EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA
Santísimo Cristo de las Misericordias. Hermandad de Santa Cruz.
Bajo la
advocación de las Misericordias se tiene constancia de la existencia de un
crucificado en la antigua parroquia de Santa Cruz, templo situado en el enclave
que hoy ocupa la plaza del mismo nombre y que fue derribado durante la invasión
napoleónica y las posteriores reformas urbanas.
En dicha iglesia
existía una nave colateral al lado del evangelio conocida como la de las
“capillas cerradas”, denominación que respondía a la presencia de rejas que
aislaban estas capillas del resto del recinto. Una de ellas, probablemente la
central de las tres que componían la nave, pertenecía a la familia de don
Martín Auñón Torregrossa y Monsalve, razón por la cual era conocida por su
apellido. La documentación acredita su existencia al menos desde 1744, año en
el que la familia Auñón cedió la capilla a la Hermandad Sacramental (ver), para albergar el Santísimo Sacramento,
al considerarse poco adecuada la ubicación que hasta entonces ocupaba esta
corporación en otra capilla situada a los pies del templo.
Entre
las condiciones del acuerdo figuraba que la Hermandad Sacramental asumiera las
reformas necesarias para instalar el sagrario en el retablo de la capilla,
presidido por un crucificado venerado bajo el título de “Cristo de las
Misericordias”, imagen cuya conservación quedaba desde entonces bajo la
responsabilidad de la corporación sacramental.
Las
obras de adecuación de la capilla se llevaron a cabo a mediados del siglo XVIII
y fueron dirigidas por el maestro Felipe Fernández del Castillo. El dorado y
estofado del retablo correspondieron al pintor Pedro Tortolero, mientras que el
platero Manuel Guerrero de Alcántara realizó unas potencias para la imagen del
Crucificado. Todos estos trabajos aparecen reflejados en los libros de cuentas
de la Hermandad Sacramental entre los años 1741 y 1773.
Durante la
ocupación francesa, entre 1810 y 1811, se decretó el cierre del templo de Santa
Cruz con vistas a su derribo, que finalmente se ejecutó en 1814 por el
asentista Mayer, dando lugar a la actual plaza. En ese periodo, la parroquia y
las hermandades de Nuestra Señora de la Paz y del Santísimo Sacramento se
trasladaron primero a la iglesia de los Clérigos Menores del Espíritu Santo (1810-1814), posteriormente al Hospital de los Venerables Sacerdotes (1814-1840) y, finalmente, regresaron en 1840 al actual templo de Santa
Cruz tras la desamortización de Mendizábal.
Aunque algunos
enseres de ambas hermandades llegaron a la nueva parroquia, la mayor parte de
las pinturas y esculturas procedentes del antiguo templo fueron destinadas a la
Catedral y a la iglesia de Santa María la Blanca.
En este contexto
se conserva una carta del administrador del Hospital de los Venerables en la
que solicita a la Hermandad Sacramental la cesión del crucificado, que se
hallaba almacenado por falta de espacio, para su colocación en el altar de la
enfermería del hospital. De este modo, la imagen permaneció allí bajo la tutela
de la Sacramental.
Tras la exclaustración de los Clérigos
Menores, se decidió el regreso de la sede parroquial y de las hermandades al
templo de Santa Cruz, pero se optó por mantener el crucificado en la enfermería
del hospital, donde ofrecía consuelo espiritual a los ancianos sacerdotes.
Con el cierre posterior del Hospital de
los Venerables y la reconversión de sus dependencias a usos fabriles, dejó de
existir motivo para que la imagen permaneciera allí, por lo que la Hermandad
Sacramental determinó su traslado definitivo a la parroquia.
La presencia en el templo de un
crucificado procedente de los Clérigos Menores, muy venerado por el vecindario,
y la falta de un espacio adecuado llevaron a colocar inicialmente la imagen en
una de las paredes de la sacristía, donde la hermandad celebraba sus cabildos.
