miércoles, 3 de abril de 2024

MUERTE EN LA PINTURA

Conversión del Duque de Gandía. José Carbonero.


Conversión del Duque de Gandía. Carbonero, José. 1884. Óleo sobre lienzo. 315 x 500 cm. Museo del Prado. Sal 075. (CC BY 3.0)


Este cuadro de gran formato nos muestra la visión pictórica más célebre y sobrecogedora de la renuncia al mundo de Francisco de Borja y Aragón (VER), marqués de Lombay y luego IV duque de Gandía, tras contemplar el cadáver putrefacto de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, muerta en Toledo el 1 de mayo de 1539, con solo 36 años de edad.

Su hijo Felipe encabezó los funerales, pero Francisco de Borja fue comisionado para organizar la comitiva que escoltó el cuerpo de la emperatriz desde Toledo hasta su tumba en la Capilla Real de Granada, donde sería sepultado junto a los restos de los Reyes Católicos.

La escena tiene lugar el día 18, momento en que se descubrió el féretro antes de introducirlo en el sepulcro, a fin de corroborar una vez más su identidad. Al ver descompuesto el rostro de la emperatriz que el mundo había admirado por su belleza, dijo: "He traído el cuerpo de nuestra Señora en rigurosa custodia desde Toledo a Granada. Jurar que es Su Majestad no puedo. Juro que su cadáver se puso ahí".

Detalle del féretro con el cadáver de la Emperatriz

El cuadro recoge el instante de la entrega del cuerpo de la emperatriz y la reacción de Francisco de Borja al abrirse el féretro: “tiembla el marqués, da un gemido, su rígida fuerza pierde y á los brazos de su gentil-hombre, flojo y desplomado viene”. Francisco de Borja se nos muestra totalmente derrumbado  y apoyado en el hombro de su gentilhombre.

Detalle de Francisco de Borja apoyado en su gentilhombre

La atractiva belleza física y espiritual de la soberana, que había cautivado a toda la Corte, convertida ahora en repulsiva carroña, determinaron entonces al noble a decir: “Nunca más, nunca más servir a señor que se me pueda morir”, ingresando pocos años después en la orden de los jesuitas, siguiendo a san Ignacio de Loyola, donde alcanzaría una vida de santidad.

La muerte como protagonista absoluta de la composición y la manifestación pública de la rendida devoción que el entonces marqués sentía por su reina, en presencia de su propia esposa, Leonor de Castro, camarera de la emperatriz e identificable con la mujer que oculta el rostro para enjugar su llanto.

Detalle de Leonor de Castro

Destaca, igualmente, el personaje que abre el ataúd cubriéndose la nariz por el inaguantable hedor de la putrefacción.

Detalle del personaje que abre el ataúd

En el suelo, junto al túmulo, el gorro del noble, abandonado tras retirarse conmocionado del cadáver.

Detalle del sombrero en el suelo

La diversa expresión emocional de cada uno de los personajes, llorosos, asombrados, curiosos o circunspectos los miembros de la corte de la emperatriz e impasibles los representantes del clero.

Detalle de miembros de la corte

Detalle del clero

Y Dios le dijo a Moisés: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5). 

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