sábado, 27 de diciembre de 2025

EL PIE Y LOS CRUCIFICADOS DE SEVILLA

Santísimo Cristo de las Misericordias. Hermandad de Santa Cruz.

Crucificado de las Misericordias

Bajo la advocación de las Misericordias se tiene constancia de la existencia de un crucificado en la antigua parroquia de Santa Cruz, templo situado en el enclave que hoy ocupa la plaza del mismo nombre y que fue derribado durante la invasión napoleónica y las posteriores reformas urbanas.

En dicha iglesia existía una nave colateral al lado del evangelio conocida como la de las “capillas cerradas”, denominación que respondía a la presencia de rejas que aislaban estas capillas del resto del recinto. Una de ellas, probablemente la central de las tres que componían la nave, pertenecía a la familia de don Martín Auñón Torregrossa y Monsalve, razón por la cual era conocida por su apellido. La documentación acredita su existencia al menos desde 1744, año en el que la familia Auñón cedió la capilla a la Hermandad Sacramental (ver), para albergar el Santísimo Sacramento, al considerarse poco adecuada la ubicación que hasta entonces ocupaba esta corporación en otra capilla situada a los pies del templo.

Entre las condiciones del acuerdo figuraba que la Hermandad Sacramental asumiera las reformas necesarias para instalar el sagrario en el retablo de la capilla, presidido por un crucificado venerado bajo el título de “Cristo de las Misericordias”, imagen cuya conservación quedaba desde entonces bajo la responsabilidad de la corporación sacramental.

Las obras de adecuación de la capilla se llevaron a cabo a mediados del siglo XVIII y fueron dirigidas por el maestro Felipe Fernández del Castillo. El dorado y estofado del retablo correspondieron al pintor Pedro Tortolero, mientras que el platero Manuel Guerrero de Alcántara realizó unas potencias para la imagen del Crucificado. Todos estos trabajos aparecen reflejados en los libros de cuentas de la Hermandad Sacramental entre los años 1741 y 1773.

Durante la ocupación francesa, entre 1810 y 1811, se decretó el cierre del templo de Santa Cruz con vistas a su derribo, que finalmente se ejecutó en 1814 por el asentista Mayer, dando lugar a la actual plaza. En ese periodo, la parroquia y las hermandades de Nuestra Señora de la Paz y del Santísimo Sacramento se trasladaron primero a la iglesia de los Clérigos Menores del Espíritu Santo (1810-1814), posteriormente al Hospital de los Venerables Sacerdotes (1814-1840) y, finalmente, regresaron en 1840 al actual templo de Santa Cruz tras la desamortización de Mendizábal.

Aunque algunos enseres de ambas hermandades llegaron a la nueva parroquia, la mayor parte de las pinturas y esculturas procedentes del antiguo templo fueron destinadas a la Catedral y a la iglesia de Santa María la Blanca.

En este contexto se conserva una carta del administrador del Hospital de los Venerables en la que solicita a la Hermandad Sacramental la cesión del crucificado, que se hallaba almacenado por falta de espacio, para su colocación en el altar de la enfermería del hospital. De este modo, la imagen permaneció allí bajo la tutela de la Sacramental.

Tras la exclaustración de los Clérigos Menores, se decidió el regreso de la sede parroquial y de las hermandades al templo de Santa Cruz, pero se optó por mantener el crucificado en la enfermería del hospital, donde ofrecía consuelo espiritual a los ancianos sacerdotes.

Con el cierre posterior del Hospital de los Venerables y la reconversión de sus dependencias a usos fabriles, dejó de existir motivo para que la imagen permaneciera allí, por lo que la Hermandad Sacramental determinó su traslado definitivo a la parroquia.

