EL PIE Y LA PASION DE CRISTO EN LA PINTURA
Coronación de espinas.
El episodio, narrado en los Evangelios de Mateo (27:29), Marcos
(15:17) y Juan (19:2), es el momento de la Pasión de Cristo que tiene lugar después de la "Flagelación", cuando
los soldados romanos, a punto de llevar a Jesús al lugar de su suplicio,
quisieron burlarse de él, adorándolo como Rey
de los Judíos:
“Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al
pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le
echaron encima un manto púpura; y trenzando una corona de espinas, se la
pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla
delante de él, le hacían burla diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!, y después
de escupirle, cogían la caña y le golpeaban con ella la cabeza”. (Mt 27:27-30).
Antiguamente, cuando un soldado romano prestaba
un gran servicio a Roma, se le concedía la corona cívica, también llamada corona civil o corona de roble, que
representaba un gran honor. Esta corona era de roble, y en esta insignia honorífica
pensaban los soldados romanos cuando coronaron la cabeza de Jesús con una corona de
espinas.
Además,
le colocan el manto púrpura, símbolo de realeza, y una caña en la mano, para
simbolizar el cetro o bastón de mando.
Jamás
en la historia se había dicho, sabido o escrito, que a alguien se le hubiera
puesto en la cabeza una corona de espinas. "No hay ningún documento donde
conste la coronación de espinas", dice en su libro la historiadora María
Grazia Siliato, "ni entre los romanos, ni en ningún otro pueblo".
A
pesar de que hay documentadas miles de crucifixiones, no se sabe de ninguna otra en la que además se colocara al reo una
corona de espinas, por ello, esto constituye un dato que permite relacionar a
Jesús con el hombre de la Sindone.
La
planta que emplearon los soldados para hacer la corona tenía espinas largas y
anchas de punta muy aguda, por lo que podría haber sido la rosácea Poterium
spinosum (Linneo), la rhamnácea Zizyphus spina-Christi o la Goundelia
tournefortii, pues las tres son habituales en la región de Palestina.
Distintas plantas corrientes en Palestina caracterizadas por sus espinas
fuertes y largas, que pudieron ser empleadas para trenzar la corona
En el estudio
realizado por el Dr. Hermosilla, desde el punto de vista de la Medicina Forense,
considera que las espinas de las especies vegetales que pudieron ser utilizadas,
debían tener 2,5 cm y la consistencia suficiente como para poder atravesar el
cabello y la gruesa piel cefálica en todo su espesor y llegar incluso a
ocasionar marcas identificables macroscópicamente en la tabla externa de los
huesos de la bóveda craneal, aunque sin llegar a atravesarlos, descartando la
posibilidad de que las espinas llegasen a penetrar dentro de la cavidad
craneal, produciendo algún tipo de lesión neurológica.
Y efectivamente, los
Evangelios no mencionan ninguna alteración en el comportamiento de Jesús de
Nazaret que pueda justificar la presencia de lesiones cerebrales.
Según el estudio del antropólogo Judica Cordiglia, las
heridas punzantes son unas 50, y afectan la región frontal, parietal, temporal
y occipital, por lo que la corona de espinas no tenía forma de aro o corona,
como aparece en la mayoría de las representaciones artísticas, sino forma de casquete
o bonete.
Recreación
de la corona de espinas tipo pileus
El casquete tendría una base, o banda, o
cinta ancha, sobre la que se había tejido el bonete de espinas que rodeaba la
cabeza. Sobre la cinta se fijarían unas cuerdas que permitirían, por fuerte
tracción hacia abajo, perforar, como hemos dicho, el cabello y el cuero
cabelludo y al mismo tiempo encajar fortísimamente el casquete espinoso, para
que no se moviera, evitando la manipulación directa por parte de los soldados, pues conllevaría la lesión de sus manos.
El cuero cabelludo es deslizable sobre el plano óseo y
está muy bien vascularizado e inervado, por lo que las heridas pueden ser muy
dolorosas y muy sangrantes.
