SIMBOLISMO DEL PIE EN LA PINTURA
El columpio. Fragonard, Jean-Honoré.
El "Rococó" se desarrolla tras el "Barroco, durante el siglo XVIII en Francia, coincidiendo con el reinado de Luis XV, y posteriormente se extiende a otros países.
Su nombre deriva de la palabra francesa “Rocaille”, método decorativo que
utilizaba guijarros, conchas marinas y cemento, por lo que consiste en el dominio
de las formas curvilíneas y brillantes coloridos dorados en la decoración de
interiores, como en muebles, lámpara, tapices etc.
En la pintura es un arte mundano, sin influencias religiosas, que trata temas
de la vida diaria y las relaciones humanas, intentando reflejar situaciones
agradables con el uso de colores luminosos, suaves y claros.
Durante este periodo las clases más altas de la sociedad francesa aceptaba,
en muchas ocasiones, los matrimonios de conveniencia para seguir manteniendo el
linaje y concentrar el poder y riqueza. Y por ello, una vez asegurada la descendencia,
era claramente aceptada la situación del adulterio.
Este cuadro de Fragonard titulado “El columpio” pero también conocido
como “Los felices azares del columpio”, es una obra emblemática pues resume
estas dos circunstancias, simbolizando una época, una sociedad y una moral, mostrando
la belleza de la alegría de vivir.
La obra fue encargada por un cortesano, desconocido según algunos
expertos, pero identificado por otros como el barón Louis-Guillaume Baillet de
Saint-Julien que además de ocupar cargo en la corte era el "receptor general del
clero francés", y que deseaba un retrato como homenaje a su amante, pero
representado una escena de gran sensualidad.
Por ello, el encargo fue aceptado por Fragonard, autor poco conocido en
ese momento, tras el rechazo de otros autores, entre ellos su maestro el pintor
François Boucher, por considerarlo excesivamente atrevido.
Las instrucciones eran muy claras pues la pintura debía representar a la amante
del barón en un columpio, mecido por un obispo mientras él secretamente la
miraba desde abajo por debajo de su vestido.
La obra aparece por primera vez como propiedad del recaudador de
impuestos Marie-François Menage de Pressigny, cuando fue guillotinado en 1794 y
la obra incautada por el gobierno revolucionario. Posiblemente, sería más tarde
propiedad del marqués de Razins de Saint-Marc y del duque de Morny y tras la
muerte de este último, en 1865, fue comprada en una subasta por Lord Hertford,
el principal fundador de la colección Wallace.
El cuadro representa una escena galante en un ambiente idílico, en un frondoso
jardín repleto de vegetación y ornamentos con figuras escultóricas.
El centro de la composición lo ocupa la joven amante que se balancea en
un columpio, que constituye un símbolo convencional de infidelidad.
En la esquina inferior derecha, se observa un hombre maduro que impulsa
el columpio con dos cuerdas, sentado en un banco de mármol. Se trata del marido
“cornudo” con el que Fragonard sustituye al obispo que quería el barón. Aparece
oculto, relegado tras la sombra de la arboleda, que es una metáfora de su desconocimiento
de la situación. Su expresión es sonriente, tranquila y bonachona, dirigiendo su
mirada a la muchacha, totalmente ajeno a la situación que está sucediendo.
Delante y debajo del hombre mayor, en la esquina inferior derecha, se
observa un perrito faldero. El perro, símbolo de fidelidad, ladra en dirección
a la dama, intentando avisar a su amo del engaño que se está cometiendo.
Debajo de la dama y delante del hombre maduro se incluye una estatua de
dos putti (ver) o cupidos abrazados y apoyados sobre un delfín, alusión a la
diosa Venus y su nacimiento en el mar, enfatizando la temática amorosa de la
escena, poniendo de manifiesto que el hombre mayor ama a la muchacha. Uno de los putti dirige la mirada hacia ella
mientas que el otro tiene los ojos cerrados.
En la esquina izquierda, se localiza una media columna con un relieve de
ménades (ver) danzando, y sobre ella una escultura de Cupido, el dios romano
del amor y el deseo, que se lleva un dedo a los labios, en señal de silencio,
aludiendo a que se trata de un amor secreto.
Bajo la estatua de Cupido, aparece un joven recostado, mucho más iluminado que el hombre maduro, que mira pícaramente a las piernas, medias y liguero de la joven, induciendo al “vouyerismo” y remarcando la sensualidad.
Se apoya sobre un brazo, para mantener el equilibrio
mientras que el otro brazo se alarga pretendiendo tocar el vestido de su amante,
detalle que ha sido interpretado, por algunos expertos, como un símbolo fálico dirigido
al interior del vestido de la dama.
El hecho de estar escondido
entre los rosales, con ramas rotas por el suelo y junto a una verja que ha
tenido que saltar, refuerza el carácter oculto de la relación.
Como hemos comentado, el centro
de la composición y el protagonismo corresponde a la señorita que se balancea,
en un elegante columpio de cojines de terciopelo rojo, entre los dos hombres.
Se capta el momento del máximo balanceo de dicho columpio, pues enseguida volverá a hacia atrás, hacia el hombre de edad avanzada, representado “un segundo de arrebato erótico, tan voluptuoso y frágil como el Rococó mismo”.
La chica mira con candidez al
joven de la izquierda, ataviada con un espléndido vestido de color rosa y
blanco que flota al viento, mientras que la falda se levanta permitiendo que su
admirador vea sus piernas, con una actitud muy sensual.
El símbolo erótico por
excelencia lo constituye el momento en que la joven deliberadamente lanza el elegante
zapato de tacón al aire mostrando el pie desnudo, como la Olimpia de Manet
(ver).
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