MUERTE EN LA PINTURA
La Muerte Alfonso XII. Juan Antonio Benlliure y Gil.
El
cuadro fue iniciado en Roma y concluido en Madrid, tal como indica la propia
firma del artista. Benlliure, atento siempre al clima político y social de su
tiempo, supo transformar un acontecimiento reciente y de fuerte carga emocional
en un tema de gran impacto para las Exposiciones Nacionales. La obra obtuvo en
la edición de 1887 un certificado de segunda medalla y fue adquirida por el
Estado por una suma considerable, impulsada en gran parte por la relevancia del
tema representado y por la sensibilidad que aún despertaba la muerte del joven
monarca.
Alfonso
XII había fallecido poco antes, el 25 de noviembre de 1885, víctima de
tuberculosis. Tan solo tenía 28 años y murió en el palacio de El Pardo, dejando
al país en una situación de incertidumbre política y a su familia sumida en el
duelo. Benlliure recrea este momento con un tono íntimo y contenido, evitando
el dramatismo excesivo y apelando a una emoción más silenciosa y recogida.
En el centro de
la composición se sitúa la cama donde yace el cuerpo del rey, dispuesta con
sencillez y rodeada de una penumbra que subraya la gravedad de la escena. A los
pies del lecho se distinguen varias figuras, entre ellas el confesor del
monarca, el cardenal Francisco de Paula Benavides Navarrete, y Antonio de Orleans,
duque de Montpensier y suegro del soberano. Otros personajes permanecen medio
ocultos, apenas insinuados entre las sombras, lo que refuerza la atmósfera de
respeto y recogimiento.
Detalle
del cardenal Francisco de Paula Benavides
Navarrete, y Antonio de Orleans, duque de Montpensier
En la cabecera
permanece la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa de
Alfonso XII. Viste luto riguroso y sostiene un pañuelo con el que se enjuga las
lágrimas, gesto que Benlliure capta con particular delicadeza. A su lado se
encuentra la infanta María de las Mercedes, la hija mayor del matrimonio,
afectada por la tristeza del momento.
Detalle
de la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena y la infanta María de las
Mercedes
Al otro lado
del lecho, la infanta María Teresa, todavía muy pequeña, se incorpora hacia el
cuerpo inmóvil de su padre. Sostenida por su ama y con la inocencia reflejada
en la mirada, se inclina para dar ese último beso que da título a la obra. La
reacción de la niña, que observa a su madre sin comprender del todo la magnitud
de lo que ocurre, añade un matiz profundamente humano a la escena.
Detalle
de la infanta María Teresa, sostenida por su ama, dándole el último beso a su
padre
El artista
completa la composición con numerosos detalles que subrayan el carácter íntimo
del momento: sobre la cama y el suelo alfombrado se esparcen flores frescas,
algunas ya caídas, símbolo de homenaje y al mismo tiempo de fragilidad. El
conjunto transmite una sensación de solemnidad contenida y muestra la capacidad
de Benlliure para convertir un episodio histórico reciente en una imagen de
alto valor emocional y artístico.
Por Andrés Carranza Bencano
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