El Dr. Hermosilla asegura
que “cualquier herida en el cuero cabelludo o la cara, por pequeña e
insignificante que resulte, no sólo sangra profusamente, de un modo
absolutamente desproporcionado a su tamaño y gravedad, sino que, además,
resulta más dolorosa que otra de características similares en cualquier otro
lugar de la superficie corporal”.
Estarían lesionados, en la frente los nervios supraorbitarios (procedentes
de la primera rama del nervio trigémino) y los nervios frontales (procedentes
del quinto par craneal) que llegan a inervar, aproximadamente, hasta el centro del
cráneo. Las caras laterales de la cabeza están inervadas por los nervios
auriculo-temporales, y la cara posterior por el nervio occipital mayor, el
occipital menor y los nervios retroauriculares.
Esquema de la colocación del
bonete de espinas sobre una foto anatómica del cráneo. Se representan los nervios
en amarillo
La
hemorragia que se aprecia en la Síndone es provocada por lesiones arteriales y
venosas del cráneo.
En la frente
están lesionadas todas las ramas de las arterias frontales que a su vez lo son
de las supraorbitarias, y éstas de la arteria facial, que llega desde la
arteria carótida externa. En las zonas parietales, todas las arterias
interesadas por espinas son también ramas de la carótida externa, al igual que
las de la cara posterior de la cabeza.
Esquema de la colocación del
bonete de espinas sobre una foto anatómica del cráneo. Se representan las arterias
en rojo.
Y lo mismo ocurre con el sistema de retorno venoso, que drena en
las dos yugulares, interna y externa, y en la vena ácigos dorsal, que desciende
por el centro de la nuca.
Esquema de la colocación del
bonete de espinas sobre una foto anatómica del cráneo. Se representan las venas en
azul.
Curiosamente, una gota más marcada que las demás se encuentra en la región mediana de la frente y ofrece la forma de un “3” invertido: la sangre se ha abierto camino entre las arrugas de la frente en dos momentos, primero cuando se contrajeron los músculos de la piel, en el espasmo del dolor, y luego en su relajamiento final al momento de la muerte.
Imagen de la frente del hombre de la Síndone con un reguerillo de sangre en
forma de “3” invertido que nace de la raíz del pelo y llega hasta la ceja.
El Dr. Hermosilla concluye que es
juicioso suponer que estas lesiones ocasionaron una aparatosa pérdida de sangre
que debía cubrir la práctica totalidad del cabello, cara, cuello, hombros, y
parte superior del tórax, tal y como se puede apreciar en la Síndone,
donde se ve que tanto los cabellos, como el bigote y la barba aparecen
completamente cubiertos de sangre.
La
parte occipital se presenta fuertemente castigada, como si la corona hubiera
sido continuamente frotada y apretada contra la cabeza. Ello hace suponer que
el hombre de la Síndone llevó la corona durante el camino al Calvario y también
en la cruz.
También
corrobora este dato el hecho de que se distingue nítidamente los coágulos de la
nuca, pues, si no hubiera llevado la corona durante el camino y en la cruz, las
continuas fricciones contra el patibulum hubieran deformado los coágulos, y tampoco se hubieran formado esos coágulos tan nítidos si le
hubieran quitado la corona antes de crucificarlo.
Composición donde se representa la corona de espinas en la cara
posterior del cráneo con una fotografía
de la Sabana Santa de la región, en que se ven las manchas de sangre que
circundan por detrás de la cabeza
Composición en que se superpone una cruz para
observar como la cara posterior de la corona de espinas, al apoyar sobre el “stipe”, y moverse durante los movimientos respiratorios se clava más en el cuero
cabelludo
Es
sorprendente observar que las manchas de sangre, tan abundantes en el rostro y
en la cabeza, no se observan en la nuca ni en el centro de la región, entre las
escápulas.
La
explicación, según el sindónologo Julio Marvizón, es que el hombre de la Sábana
Santa tenía el pelo recogido en una coleta que colgaba hasta el centro de la
espalda, entre los omóplatos, como era usual entre los judíos en los tiempos de
Jesús, según confirman los rabinos.