La presencia en el templo de un crucificado procedente de los Clérigos Menores, muy venerado por el vecindario, y la falta de un espacio adecuado llevaron a colocar inicialmente la imagen en una de las paredes de la sacristía, donde la hermandad celebraba sus cabildos. Este traslado quedó documentado en una nota fechada el 2 de abril de 1842, en la que se describe con precisión su nueva ubicación:  “El Santo Crucifijo del que se hace mención en este oficio, fue trasladado de la Casa Hospital de los Venerables, donde estaba colocado, a la sacristía de la iglesia de los Menores que hoy sirve de Parroquia de Santa Cruz, y puesto en la pared que se halla a mano derecha entrando por la puerta de dicha sacristía que mira a la Iglesia y a la pared que da frente a la fachada de la expresada puerta. Lo que se hizo en día dos de abril de mil ochocientos cuarenta y dos. López. Secretario”.

En el inventario parroquial de 1880 ya se menciona la primera capilla de la nave de la epístola como capilla del “Santo Cristo de las Misericordias”, lo que permite suponer que la imagen pasó entonces a ocupar dicho espacio, sustituyendo al crucificado de los Clérigos Menores, que a su vez fue trasladado a la sacristía.

El 13 de septiembre de 1904, durante el pontificado del cardenal Marcelo Spínola, fueron aprobadas las Reglas de una hermandad de penitencia conocida popularmente como la de “Santa Cruz”. En 1974, el Crucificado fue reconocido como titular de dicha corporación y situado en el retablo del testero del crucero, en el lado del evangelio. Posteriormente, en octubre de 1978, el cardenal Bueno Monreal otorgó a la hermandad el derecho de posesión para uso y culto del Santísimo Cristo de las Misericordias, estableciendo que la imagen no podría ser trasladada a otro templo y que recibiría culto permanente en la parroquia de Santa Cruz. Este acuerdo fue legalizado ante notario.

En cuanto a su autoría, no se conservan documentos que certifiquen su ejecución, si bien desde el punto de vista estilístico la obra se ha relacionado tradicionalmente con el círculo de Pedro Roldán (ver), lo que sugiere la intervención de alguno de sus colaboradores más próximos, aunque no necesariamente del maestro en persona.

Desde una perspectiva artística, el Cristo de las Misericordias destaca por su elevada calidad formal y expresiva dentro de la escuela sevillana. Puede considerarse una de las cimas del Crucificado andaluz, preludiando la plena depuración técnica y estética que alcanzaría poco después el Cristo de la Expiración, el Cachorro, realizado por Francisco Antonio Gijón en 1682 (ver).

Por otro lado, conviene señalar que esta imagen no se corresponde con el crucificado venerado por los Clérigos Menores, ya que un documento de 1770 describe el existente en su templo como un Cristo muerto y de complexión corpulenta, rasgos que no coinciden con los del Cristo de las Misericordias.

La iconografía de la obra parece captar un instante inmediatamente anterior al último aliento. La posición de la boca, como si estuviera pronunciando palabras, y la intensa mirada elevada al cielo permiten asociar la imagen con la primera de las Siete Palabras de Cristo en la Cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), reforzando así su simbolismo como expresión suprema del perdón y la misericordia.

Desde el punto de vista morfológico, se trata de un Crucificado vivo y expirante, sujeto a la cruz por tres clavos, con los brazos dispuestos casi paralelos al travesaño y una composición general de marcado carácter triangular. La cruz se remata con el correspondiente INRI.

Pensada para su contemplación en el ámbito reducido de una capilla, la imagen presenta unas dimensiones menores que las de la mayoría de los crucificados procesionales sevillanos: 167 centímetros de altura y 145 centímetros de envergadura. Está tallada en madera de ciprés, con ojos de cristal y dientes de marfil.

Crucificado de las Misericordias

La cabeza se inclina suavemente hacia la derecha del eje corporal y eleva la mirada en actitud suplicante, reforzando el dramatismo contenido y la profunda espiritualidad que caracterizan a esta notable escultura. 

Detalle de la cabeza


La imagen presenta una frente amplia y despejada, con el ceño levemente fruncido. El cabello aparece peinado con raya central, formando largos mechones que caen sobre la espalda y los hombros; hacia el frente descienden dos guedejas muy onduladas que dejan ver casi por completo las orejas.