Este traslado quedó documentado en una nota fechada el 2 de abril de 1842, en
la que se describe con precisión su nueva ubicación: “El Santo
Crucifijo del que se hace mención en este oficio, fue trasladado de la Casa
Hospital de los Venerables, donde estaba colocado, a la sacristía de la iglesia
de los Menores que hoy sirve de Parroquia de Santa Cruz, y puesto en la pared
que se halla a mano derecha entrando por la puerta de dicha sacristía que mira
a la Iglesia y a la pared que da frente a la fachada de la expresada puerta. Lo
que se hizo en día dos de abril de mil ochocientos cuarenta y dos. López.
Secretario”.
En el inventario parroquial de 1880 ya
se menciona la primera capilla de la nave de la epístola como capilla del
“Santo Cristo de las Misericordias”, lo que permite suponer que la imagen pasó
entonces a ocupar dicho espacio, sustituyendo al crucificado de los Clérigos
Menores, que a su vez fue trasladado a la sacristía.
El
13 de septiembre de 1904, durante el pontificado del cardenal Marcelo Spínola,
fueron aprobadas las Reglas de una hermandad de penitencia conocida
popularmente como la de “Santa Cruz”. En 1974, el Crucificado fue reconocido
como titular de dicha corporación y situado en el retablo del testero del
crucero, en el lado del evangelio. Posteriormente, en octubre de 1978, el
cardenal Bueno Monreal otorgó a la hermandad el derecho de posesión para uso y
culto del Santísimo Cristo de las Misericordias, estableciendo que la imagen no
podría ser trasladada a otro templo y que recibiría culto permanente en la
parroquia de Santa Cruz. Este acuerdo fue legalizado ante notario.
En cuanto a su autoría, no se conservan documentos que
certifiquen su ejecución, si bien desde el punto de vista estilístico la obra
se ha relacionado tradicionalmente con el círculo de Pedro Roldán (ver), lo que
sugiere la intervención de alguno de sus colaboradores más próximos, aunque no
necesariamente del maestro en persona.
Desde una perspectiva artística, el Cristo de las
Misericordias destaca por su elevada calidad formal y expresiva dentro de la
escuela sevillana. Puede considerarse una de las cimas del Crucificado andaluz,
preludiando la plena depuración técnica y estética que alcanzaría poco después
el Cristo de la Expiración, el Cachorro, realizado por Francisco Antonio Gijón
en 1682 (ver).
Por otro lado, conviene señalar que esta imagen no se corresponde con el crucificado
venerado por los Clérigos Menores, ya que un documento de 1770 describe el
existente en su templo como un Cristo muerto y de complexión corpulenta, rasgos
que no coinciden con los del Cristo de las Misericordias.
La iconografía de la obra parece captar un instante
inmediatamente anterior al último aliento. La posición de la boca, como si
estuviera pronunciando palabras, y la intensa mirada elevada al cielo permiten
asociar la imagen con la primera de las Siete Palabras de Cristo en la Cruz:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), reforzando así
su simbolismo como expresión suprema del perdón y la misericordia.
Desde el punto de vista morfológico, se trata de un
Crucificado vivo y expirante, sujeto a la cruz por tres clavos, con los brazos
dispuestos casi paralelos al travesaño y una composición general de marcado
carácter triangular. La cruz se remata con el correspondiente INRI.
Pensada para su contemplación en el ámbito reducido de
una capilla, la imagen presenta unas dimensiones menores que las de la mayoría
de los crucificados procesionales sevillanos: 167 centímetros de altura y 145
centímetros de envergadura. Está tallada en madera de ciprés, con ojos de
cristal y dientes de marfil.
La cabeza se inclina suavemente hacia la derecha del
eje corporal y eleva la mirada en actitud suplicante, reforzando el dramatismo
contenido y la profunda espiritualidad que caracterizan a esta notable
escultura.
Detalle de la cabeza
La
imagen presenta una frente amplia y despejada, con el ceño levemente fruncido.
El cabello aparece peinado con raya central, formando largos mechones que caen
sobre la espalda y los hombros; hacia el frente descienden dos guedejas muy
onduladas que dejan ver casi por completo las orejas.
