MUERTE EN LA PINTURA
Dormición de la Virgen. Caravaggio.
Morte della Vergine.Caravaggio. 1606. Óleo sobre lienzo. 369x245 cm. Museo del Louvre. Paris (CC BY 3.0)
Esta obra fue encargada en 1601 a Caravaggio por Laerzio Cherubini, para la Iglesia romana de Santa María della Scala, de los carmelitas Descalzos, pero, una vez terminada, fue considerada “oscena eresia”, para la doctrina eclesial, por lo que fue rechazada por los carmelitas “per essere stata spropositata di lascivia e di decoro”, es decir, que consideraron que el tratamiento dado a la figura de la Virgen era poco respetuoso. En el lugar previsto para ella colocaron un cuadro de Carlo Saraceni sobre el mismo tema.
El tema de la muerte o dormición de la Virgen había sido representado en numerosas ocasiones, pero nunca había sido realizado a la manera de Caravaggio. Sin embargo, su contemporáneo Rubens, lo consideró una auténtica genialidad y aconsejó su compra a su protector el Duque de Mantua, Vincenzo Gonzaga, gran coleccionista y mecenas. Años más tarde, el Duque de Mantua se arruinó y sus obras fueron subastadas, y este cuadro fue adquirido por Carlos I de Inglaterra. Tras la ejecución del rey inglés, por los avatares de la revolución inglesa, la colección artística de la corona se dispersó por diferentes cortes europeas y el cuadro pasó al poder del banquero Everhard Jabach, que en 1671 lo vendió al rey Luis XIV de Francia, pasando finalmente al Museo del Louvre, donde reside actualmente.
El lienzo muestra una estancia ruinosa y oscura, en un ambiente humilde, su parte superior está ocupada por un cortinaje rojo, como si fuera el telón de un teatro, para evitar que el espectador no distraiga su atención sobre el resto del cuadro, donde se representa el drama de la muerte de la Virgen.
Las figuras tienen un tamaño casi real y la Virgen se sitúa en el centro de la estancia sobre unas tablas de madera y un colchón de paja, rodeada de los apóstoles y una figura femenina, considerada por alguna fuente como María Magdalena. Los apóstoles centran su mirada en el cuerpo de la virgen y se muestran entristecidos, apenados, ocultando los rostros, en uno de los ejemplos más claros de la representación de la emoción humana. En primer plano, María Magdalena llora, sentada en una simple silla, con la cabeza entre las manos
Los apóstoles son hombres vulgares, extraídos de un entorno callejero, con ropajes sobrios y austeros como si estuvieran en un duelo del pueblo llano, en una estancia que muestra una extrema pobreza. El hombre mayor a la izquierda puede ser san Pedro y el que se arrodilla, a su lado, puede que sea Juan el Evangelista.
La Virgen es representada como una mujer del pueblo de aspecto pobre, sin atributos místicos, sin el aura celestial que se atribuía a las figuras sagradas, evidenciándose su santidad sólo en el halo o tímido nimbo sobre la cabeza. Presenta un aspecto de abandono, con el cabello desordenado, el rostro pálido, el vientre hinchado, las piernas descubiertas de color verdoso y los pies desnudos y amoratados.
Se dice que utilizó como modelo a una cortesana, Fillide Melandroni, ahogada en el río Tíber e incluso que podía tratarse del retrato de Lena, prostituta y amante del artista.
Según el dogma de la Iglesia católica, María no sufrió la muerte terrenal, sino que entro en un estado de dormición que la elevó a los cielos en cuerpo y alma. Pero, en realidad, no hay evidencia documental de la muerte de la Virgen, por ello, algunos imaginaron que Dios resucitó su cuerpo no pútrido y lo llevó al cielo y otros señalaron que no sufrió dolor, ni enfermedad, ni miedo a la muerte, pues murió sin pecado y que fue “asumpta” en cuerpo sano y alma antes de la muerte.
La fuente principal de inspiración de la muerte de María es el Evangelio apócrifo, y este relata los últimos momentos de la vida de María en Belén, acompañada por las doncellas Séfora, Abigea y Zael, frente a otros escritos que la sitúan en Jerusalén, y que se le apareció el Arcángel Gabriel que le anunció su muerte y ascensión a los cielos. María imploró a Jesús que le acompañaran los Apóstoles, incluso algunos que ya habían muerto y una corte celestial recogió su alma en presencia de todos. Las fuentes apócrifas no mencionan que María Magdalena estuviese presente en esos últimos momentos de la vida de María.
A pesar de estos contenidos de la Iglesia Católica, Caravaggio muestra la muerte en toda su crudeza, el cuerpo de María es un cuerpo sin perspectiva de resurrección ni rastro de vida. La postura del cuerpo con el vientre abultado, el rostro lívido, los pies hinchados y la mano izquierda apuntando a la tierra y no al cielo, nos muestra el aspecto de un auténtico cadáver. Ni Jesucristo, ni coro de ángeles, ni nube de querubines esperan a la Virgen en su Asunción al “Cielo” en cuerpo y alma. La atmosfera parece someterse a un silencio sepulcral, sin motivos para el gozo o la complacencia, pues reina la quietud, el desasosiego y la incertidumbre.
En la composición destaca la luminosidad tenebrista típica de Caravaggio, iluminando el tema principal, en este caso la figura de María, y propagándose por el resto del cuadro una profunda oscuridad. La imagen de María Magdalena destaca en un claro oscuro, con una luz que incide sobre la espalda pero que deja en sombra parte de su cuerpo. El resto de las figuras quedan situadas sobre una semioscuridad.
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