CARDIOLOGÍA
Una autopsia. Enrique Simonet Lombardo.
Una autopsia. “Y tenía corazón”. Óleo sobre
lienzo. Simonet Lombardo, Enrique. 1890. 177 x 291,5 cm. Museo del Prado.
Depósito en Museo de Bellas Artes de Malaga. (ver) Licenciado bajo CC BY 3.0)
En una
habitación de penumbras, apenas iluminada por una lucecilla que rompe
tímidamente la oscuridad, un médico practica una autopsia.
Se dice que
para representar al doctor recurrió a un mendigo hallado en la calle, y que
para el cuerpo de la joven utilizó el cadáver de una muchacha aparecida en el
río Tíber, quizá embarazada. Solo después se supo que se trataba de una actriz
sin nombre en el momento del hallazgo, quien, al parecer, se había quitado la
vida tras un conflicto amoroso y, tal vez, impulsada también por la
desesperación de su estado. Una tragedia humana: la de una joven abandonada y
encinta, incapaz de sobrellevar su dolor.
El doctor
aparece vestido de negro, con una levita poco apropiada para su labor. Aunque
en aquel tiempo todavía no era común el uso de la bata blanca, al menos se
habría esperado un delantal para afrontar la crudeza de la operación.
Con la mano
derecha, apoyada sobre la mesa, sostiene el bisturí; con la izquierda, levanta
el corazón recién extraído, al que dirige una mirada fija y absorbida.
En una mesa
contigua reposan los utensilios para lavar el cadáver: espátulas, esponjas, un
cuenco con agua y, como material quirúrgico, dos simples cuchillos de cocina.
Detalle de la mesa contigua
En otra mesa próxima, por detrás del médico,
cuelga una toalla muy limpia.
Detalle de la otra mesa
Impresiona la luminosidad de los frascos de
cristal que están en el alfeizar de la ventana y el reflejo de la ventana sobre
el agua del cuenco.
Detalle de los frascos de cristal que están en el alfeizar de la ventana
El cuerpo
desnudo de la joven, dispuesto en escorzo, domina la escena y otorga
profundidad al espacio casi sumido en la penumbra.
A pesar de la
muerte, conserva un leve resplandor de color, evitando la lividez cerúlea
propia de un cadáver.
Su piel, tersa
y limpia, transmite cierta calidez y dulzura, como si el artista hubiera
querido sustraerla al rigor de la autopsia, pues no se perciben huellas de
traumatismo ni manchas de sangre en los paños inmaculados que la cubren en
parte.
El pecho aún
firme habla de la brevedad de su vida, segada en la juventud, acaso (según una
lectura piadosa) para librarla de futuros sufrimientos.
Reposa sobre la
austera mesa, apagada para siempre la luz de una existencia que, sin duda,
iluminó a quienes compartieron con ella fugaces instantes.
Su cabello casi pelirrojo, de un
cobrizo cercano al fuego, cae descuidado más allá del borde, invitando al
espectador a imaginar las caricias que antaño recorrieron sus rizos.
El brazo inerte,
colgando flácido, rompe la horizontalidad de la composición y subraya la
sensación de muerte. Se trata de un recurso iconográfico de larga tradición, sobretodo
religioso, pues lo vemos en el Descendimiento, en la Piedad y, ya en tiempos
modernos, reinterpretado por David en La
muerte de Marat.
La tela que
cubre parcialmente la mesa resulta igualmente significativa. Aunque sabemos que
el cuerpo reposaba directamente sobre la fría losa, el pintor introduce ese
paño como recurso compositivo, aportando riqueza cromática y un contraste que
equilibra el dramatismo de la escena.
Detalle de la joven
Dato curioso es el hecho de que el pie derecho tiene
solo cuatro dedos o al menos presenta un quinto dedo varus e infraducto, bajo el cuarto, de tal grado que impide su
visualización desde un plano frontal. Se trata de una malformación que el
artista podía haber obviado, porque, académicamente hablando, un pie debe tener
sus cinco dedos, pero que nos sirve para manifestar la presencia de patologías
del pie en la pintura.
Detalle del pie
El cuadro es
conocido popularmente con el título “¡Y tenía corazón!”, una
denominación poco afortunada por su matiz peyorativo, al insinuar que las
prostitutas carecieran de sentimientos.
La joven yace
muerta prematuramente, atribuida por algunos a los “excesos de una mala vida”,
aunque quizá resulte más verosímil pensar en causas como el hambre o la
tuberculosis, azotes frecuentes entre las clases más humildes.
El médico que
practica la autopsia parece sorprendido de que aquella mujer “de la calle”
tuviera un corazón. En este juego de significados, el pintor pudo querer
transmitir a los salones burgueses la idea de que incluso en los estratos más
bajos de la sociedad puede latir un corazón noble.
El artista nos
conduce así a contemplar el órgano vital de la anatomía humana, cargado de una
fuerte dimensión simbólica, pues tradicionalmente es considerado sede de los
sentimientos y morada de lo divino, en contraposición al razonamiento, el
corazón se erige como emblema de lo más íntimo y esencial del ser humano.
Detalle del médico con el corazón en la mano
Por Andrés Carranza Bencano