EL PIE Y LA PASION DE CRISTO EN LA PINTURA
VÍA DOLOROSA.
La Santa Faz. El Greco.
Esta obra es derivación directa de la
representación que El Greco realizó para el retablo central de la iglesia de Santo
Domingo el Antiguo de Toledo, pintado sobre tabla de madera y en formato
ovalado (actualmente en una colección particular).
El panel del retrato de la iglesia de Toledo
estaba situado bastante alto, por encima de los espectadores, una ubicación atípica
pues se solía colgar cerca del nivel del espectador para que los fieles pudieran
arrodillarse y rezar frente a ella.
En cambio, este lienzo procede de una parroquia
de Móstoles, registrado en 1787 colgado de un pilar, y fue obtenido por el
Museo del Prado con fondos del legado conde de Cartagena en 1944, y difiere de
la tabla original de Toledo por su formato rectangular y porque no fue elaborada
íntegramente por El Greco sino que estuvo involucrado todo su taller en su
creación.
La imagen de la Santa Faz es una iconografía
que se hizo popular a finales de la Edad Media. En su subida al monte Calvario,
el rostro ensangrentado de Cristo quedó fijado a un paño blanco que había sido
ofrecido a Jesús por una mujer, la Hemorroisa, que pasaría a ser identificada
por Verónica. Este encuentro con la verónica no se encuentra en los Evangelios
Canónicos. La cita más antigua de este
episodio data del siglo II,
en el Evangelio apócrifo de Nicodemo. La
Iglesia rinde culto a la Santa Faz desde el siglo III.
El Greco pintó los dos tipos de imágenes, la de
la Santa Faz aislada y la que incorporaba la presencia de la mujer. Representó también
una Berónica con ángeles por acabar, según se registra en el inventario
realizado a la muerte del artista en 1614, y que sugiere la relación de esa
composición con una estampa de Alberto Durero, de 1513.
En esta obra, el Greco plasma un rostro de
Cristo poco ortodoxo. Supera el hieratismo de los iconos bizantinos para proporcionar
a la composición una cercanía al milagro, mas acorde con los ideales de la Contrarreforma.
Cristo no lleva la corona de espinas, aunque hay rastros de sangre, y sus rasgos faciales muestran una expresión serena con una mirada intensa como “El Expolio” de la catedral de Toledo (ver).
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