SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA
Jacob y Lía. Antonio María Esquivel.
Jacob
y Lea. Esquivel, Antonia María. 1842. Museo de Bellas Artes. Sala XII. Donación
de Andrés Siravegne y Caridad Lomelino en 1944
Abraham, Isaac y Jacob son reconocidos en la tradición
bíblica como los patriarcas, es decir, los fundadores del pueblo de Israel. En el libro del Génesis se narran con
detalle sus vidas, sus esposas y su descendencia.
Uno de los
episodios más conocidos es el de Jacob, quien, con la complicidad de su madre
Rebeca, engaña a su anciano padre Isaac para obtener la bendición destinada a
su hermano Esaú, para que le ceda la
primogenitura. A raíz de este hecho, y temiendo la venganza de su
hermano, Jacob se ve obligado a huir hacia la tierra de su tío Labán (hermano de su madre Rebeca), en Paddan Aram, región de la Alta Mesopotamia, con el
doble propósito de salvar su vida y encontrar esposa.
Labán
tenía dos hijas, Lía, la mayor, descrita como de ojos “delicados y una
mirada tierna”, y Raquel, la menor, de “lindo semblante y de hermoso
parecer, tenía una linda silueta y era muy
hermosa” (Génesis 29:16-17). Jacob, apenas llegar a Harán, conoció a Raquel junto
al pozo, cuidando las ovejas de su padre, y quedó
prendado de ella. Por ello aceptó trabajar durante siete años para su tío a
cambio de su mano.
Al final de los siete años, hubo una fiesta de matrimonio, con su habitual comida y bebida. Era costumbre, en aquella época, cubrir la cabeza de la novia con un velo, y Labán engañó a Jacob y en lugar de darle a Raquel por esposa, le dio a Lea, por la costumbre que había de que la primogénita debía casarse antes que la pequeña, y este no se dio cuenta hasta la mañana siguiente (Génesis 29:23-26).
Ante las
protestas de Jacob, Labán le propuso un nuevo acuerdo: tras cumplir la semana
de bodas con Lía, también podría casarse con Raquel, a condición de servir
otros siete años. Así fue como Jacob terminó con dos esposas, aunque su amor se
inclinaba claramente hacia Raquel.
El relato
bíblico subraya que, al ver Dios que Lía era menospreciada, le concedió
fertilidad, (Génesis 29:31), mientras
que Raquel permanecía estéril por un tiempo.
Lía dio a Jacob
seis hijos, Rubén, (Vean, un hijo), Simeón (El que oye), Leví (Apegado), Judá (Alabado), Isacar (Recompensado) y
Zabulón (Exaltado) y una
hija, Dina (Génesis 30:17-21). De su
linaje surgirían figuras claves de Israel: de Judá descendería el rey David y,
con el tiempo, Jesucristo; de Leví procederían Moisés y Aarón, cabezas de la
tribu sacerdotal.
Raquel,
deseosa de darle hijos a Jacob, recurrió a su sierva Bilhá, quien le dio dos
hijos, Dan y Neftalí. Lía hizo lo propio con su criada Zilpá, madre de Gad y
Aser. Finalmente, Dios escuchó a Raquel y le concedió dos hijos propios: José,
futuro gobernador de Egipto, y Benjamín, el menor.
A lo largo del relato se percibe el contraste entre ambas hermanas: Lía, menos amada pero constante en su fidelidad, y Raquel, la preferida del corazón de Jacob.
Con el tiempo, durante el regreso a Canaán, Raquel murió en el camino, y Lía llegó a ser la única esposa de Jacob.
Lea murió algún tiempo antes
que Jacob (Génesis 49:31) y según la
tradición, fue sepultada en la Cueva de los Patriarcas, en Hebrón, junto a
Jacob, Abraham, Sara, Isaac y Rebeca.
Este episodio del engaño nupcial fue plasmado por el pintor Antonio María Esquivel.
Su obra, inicialmente confundida con una representación de Adán y Eva, se identificó más tarde como el momento en que Jacob descubre que ha dormido con Lía en lugar de Raquel, tal como narra el Génesis.
La escena se desarrolla en un espacio
íntimo, dentro de una tienda, lejos del habitual escenario abierto de la
iconografía del Paraíso.
La pintura capta el instante de mayor tensión: el asombro y la indignación de Jacob al descubrir el engaño.
El dramatismo romántico se refleja en su rostro y
en sus gestos, que transmiten ira, sorpresa, desconcierto y desengaño. Esquivel
sugiere, a través de la composición, un simbolismo más profundo: el hombre, con
sus engaños y frustraciones, no puede escapar al designio divino. Así como
Jacob engañó a su padre para obtener la primogenitura, ahora él mismo
experimenta el peso del engaño, recordando que los planes humanos están siempre
sujetos a la voluntad de Dios.
Detalle
de Jacob
Lía aparece representada con porte recatado y actitud humilde, con el cabello dispuesto con sencillez.
Su figura encarna a la esposa legítima, aunque menospreciada en el afecto de Jacob, y al mismo tiempo a la madre fecunda, pues de ella nacerían seis de las doce tribus de Israel.
El gesto que muestra en la escena resulta intencionadamente ambiguo: puede
leerse como la resignación ante el engaño tramado por su padre Labán, o bien
como la aceptación serena de un designio superior, en el que la providencia
divina se abre paso más allá de las pasiones humanas.
Detalle
de Lía
Detalle
del rostro de Lía
El perro,
colocado entre los dos protagonistas como emblema de la fidelidad, dirige su
mirada hacia Jacob con un gesto casi incrédulo, como si advirtiera la
contradicción entre el deseo del patriarca y el destino que le ha sido
impuesto.
Detalle
del perro
La escena no se
limita a ilustrar un episodio bíblico, sino que se eleva a un plano alegórico:
expresa la tensión entre el amor y el deber, entre la pasión y la obligación,
entre el engaño humano y el designio divino. De este modo, el lienzo adquiere
una dimensión moral y espiritual que interpela directamente al espectador.
El detalle del
pie desnudo de Lía subraya la vulnerabilidad de la esposa impuesta y su entrega
inevitable y resalta la desnudez de la misma.
Detalle de los pies de Lía
Por su parte,
Jacob nos muestra una morfología de "pie griego"(el segundo dedo más
largo que el primero), un rasgo que en la tradición clásica se vinculaba con las
divinidades y sus atributos de poder y misterio.
Ambos
protagonistas se muestran descalzos, signo de humildad y de la desnudez
simbólica con la que el ser humano comparece ante la voluntad de Dios.
Detalle de un pie de Jacob
Por Andrés Carranza Bencano
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