El
historiador británico lan Wilson también llamó la atención sobre este detalle: "Es
la característica más sorprendentemente judía en la Sábana Santa".
Jesús, según la costumbre judía de
su tiempo, usaba coleta, que le protegió la zona cubierta de ser herida
Aunque
la participación de la coronación de espinas, en el deterioro del estado
general, sería menor que la flagelación, no cabe duda que la hemorragia en la
cabeza colaboraría en la hipovolemia y el dolor en el shok traumático, es
decir, que sería otro factor nada despreciable de la instauración permanente de
la acidosis metabólica y la insuficiencia renal.
Fisiopatología de la
flagelación, por el Dr. De Palacios Carvajal
El descubrimiento de la corona de espinas se le
atribuye a Santa Elena, madre del emperador Constantino. Hacia el año 326
peregrinó a Jerusalén y, según parece, halló la Vera Cruz en la que fue
crucificado Jesús. Hay leyendas que también asignan a Santa Elena el
descubrimiento, en este mismo momento, de otras reliquias como los clavos o la
corona de espinas.
Existen referencias de su presencia en Jerusalén desde
el siglo V, pues el obispo
Paulino de Nola, en su diario de viaje del año 409, escribe que en Jerusalén “a las espinas con las cuales Nuestro
Redentor fue coronado se rendía homenaje, junto a la Santa Cruz y la columna de
la flagelación”.
San Vicente de Lerins, en la primera mitad del siglo V
decía que la corona de espinas de Cristo formaba parte del “sagrado ajuar” venerado en Tierra
Santa y que la reliquia “tocaba y
revestía por todas partes su cabeza”.
Se describe su ubicación en la Basílica de Sion en el
570 y en testimonios posteriores, como el de Gregorio de
Tours, a finales del siglo VI, se tiene constancia de que se encontraba en
Jerusalén.
En el siglo vii fue
trasladada a Constantinopla debido a las invasiones persas y en el siglo x, con motivo de una crisis económica en
el imperio, pasó a manos de prestamistas venecianos.
En el siglo XIII, fue adquirida por
el rey de Francia Luis IX (San Luis), por intermediación de un comerciante
veneciano, y al mismo tiempo se hizo con otras reliquias de Cristo como el
hierro de la lanza, la esponja o una parte de la cruz.
Estas reliquias llegaron a París el
10 de agosto de 1239 y el propio monarca entró con ellas descalzo a la ciudad.
Para albergar tan preciadas reliquias, mandó construir La Sainte Chapelle de París, como
lugar de veneración de la reliquia.
Durante la Revolución Francesa, fue
trasladada a Biblioteca Nacional de Francia, y en 1801, el Concordato de la
Iglesia Católica determinó que era propiedad de la Iglesia y se trasladó a la
catedral de Notre Dame, donde está depositada desde entonces, salvándose del
incendio de este Templo el 15 de abril de 2019.
La reliquia actual es una
circunferencia de ramas o juncos entrelazados de 21cm. de diámetro,
que se encuentra conservada en un relicario de
cristal de roca de 1896.
Al parecer dicha circunferencia sería como la base que
sirvió para entrecruzar o amarrar las ramas de espinas, pero carece de ellas,
pues tanto los emperadores bizantinos como los reyes de
Francia, repartieron las espinas por toda la cristiandad.
Sumando todas las espinas procedentes de la reliquia de París y las de otras procedencias, el número de reliquias existentes supera las 700, de las cuales ciento sesenta se encuentran en Italia. En Roma son cerca de veinte las que reciben veneración pública, incluyendo dos en la Basilical de San Pedro y una en San Juan de Letrán. En España hay en la Catedral de Barcelona, el santuario de Montserrat, el monasterio de la Santa Espina en la provincia de Valladolid (regalada en Francia en 1146 a la infanta-reina Sancha Raimúndez por Luis VII de Francia), El Escorial, y la custodiada en Sevilla por la cofradía de El Valle.
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