Detalle de la cabeza

Las cuencas orbitales se muestran ligeramente hundidas y delimitadas por cejas finas, suavemente arqueadas. Las pestañas, tanto superiores como inferiores, están ejecutadas con trazos muy delicados, mientras que los bordes de los párpados inferiores se refuerzan mediante una sutil línea oscura. Los ojos, de cristal y forma ovalada, presentan iris y pupila de tono oscuro, otorgando a la mirada una profunda sensación de desolación, tristeza y dolor contenido.

La nariz es recta y afilada, con fosas nasales alargadas y bien definidas. El surco nasolabial, igualmente marcado, se ve acentuado por la presencia del bigote.

La boca aparece entreabierta, con elevación del velo del paladar que resalta el maxilar superior y hunde la mandíbula, provocando la prominencia de los pómulos y la depresión de las mejillas, afinando así el rostro con el fin de intensificar la expresión de la honda emoción interior que emana la imagen. Los labios entreabiertos permiten apreciar los dientes de marfil, la lengua y las comisuras.

El mentón es pronunciado y redondeado, parcialmente cubierto por una pequeña perilla. El bigote, formado por grandes mechones alargados, bordea un labio superior muy elevado y prominente, uniéndose a la barba y otorgando un notable realce a la expresión del rostro. La barba, bífida y compacta, contribuye a afilar aún más el semblante del Señor.

El cuello es largo y esbelto, con la tráquea muy marcada y los músculos claramente definidos, resultado del giro y la elevación del rostro. La unión con el torso, a través de las clavículas, genera ángulos pronunciados, en cuyo centro se forma un pequeño hundimiento a modo de hoyuelo.

Detalle de los brazos


Los brazos se disponen alineados con el travesaño de la cruz, culminando en unas manos de dedos finos y alargados. 

Detalle del cuerpo


El cuerpo revela un minucioso estudio anatómico y un tratamiento naturalista, aunque con una leve rigidez en el modelado de las extremidades, propia del momento de la crucifixión, concentrándose la tensión en hombros, espalda —muy ensangrentada—, brazos y piernas. El torso presenta suaves líneas curvas que insinúan las costillas y un vientre hundido, claro signo de expiración.

 

Detalle del perizoma

Detalle del perizoma

El paño de pureza o perizoma es escueto y se caracteriza por amplios pliegues doblados y vueltos, especialmente en la parte posterior, también ensangrentada, adoptando la forma de un calzón recogido. Se sujeta mediante el propio paño, anudado a ambos lados, con una caída más acusada hacia el costado derecho, donde una cuerda deja al descubierto la cadera de ese lado. Este recurso, unido al avance de la pierna derecha, introduce un sutil movimiento en la figura, conforme al denominado “contraposto”.

 

Detalle de las piernas


Las piernas, proporcionadas y de gran contracción muscular, presentan una disposición frontal con ligera curvatura. 

Visión frontal de los pies

Visón lateral de los pies


Los pies se clavan a la altura del mediopie del derecho, montado sobre el izquierdo, mostrando los tendones de los dedos un acusado alargamiento que recuerda la manera de trabajarlos en el círculo de seguidores de Pedro Roldán.

La escultura cuenta con varias intervenciones documentadas. La primera fue realizada por Emilio Pizarro de la Cruz (ver) en 1904, probablemente con motivo de su primera salida procesional en 1905. La segunda tuvo lugar en las vísperas de la Semana Santa de 1953, tras la rotura del brazo izquierdo, lo que obligó a una intervención urgente del escultor José Rivera García, permitiendo que la imagen pudiera procesionar aquel Martes Santo. En 1989 se llevó a cabo una nueva actuación, dirigida por el profesor José Rodríguez Rivero-Carrera, con el objetivo de consolidar nuevamente el brazo izquierdo, que presentaba problemas de ensamblaje con el torso.

Finalmente, la imagen fue intervenida en el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) en dos fases: una primera actuación de urgencia en 1999, centrada en la consolidación y cierre de una importante grieta en la espalda del Crucificado, y una segunda fase desarrollada entre mayo de 2000 y marzo de 2001.

Por Andrés Carranza Bencano

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