NEUROLOGÍA
Noche de Verano. Gonzalo Bilbao.
Noche
de verano en Sevilla. Gonzalo Bilbao. 1905. Óleo sobre lienzo. 100 x 187 cm.
Museo de Bellas Artes de Sevilla. Sala XIII. Donación de Doña María Roy (1939)
Con tantas olas de calor que
nos están anunciando apocalípticamente los medios informativos, me viene a la
mente este cuadro que pintó el gran artista sevillano Gonzalo Bilbao en lo que
parece ser el verano de 1905 y que nos puede llevar a pensar, que en Sevilla
siempre ha hecho calor en verano. Mucho calor. Y que esta era la forma de
atajarlo: al fresquito y con abanicos en mano sin parar de mover el aire
alrededor de la cara.
“Una noche de
verano en Sevilla”. Así tituló su
autor al óleo sobre lienzo, que se encuentra en la sala XIII del Museo de
Bellas Artes de Sevilla, por si quieren visitarlo.
Nos traslada a
una noche tórrida de verano de un corral de vecinos, que bien podría ser de
Triana, la Macarena o del centro.
Una noche de
verano, donde el señor Willis Haviland Carrier, acababa de inventar lo que a
más de uno en Sevilla le ha salvado la vida, que no es otra cosa que el aire
acondicionado.
Y bien y muy acertada es la queja de mi querido José
María Gil Arévalo, “Panino”, porque a
este señor, todavía, no le han dedicado una calle en el extenso nomenclátor
sevillano.
Pero en 1905 este invento, aún,
no había llegado a nuestra ciudad y así se refleja en esta pintura costumbrista
que describía con sus pinceles Bilbao.
Se trata de
una escena nocturna en la que un grupo de personas de edades muy dispares
aparecen durmiendo, al aire libre, recostadas en sillas y hamacas, bajo grandes
árboles.
Detalle del cuadro sin marco
Esta escena acontece bajo la luz de la luna, de la luna llena y dos faroles, uno en el centro de
la composición y otro en el
interior de la casa que aparece a través de la puerta entreabierta, plasmando
con una pincelada suelta y rápida, en ocasiones algo empastada, los claroscuros,
que dejan ver la sombra de los naranjos frente a la luz intensa de una luna
llena, bañándolo todo de luz tenue, dejando entrever la acción que se
produce.
Estos momentos se producían
habitualmente en nuestra ciudad a diario en las noches de verano.
Típicas eran las noches de
tertulia en las casapuertas, donde el que sabía leer, a modo de periodista de
la segunda edición del telediario, leía las noticias de “El Correo de Andalucía”
o “El Liberal”, departiendo las que se producían en la ciudad cada día, que eran
comentadas por sus vecinos cada noche.
También donde la familiaridad
del vecindario era cómplice de las alegrías y las penas de sus vecinos. Todo se
compartía, desde la alegría de un nuevo nacimiento en el corral, hasta el dolor
de la muerte por el patriarca fallecido.
Eran, en fin, noches de
familia, de tomar el fresco a la luz de la luna y esperar, si cabe, la llegada
de un nuevo amanecer, donde el rito diario era lavarse la cara en una palangana
humilde, un café, si acaso, o achicoria recalentada y de vuelta a la fábrica o
a sus quehaceres diarios.
En la imagen se ven que son
felices con poco. Con la humildad que se desprendía en estos arrabales o
corrales de vecinos.
A la izquierda
del espectador, se observa entre penumbras la pareja celebrando su amor, “pelando
la pava”.
Detalle de la pareja
A la derecha la
familia que descansa al frescor de la noche, reposando sobre el suelo,
retorciéndose sobre el respaldar de una silla de enea o en una hamaca, donde
daban rienda suelta a sus sueños.
Detalle del lado derecho de la escena
Durmiendo en una silla
Durmiendo en el suelo
Durmiendo en una hamaca
En el centro,
el patriarca, con gorra de marinero, nos observa con su chicote en la boca,
para hacernos partícipe del momento. Parece que nos va a dar las buenas noches,
con un galgo durmiendo a sus pies, símbolo de la fidelidad, que ya se utilizara
en el medievo en las esculturas funerarias. Con su candil encendido a los pies,
cuya luz no desentona frente a la luz blanca y potente de la luna llena.
Detalle del patriarca con el perro y el candil
Una luna llena que bien podría
ser de mediados de agosto, a la que ahora, les han dado por ponerles nombres
raros, “la del ciervo”, “la de sangre”, “súper luna”.
Gonzalo Bilbao investiga en esta obra el lado negativo
en cuanto al color se refiere, dándole la vuelta a su paleta cromática.
Un pintor que retrata la luz sevillana, que pinta a
esas cigarreras con una luz diurna que parece rivalizar con Sorolla cuando
pinta la luz de las playas de Levante y en este caso, nos deja las sombras.
La poca luz que recibe la escena, la realza entre las
sombras de la calurosa noche. Una escena pintada con colores fríos, que nos
puede trasmitir frialdad en la escena con colores azules, que puede recordar al
periodo azul de Pablo Ruiz Picasso, pero que realmente el espectador que se
asoma al patio sevillano, sabe por su propia experiencia, que están pasando un
calor infernal de una noche de verano.
Si pudiéramos escuchar la escena, solamente nos
faltarían unos zumbidos de moscas y mosquitos sobrevolando a los personajes y
multitud de grillos estridulando en orquesta sinfónica nocturna, frotando sus
patas con las alas para dar el sonido característico de la calurosa madrugada
sevillana y que tan bien imita mi amigo Juanito.
La destreza y
maestría de Gonzalo Bilbao nos lleva a pensar en lo antónimo de la sensación,
es decir, que con los colores fríos se puede representar el calor, ese calor
que puede justificar las cefaleas de verano, que justifica que incluyamos este
cuadro en la sección de Neurología.
Este calor, que
según los expertos meteorólogos nos va a freír poco a poco y acabará con la humanidad.
Esperemos que sea tarde. Muy tarde.
Autor: Javier
Soriano Vilanova
Precioso, precioso, precioso este comentario, Andrés. Gonzalo Bilbao es un pintor que me gusta mucho, y este cuadro suyo no lo conozco, así que en cuanto tenga ocasión me voy derecha a la sala XIII del Museo para disfrutarlo en vivony en directo. Gracias por el comentario. Mary Velasco
ResponderEliminarMuy bien descrito
ResponderEliminarMuchas gracias por la bella y cálida descripción y animación del cuadro. No creo que esta noche pasada de julio haya sido mucho más calurosa que la que refleja esta maravillosa obra aunque haya quienes perciban estas noches como apocalípticas. Engayá!
ResponderEliminarLa escena respira paz y quietud. El contraste está en las manchas de sombra que dispersa otorgan movimiento al conjunto. Más que un sueño profundo se siente que están en un duermevuela bajo la atenta y directa mirada del patriarca que aporta la sensación de seguridad a quienes se sumergen en un leve sopor.
ResponderEliminarMagnífica descripción. Me retrotrae a otra época vivida. En estas noches tórridas, se solía dormir, en el patio, al aire libre, después de una larga charla, tras la cena. Cierto bucolismo se puede detectar en la obra. Gracias amigo Andrés.
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