Detalle de la cabeza
Las cuencas orbitales se muestran ligeramente hundidas y delimitadas por cejas finas, suavemente arqueadas. Las pestañas, tanto superiores como inferiores, están ejecutadas con trazos muy delicados, mientras que los bordes de los párpados inferiores se refuerzan mediante una sutil línea oscura. Los ojos, de cristal y forma ovalada, presentan iris y pupila de tono oscuro, otorgando a la mirada una profunda sensación de desolación, tristeza y dolor contenido.
La nariz
es recta y afilada, con fosas nasales alargadas y bien definidas. El surco
nasolabial, igualmente marcado, se ve acentuado por la presencia del bigote.
La boca
aparece entreabierta, con elevación del velo del paladar que resalta el maxilar
superior y hunde la mandíbula, provocando la prominencia de los pómulos y la
depresión de las mejillas, afinando así el rostro con el fin de intensificar la
expresión de la honda emoción interior que emana la imagen. Los labios
entreabiertos permiten apreciar los dientes de marfil, la lengua y las
comisuras.
El mentón es
pronunciado y redondeado, parcialmente cubierto por una pequeña perilla. El
bigote, formado por grandes mechones alargados, bordea un labio superior muy
elevado y prominente, uniéndose a la barba y otorgando un notable realce a la
expresión del rostro. La barba, bífida y compacta, contribuye a afilar aún más
el semblante del Señor.
El cuello es
largo y esbelto, con la tráquea muy marcada y los músculos claramente
definidos, resultado del giro y la elevación del rostro. La unión con el torso,
a través de las clavículas, genera ángulos pronunciados, en cuyo centro se
forma un pequeño hundimiento a modo de hoyuelo.
Detalle de los brazos
Los
brazos se disponen alineados con el travesaño de la cruz, culminando en unas
manos de dedos finos y alargados.
Detalle del cuerpo
El
cuerpo revela un minucioso estudio anatómico y un tratamiento naturalista,
aunque con una leve rigidez en el modelado de las extremidades, propia del
momento de la crucifixión, concentrándose la tensión en hombros, espalda —muy
ensangrentada—, brazos y piernas. El torso presenta suaves líneas curvas que
insinúan las costillas y un vientre hundido, claro signo de expiración.
Detalle del perizoma
El paño
de pureza o perizoma es escueto y se caracteriza por amplios pliegues doblados
y vueltos, especialmente en la parte posterior, también ensangrentada,
adoptando la forma de un calzón recogido. Se sujeta mediante el propio paño,
anudado a ambos lados, con una caída más acusada hacia el costado derecho,
donde una cuerda deja al descubierto la cadera de ese lado. Este recurso, unido
al avance de la pierna derecha, introduce un sutil movimiento en la figura,
conforme al denominado “contraposto”.
Detalle de las piernas
Las
piernas, proporcionadas y de gran contracción muscular, presentan una
disposición frontal con ligera curvatura.
Visión frontal de los pies
Visón lateral de los pies
Los pies
se clavan a la altura del mediopie del derecho, montado sobre el izquierdo,
mostrando los tendones de los dedos un acusado alargamiento que recuerda la
manera de trabajarlos en el círculo de seguidores de Pedro Roldán.
La escultura
cuenta con varias intervenciones documentadas. La primera fue realizada por
Emilio Pizarro de la Cruz (ver) en 1904,
probablemente con motivo de su primera salida procesional en 1905. La segunda
tuvo lugar en las vísperas de la Semana Santa de 1953, tras la rotura del brazo
izquierdo, lo que obligó a una intervención urgente del escultor José Rivera
García, permitiendo que la imagen pudiera procesionar aquel Martes Santo. En
1989 se llevó a cabo una nueva actuación, dirigida por el profesor José
Rodríguez Rivero-Carrera, con el objetivo de consolidar nuevamente el brazo
izquierdo, que presentaba problemas de ensamblaje con el torso.
Finalmente, la
imagen fue intervenida en el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH)
en dos fases: una primera actuación de urgencia en 1999, centrada en la
consolidación y cierre de una importante grieta en la espalda del Crucificado,
y una segunda fase desarrollada entre mayo de 2000 y marzo de 2001.
Por Andrés Carranza Bencano








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