y terminó perdiendo su vivienda.

Los últimos años de Degas transcurrieron en la penumbra de la ceguera, errando por las calles parisinas, aislado y sin compañía. Murió en 1917. Quedaron, como único legado, las obras que hoy pueblan los museos del mundo. Resulta difícil imaginar que tras las líneas delicadas y los colores luminosos de sus danzarinas se ocultara una existencia marcada por la soledad, la obsesión y la amargura.

Bailarina basculando (bailarina verde). Edgar Degas. 1877-1879. Pastel y gouache sobre papel. 64x36 cm. Museo Nacional Thysse-Bornemisza. Sala 33. (ver) (CC BY 3.0)

Muestra una vista del escenario, con varias bailarinas dando la sensación de movimiento. Son captadas desde uno de los balcones laterales en alto. Solo una se muestra de cuerpo entero, en un complicado y rápido giro, las demás están cortadas. Al fondo, varias bailarinas, en rojo, esperan su turno de actuación.

La clase de Baile. Edgar Degas. 1871. Óleo sobre lienzo. 88,5x75 cm. Musée d’Orsay. (ver) (CC BY 3.0)

Muestra a las bailarinas del cuerpo de la Ópera de París, junto a su maestro Jules Perrot. El cuarto está iluminado por una gran ventana fuera del encuadre a la derecha pero que se refleja, con gran maestría, en el espejo de la izquierda. Las bailarinas parecen que están cansadas, pues mantienen posiciones indolentes como y rascarse la espalda. Todas están representadas individualizadas, menos abstractas que en muchas de sus otras obras posteriores, pero enfáticamente "desde la distancia".  La figura de Perrot, se agregó a la pintura hasta 1875, ​ basándose en un boceto anterior que también utilizó para la variante de la pintura para Faure.  También son llamativos los diversos detalles de la obra, como el perrito, la regadera y las pilastras de mármol negro veteado cuidadosamente trabajadas. 

La clase de Baile. Edgar Degas. 1874. Óleo sobre lienzo. 83,2x76,8 cm. Museo Metropolitano de Arte. Nueva York. (ver) (CC BY 3.0)

La versión complementaria de 1874 muestra la clase en la antigua ópera de la rue Pelletier, que en realidad se había incendiado el año anterior. Junto al espejo se ve aquí un cartel anunciando el Guillermo Tell de Rossini. 

Bailarina en verde. Degas, Edgar. 1883. Pastel sobre papel. 71 x 37,9 cm. Museo Metropolitano de Arte. Nueva York. (ver) (CC BY 3.0)

En todas sus obras sobre las bailarinas destacan los pies, en sus múltiples posiciones, necesarios para dar la sensación de movimiento. Sin la presencia de los pies todas estas obras no tendrían ningún sentido.

Por Andrés Carranza Bencano

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