PATOLOGIA DEL PIE EN LA PINTURA
Hallux Valgus
San Francisco recibiendo la ampolla de agua. Juan de Valdés Leal.
San Francisco recibiendo la ampolla de agua. Valdés Leal,
Juan de. Hacia 1665. Óleo sobre lienzo. 204 x 130 cm. Museo de Bellas Artes de
Sevilla. Sala VIII. Adquisición de la Junta de Andalucía (1990)
En esta composición, el santo (ver) aparece encerrado en su celda,
arrodillado ante el crucifijo que preside un austero altar.
Detalle
del crucifijo
En el suelo, sobre la tarima, la
calavera, símbolo de la meditación sobre la muerte, el libro o Sagradas
Escrituras y el cilicio expiatorio.
Detalle
de la calavera, el libro y el cilicio
El acontecimiento, recogido por alguno de
los biógrafos del santo, como Salvatore Vitale, transcurre en el convento de
Vivalvi, cuyo claustro aparece en la parte izquierda de la composición, donde
también figura sentado el hermano León, custodio de san Francisco y su habitual acompañante en los
distintos momentos místicos de su vida.
Detalle del Claustro del convento
Detalle del hermano León
El Santo se nos muestra interrumpido en su meditación
por un ángel niño que desde las alturas le brinda una redoma o jarra de vidrio transparente con agua, que
simboliza la pureza que debe tener todo aquel
que quiera acceder al sacerdocio. En su humildad el santo piensa que nunca
alcanzará tal perfección y renuncia a la ordenación sacerdotal.
Detalle del ángel con la ampolla de agua
San Francisco gira su cabeza hacia arriba para contemplar
la visión, dotando de un cargado dinamismo a la composición.
Detalle del rostro del Santo
Destaca el pie descalzo con morfología
griega y Hallux Valgus, el habito al descubierto la ulcera dorsal
correspondiente al estigma del clavo de los pies de Jesucristo.
Detalle
del pie estigmatizado
Después de la crucifixión y según el Evangelio de Juan (Jn,
20:27-29) cuando Jesús entra en el Cenáculo con
las puertas cerradas y saluda a los discípulos, muestra los estigmas para
identificarse y luego dice a Tomás: “Mete tu dedo aquí, y ve mis manos y alarga
acá tu mano, y métela en mi costado y no seas incrédulo, sino fiel”.
La palabra estigma proviene del latín “stigma” y este a su vez del griego “στίγμα”. Son
heridas de aparición espontánea y que son similares las que infligieron a Jesus
durante la Pasión.
Tradicionalmente,
se presentan en el costado (donde Jesús fue atravesado con la lanza para
confirmar que estaba muerto) y en ambas manos y ambos pies (las heridas
causadas por los clavos de la crucifixión). Es curioso que las heridas son similares a las
mostradas en la iconografía cristiana tradicional, osea suelen ser marcas en
las palmas de las manos y no en el antebrazo, donde debió producirse el
enclavado de los miembros superiores. Excepcionalmente, incluyen representaciones de las heridas de
la espalda causadas por la flagelación y de las heridas de la cabeza causadas
por la corona de espinas.
Además de su localización en las áreas de la Pasión de
Jesús, tienen otras características especiales, tales como que aparecen de forma instantánea, causando gran sorpresa
e impresión en quienes las reciben, sangran copiosamente y por largos
periodos o en determinadas fechas, su sangre se mantiene
siempre fresca y limpia, no se infectan, no emiten olores fétidos o
incluso desprenden aromas, se acompañan de
fuertes dolores tanto físicos como morales y no se curan nunca con ningún procedimiento médico,
por lo que permanecen un gran número de años sin que pueda darse una
explicación médica o científica.
Los estigmatizados lo
consideran una inmensa gracia, pero se siente indignos y ocultan sus lesiones.
Se considera que el primer
estigmatizado fue Francisco de Asís (ver),
pero en realidad el primer caso en la historia es el de la beata María de
Oignies (1177-1213) que recibió los estigmas en su cuerpo doce años antes que
Francisco de Asís.
María de Oignies pertenecía a
las beguinas, una asociación de mujeres contemplativas y activas que dedicaron
su vida al cuidado de los enfermos y a los necesitados. Trabajaban para
mantenerse y eran libres de dejar la asociación en cualquier momento para
casarse.
La segunda persona en recibir los estigmas fue efectivamente Francisco de Asís, que en las heridas de las manos y de los pies presentaban raspaduras de carne en forma de clavos. Los de un lado tenían cabezas redondas y las del otro tenían puntas largas que se doblaban para arañar la piel.
Por considerarse indigno de ser
portador de las señales de la Pasión de Cristo, ocultaba sus heridas llevando las manos dentro de las
mangas del hábito y usando medias y zapatos, pero
muchos de sus hermanos en la Orden fueron testigos de
la existencia de tales heridas.
Desde entonces hasta el beato Pío de
Pietrelcina (1887-1968), uno de los últimos casos, cuyas llagas
permanecían cerradas todos los días y sólo se abrían y sangraban los viernes, se
han dado unos 250 casos de personas con estigmas, en la mayoría de los casos
con comprobación científica.
Algunos médicos, tanto católicos como librepensadores,
han sostenido que las heridas pueden haber sido causadas de modo enteramente natural,
aunque científicamente inexplicables.
La psiquiatría experimental afirma que
la imaginación puede acelerar o retardar las
corrientes nerviosas, pero no hay constancia de su acción sobre los tejidos.
Schnabel (1993) encontró un
paralelismo entre los estigmas y el Síndrome de Munchaussen, que es un
trastorno emocional en que se finge o provoca enfermedades.
En conjunto representan un fenómeno místico extraordinario y por tanto se han convertido en el centro de un debate teológico y científico muy importante.
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