EL PIE Y LA PASION DE CRISTO EN LA PINTURA
CRUCIFIXIÓN
Cristo Crucificado. Bartolomé Esteban Murillo.
Cristo Crucificado. Murillo, Bartolomé Esteban. 1667. Óleo sobre lienzo.
71 x 54 cm. Museo del Prado. No expuesto.
La pintura perteneció a la colección de
Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V. Estuvo expuesta en el Palacio Real de
la Granja de San Ildefonso de Segovia y 1794 estaba en el oratorio del Palacio
de Aranjuez y finalmente en el Palacio Real de Madrid entre 1814 y 1818 en que
fue trasladada al Museo del Prado.
La imagen de Cristo crucificado, se
sobrepone a un fondo de penumbras intensas y un cielo tormentoso, ajustándose
así a la escritura que dice que en el momento en que murió, el cielo se
oscureció y se produjo una intensa tormenta.
La cabeza inclinada hacia el brazo derecho
muestra una gran dulzura y naturalidad.
El paño de pureza se extiende desde la cadera derecha y se prolonga por debajo de la rodilla.
Destaca la ausencia de la sangre
por el suplicio, limitándose a la que brota de la herida del costado, sangre y agua símbolo del
Bautismo y de la Eucaristía que constituyen la Iglesia.
A los pies de la cruz aparece una
calavera que simboliza a la muerte terrenal y el triunfo de Cristo sobre la
muerte, ya que resucitó al tercer día de este suceso. Es notorio que ninguno de
los Evangelios mencione la presencia de la calavera, pero este tema es una
licencia que se tomaron numerosos artistas del barroco para resaltar las
cualidades trascendentales del momento representado.
Así, la composición solo contiene
los elementos esenciales, el crucificado Cristo y su soledad en este momento
culminante, la cruz que es el objeto por el que se consumó su suplicio, la
muerte que yace a sus pies y la naturaleza, que está acongojada y al mismo
tiempo colérica por el suceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario