La balsa de Medusa. Théodore Géricault. 1819. Óleo sobrelienzo. 491 x 717 cm. Museo de Louvre. Paris
Antes del desarrollo de los medios de información la pintura ha sido un
testimonio de la historia, y en este caso “La Balsa de la Medusa” se encuentra
inspirada en un accidente marino ocurrido en junio de 1816 y muestra la
genialidad de su autor para inmortalizar una tragedia, transformándola en
arte.
“La
balsa de la Medusa” se convirtió en la insignia del Romanticismo francés, pero
su exhibición fue prohibida durante dos años, y antes de ser expuesta al
público su autor alertó sobre lo polémico que podía ser una pintura de estas
características. Efectivamente al ser presentada en el salón de Paris en 1819, provocó
un tremendo escándalo social con buenas críticas, pero también con muchos
comentarios negativos. Fue adquirida por el Louvre poco después de su
muerte, que aconteció a los 32 años de edad.
La fragata francesa Meduse partió de Rochefort con destino al puerto
senegalés de Saint-Louis, dirigiendo un convoy compuesto de otras tres
embarcaciones, el buque-bodega “Loire”, el bergantín “Argus” y la corbeta
“Écho”. El capitán de la fragata era el vizconde Hugues Duroy de Chaumereys, nombrado
en pago de favores políticos, sin contar con la experiencia necesaria, ya
que había navegado pocas veces en 20 años. A bordo de la embarcación iba el
futuro gobernador francés elegido para Senegal, Julien Schmaltz y su mujer Renie,
además de otras importantes personalidades. La misión de la expedición era
aceptar la devolución británica de la colonia de Senegal bajo los términos de
la “Paz de Paris”.
La Meduse se adelantó a las demás naves, con la intención de conseguir
una travesía más rápida, pero se desvió 62 millas de su curso y encalló en un
banco de arena en la bahía de Arguin, frente a las costas de África Occidental,
cerca de la actual Mauritania. Los esfuerzos realizados, durante varios días,
para liberar el barco no fueron efectivos, por lo que decidieron que tenían que
atravesar las 40 millas que los separaba de la costa de Mauritania, pero la
Medusa llevaba a bordo a 400 personas, incluida una tripulación de 160
marineros, y sus botes solo tenían capacidad para 250, por lo que construyeron
una balsa en la que se apiñaron 147, pues 17 decidieron quedarse a bordo de la
Medusa.
El capitán y la tripulación, a bordo de los botes, trataron de arrastrar
la balsa, pero a los pocos kilómetros las amarras se soltaron o alguien las
soltó y el capitán abandonó a los ocupantes de la balsa.
Después de 13 días de naufragio, el bergantín
“Argus”, una de las naves que componía la flotilla, se la encontró casualmente
a la deriva y procedió a su rescate, pues no hubo ningún intento de búsqueda de
la balsa por parte de las autoridades francesas.
Para su sustento, solo disponían de una bolsa de galletas, dos
contenedores de agua y unos barriles de vino. En el momento del rescate solo
quedaban 15 supervivientes. Abandonados trece días en medio del mar, atados a
la balsa, porque el agua les cubría hasta la cintura, se habían enfrentado
entre ellos por la comida. Aquellos que consiguieron sobrevivir tuvieron que
arrojar por la borda a los débiles y los enfermos, para evitar compartir con ellos
los escasos alimentos, se mojaron los labios con su propia orina, y masticaron
estaño para simular la frescura de su sabor metálico. Algunos habían
enloquecido, otros prefirieron despedirse de sus amigos y arrojarse a los
tiburones. En el borde de la desesperación y de la locura los que quedaron se
mataron en reyertas, y se comieron los cadáveres de sus compañeros para poder
subsistir. Según el crítico Jonathan Miles se llegó al límite, “hacia las
fronteras de la experiencia humana. Desquiciados, sedientos y hambrientos,
asesinaron a los amotinados, comieron de sus compañeros muertos y mataron a los
más débiles”.
A su llegada a tierra, los marinos supervivientes fueron homenajeados,
pero el suceso llegó a ser un escándalo internacional, pues se consideró debido
a la incompetencia del capitán francés, que actuaba bajo la autoridad de la
recién restaurada monarquía francesa de Luis XVIII, después de la derrota de
Napoleón.
Théodore Géricault, profundamente impresionado por
los hechos relatados, decidió pintar un gran lienzo para que este horror
quedara como ejemplo para las generaciones futuras.
Antes de empezar el lienzo, realizó una profunda investigación sobre los
hechos acontecidos, para ello se reunió con dos de las 15 supervivientes, con
Alexandre Correard, ingeniero de las Arts et Métiers y con el médico-cirujano
Jean-Baptiste Savigny. Realizó una maqueta de la balsa, con la ayuda de un
superviviente que era carpintero, y utilizó cadáveres de la morgue
para conseguir el máximo realismo. Con todos sus datos desarrolló varios
bocetos que impactan por su crudeza.
Eligió para el cuadro el momento en que la tosca
balsa avista a un barco a lo lejos y los náufragos suplican que los rescaten.
Gericault ha reducido considerablemente el tamaño del barco rescatador y lo
presenta como un pequeño punto, apenas visible en el horizonte. La balsa,
levantada por las olas, se adentra oblicuamente al interior del espacio
pictórico. Por la forma de la vela, se asume que el viento sopla en dirección
contraria a la situación del barco rescatador, lo que simbólicamente parece
indicar que el viento sopla hacia la muerte, al igual, que la dirección de la
ola, que se acerca desde la izquierda y podría voltear la balsa.
Las
figuras de la balsa las distribuye en diferentes grupos, en el inferior los
cadáveres; en el centro los moribundos que gritan en el último intento de vida;
en la parte superior y margen izquierdo, un grupo de cuatro personajes junto a
las velas y, por último, sobre unos barriles, las tres figuras que hacen gestos
al barco, la persona que agita la bandera es un hombre de color, y llevan la
escena al clímax.
Por
otra parte, el lienzo se estructura en dos pirámides, a izquierda y derecha, en
primer y segundo plano. La pirámide de la izquierda, formada por el mástil con
la vela, la desazón del anciano que sujeta a un muerto, los cadáveres
y los náufragos rendidos, tiene un simbolismo negativo. La pirámide de la
derecha, con los náufragos que tratan de llamar la atención de un barco que los
rescate, simboliza la vida y la esperanza.
Desde el punto de vista
compositivo, la luz es de tipo natural, tomando en cuenta que los personajes
están en el mar, y la única luz que ilumina la pintura proviene del extremo
superior izquierdo del cuadro. El color dominante es el beige oscuro y apagado,
desde beige al negro pasando por los tonos pardos claros y oscuros, tonos
cálidos que produce una impresión dramática de angustia y desamparo. Sólo hay
un elemento que se destaca del resto por su color, la estola rojiza que lleva
el anciano que sujeta el cadáver, en la parte izquierda inferior del cuadro.
El
cuadro es un símbolo del sufrimiento humano, de la resistencia del hombre
hasta los límites del cuerpo y de la mente, de la capacidad del ser humano para
sobreponerse a la adversidad. Al mismo tiempo representa el naufragio de la
nave del Estado, donde el nepotismo y la incompetencia puede desembocar en el
asesinato y el canibalismo, y sirve como recordatorio del egoísmo, la
irresponsabilidad y la vileza del ser humano.
Llama la atención el cadáver del primer plano, sobre las rodillas de un
anciano, totalmente desnudo, pero con los pies tapados, en un intento de
cubrirlos, de protegerlos, ya que los pies son el contacto con lo terrenal, por
tanto, son los primeros en morir y el taparlos es una última tentativa de
agarrarse a la vida.